Manuel Sánchez Tello

La ‘Hipótesis de Gaia’

Tiempo de academia

Huelva/Nuestro azul planeta, nuestra muy amada Gaia, está furiosa con nosotros. Ella, como organismo vivo, que así la definen muchos científicos de nuestro tiempo, está furiosa, y lo está porque no tiene espacio ni tiempo suficiente para ir echando remiendos por donde quiera que el hombre, uno de sus hijos, el mejor tratado y más adornado, pasa dejando el inconsciente producto de su necedad.

Gaia o Gea era entre los griegos del periodo clásico la diosa que personificaba a la Tierra. En la mitología griega estaba considerada como la diosa madre. En el panteón romano esta gran diosa era Terra o Tellus, es decir, la Tierra. Ya Hesíodo, el poeta pastor, nacido a mediados del siglo VII a. de C. en la maldita aldea Ascra, cerca de Tebas, exponía en su Teogonía la genealogía del Universo y de los dioses. Nos dice en sus coloreados versos que al principio sólo era el caos (jaos entre los griegos) y que tras el caos surgió Gea, la de anchos pechos, que atrajo a Urano, el firmamento, para cubrirla. De aquí parte el origen de la mítica genealogía de los dioses, pues fue ella madre de dioses y titanes.

En la antigua Grecia, los juramentos que se prestaban en nombre de Gea eran juramentos sagrados, de los más sagrados. Larga es la historia de Gea. Fue una historia fecunda. Uno de sus hijos, Zeus, entre los romanos, Júpiter, se convertiría en el dios supremo del Olimpo, morada de los dioses.

En nuestra reflexión, hemos llegado a este punto, si descorremos el velo de los antiguos mitos griegos, para poder acercarnos a la convulsiva naturaleza de Gea, de Gaia, si prefieren el término, la gran madre, madre también de los hombres, que ya en el neolítico la veneraban en oriente próximo, en el ámbito egeo.

Empleamos indistintamente los términos Gea o Gaia. En realidad, Gaia es una palabra compuesta por dos elementos: ge, por un lado, que significa Tierra, término pregriego relacionado con el sumerio ki, que significa suelo, y Aia, por otro, que significa abuela, de donde podríamos concluir que Gaia vendría a significar “abuela Tierra”. No nos decidimos, pero podría ser.

Pues bien, esta Gaia nuestra, madre de todo cuanto vive y se mueve en el cielo, en la tierra y en el mar, está enfurecida con nosotros. En nuestros días, a través de la prensa, de la radio y de la televisión, nuestra Gaia, nuestra Gea, nos está dando claras muestras de su poder, de su enfado y violencia; nos está sumiendo en muchos casos, en muchos lugares, a males y miedos irreparables. El cielo descarga con toda su furia los negros mares que gravitan sobre nuestras cabezas inundando nuestros campos y ciudades; se desbordan los mares y los ríos despojando al hombre de sus hogares; se desploman los montes; se pierden nuestros frutos y cosechas; mueren hombres y animales. Todo es el caos, una imagen pavorosa del poder ilimitado de Gea. Nos sacuden terribles seísmos. En el fondo lo esperábamos. La ciencia nos viene avisando sin paliativos del cambio climático con que Gea nos castiga y nos ofrece soluciones. Pero estamos ciegos y sordos. Aunque nos muestra su rostro cuando menos nos lo esperamos y muchas veces lo ha hecho y lo seguirá haciendo, en estos días aciagos que estamos viviendo, nos da un aviso y nos echa en cara nuestra falta de cordura.

Pero el hombre es impasible. Sigue desforestando los bosques, talando la historia del mundo en árboles milenarios, contaminando el mar y los ríos, construyendo en lugares que Gea reclama para sí, destruyendo los hábitats que necesitan para sobrevivir muchos seres vivos, que se van extinguiendo sin que nadie lo remedie. Locura del hombre. Destruimos ya por hábito con todas nuestras fuerzas, muchas veces movidos por el odio.

Los hombres siguen desafiando las leyes que rigen el buen funcionamiento de nuestro planeta. Naturalmente que Gaia debe estar furiosa y nos deja una muestra, triste muestra, de su poder.

En este punto, comulguemos o no con la llamada Teoría Gaia que en 1969 lanzó el británico James Lovelock, como hipótesis al mundo de la ciencia, no podemos dejar de reflexionar sobre el profundo sentido que encierra, siquiera sea bajo la envoltura poética que nos ofrece.

La Hipótesis Gaia de James Lovelock, considerada por muchos descabellada la idea de concebir a la Tierra como un ser vivo, atrae toda nuestra atención. A pesar de las grandes catástrofes que se han originado y siguen originándose y la destrucción a que la somete el hombre, Gea, a duras penas, va recomponiendo nuestro maltrecho planeta. Nuestra amada Gaia ha logrado ofrecernos con la paciencia de millones de años un hermoso hogar, un bello paraíso surcado de mares y océanos, de erguidas montañas, de placenteros lagos y ríos. Increíble para la ciencia, nos ha fabricado una delicada biosfera donde el oxígeno es el tutor de nuestra existencia. Pero el hombre está poniendo en peligro tanto equilibrio, tanta armonía, tanta belleza.

Según la Hipótesis Gaia, la atmósfera y el ámbito superficial del planeta se comportan como un todo coherente, donde todo se auto regula tendiendo al equilibrio.

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