Cultura

Otra visión de las trincheras

Emilio Lussu. Traducción deCarlos Manzano. Libros del Asteroide. 248 páginas. 16,95 euros

Al contrario que otros escritores europeos que enarbolaron la bandera del pacifismo durante la Gran Guerra, Emilio Lussu (1890-1975) apoyó la intervención contra los imperios centrales y combatió en las filas del ejército italiano a lo largo de toda la contienda. Fue distinguido en varias ocasiones por su valor y acabó la guerra como capitán de infantería de la famosa brigada Sassari, formada por nativos de la isla de Cerdeña. Ya en la década de los veinte, se enfrentó al régimen de Mussolini y tuvo que huir a París, donde continuó con su militancia antifascista. Lussu tardó años, casi dos décadas, en poner por escrito sus recuerdos personales de la guerra del 14, cuenta él que debido a la insistencia de un antiguo camarada de armas. Lo hizo durante su estancia en un sanatorio suizo, pero no es de extrañar que la primera edición de Un año en el altiplano, publicada en el 38, en pleno fervor prebélico de las potencias del Eje, viera la luz en París y Buenos Aires. De hecho, el libro no se publicó en Italia hasta el último año de la Segunda Guerra Mundial, tras la completa liberación del país por las tropas aliadas. Demasiado optimistas, como se vio, a la hora de prejuzgar el ardor guerrero de sus soldados, las autoridades fascistas mal hubieran tolerado la publicación de un testimonio tan sincero como desmoralizador, que se ha convertido en un clásico de la literatura bélica europea.

Las memorias de guerra de Lussu se centran en un solo año, entre junio de 1916 y julio de 1917, cuando la brigada Sassari trataba en vano de romper la línea del frente austriaco en el altiplano de Asiago, al norte de Italia. Esforzado combatiente, el oficial sardo no duda en denunciar la arbitrariedad y la incompetencia criminal de los mandos, que se repitió en todos los ejércitos y en todos los frentes, llevando al sacrificio inútil de decenas de miles de jóvenes en ofensivas fallidas que no tenían ninguna posibilidad de éxito. Con lenguaje sencillo pero muy eficaz, describe los estragos del fuego amigo, los conatos de deserción o amotinamiento, el ruido atronador de las posiciones de artillería o los disparos letales de los francotiradores apostados en las troneras. Lussu emplea el sentido común y una lógica implacable frente a la progresiva irracionalidad de una guerra de desgaste en la que raras veces se divisaba al enemigo, pero también recurre al humor como la herramienta más efectiva para impugnar el absurdo de una lucha que se reducía al control de tres palmos de tierra. En muchos momentos, como cuando describe la fe ciega de un general ofuscado en las ineficaces "corazas Farina", diseñadas para defender a los soldados de los proyectiles enemigos, el relato adquiere tintes tragicómicos. El protagonista es el único abstemio de una tropa que trasiega cantidades ingentes de coñac y chocolate, dos potentes euforizantes a los que el Estado Mayor fía la moral de los soldados. Muchos de ellos eran analfabetos, inmolados en acciones suicidas ordenadas por oficiales temerarios, inexpertos o completamente alcoholizados.

Es inevitable relacionar este libro con el extraordinario testimonio de otro joven oficial del bando opuesto, el alemán Ernst Jünger, que combatió en el frente francés y publicó su experiencia en las trincheras con apenas veinticinco años. Pero si Tempestades de acero describía la faceta heroica de la contienda, Un año en el altiplano ofreció el reverso de esa lectura casi mística que exaltaba la guerra como un ámbito de formación y crecimiento. Dos visiones muy opuestas que comparten el hecho de ser absolutamente verdaderas.

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