Cultura

Mi vida entre los psicópatas

  • Javier Salvago evoca en 'El purgatorio', la segunda entrega de sus memorias, su experiencia como guionista de Quintero, Iñaki Gabilondo y Encarna Sánchez

El poeta Javier Salvago, Premio Nacional de la Crítica y guionista de Jesús Quintero desde la época de El loco de la colina hasta sus programas de televisión, denuncia en la segunda entrega de sus memorias, El purgatorio,recién publicadas por Renacimiento, que el mundo del poder y la fama propicia la figura del "psicópata". "En el mundo de la comunicación, y en el mundo del espectáculo, del poder, de la empresa, de la banca, del éxito o de la fama en general, se suele dar un tipo de personalidad muy característico, aunque muy bien disimulado: el psicópata", dice literalmente en este segundo volumen, continuación de su proyecto autobiográfico Memorias de un antihéroe.

En este nuevo libro, Salvago cuenta cómo hizo de negro para la cantante Isabel Pantoja, a la que escribió incluso un pregón de unas fiestas por encargo de su entonces pareja Julián Muñoz, quien nunca le pagó, "tal vez pensado que los trabajos literarios se facturan gratuitamente", dice con ironía el escritor, que fue también guionista -"guionista estrella", como dice otro escritor, Juan Bonilla, que trabajó con él- de Encarna Sánchez y de Iñaki Gabilondo. En los retratos de estos populares comunicadores que aparecen en estas memorias, Salvago se muestra muy crítico: "La fama premia hoy la maldad, la incultura, la mediocridad y la vulgaridad, lo mismo que en otras épocas ha premiado la genialidad o la excelencia".

El autor cuenta las vicisitudes, censuras o "sugerencias para no emitir" que sufrieron algunas de las entrevistas que efectuó Jesús Quintero y en las que él intervino como guionista, como las efectuadas a los periodistas José María García y Federico Jiménez Losantos, al bailaor Farruquito, al ultraderechista Sáenz de Ynestrillas o al separatista catalán Josep Lluís Carod-Rovira, quien después de grabar la entrega del programa en el que participó anduvo en negociaciones con ETA.

También rememora Salvago cómo fue todo el proceso de la primera entrevista a Juan Guerra, hermano del entonces vicepresidente del Gobierno, y cómo Quintero rompió un pacto adelantando su emisión. O la entrevista a Belén Esteban, quien "representa a la perfección" esa televisión "hecha a conciencia" para "gente sin formación y sin criterio, morbosa, cotilla, sentimentaloide, a la que se puede tener embobada frente al televisor con las más ridículas y soeces historias de portera".

Su experiencia como guionista de televisión y el empeño de determinados programas en buscar la máxima audiencia le lleva a conclusiones rotundas. "Cualquiera que tenga una mínima inquietud intelectual desentona", afirma en una de ellas. "Cualquiera que sea capaz de mantener una conversación medianamente inteligente y profunda, que considere que la vida es algo más que un estadio de fútbol o un patio de vecinos cotillas y ociosos, es un bicho raro y está condenado al ostracismo y al bostezo general", añade.

Salvago, nacido en Paradas (Sevilla) en 1950, empieza estas memorias contando su vida a la edad de 28 años, cuando no tenía otro oficio ni otra preocupación que la poesía, y arrancan asimismo desde el momento mismo en que decidió dejar el alcohol, en cuyos vapores había estado sumido un decenio: "Había conseguido dejar de beber, pero no había aprendido todavía a vivir sin el alcohol", se lee en el arranque del libro.

Tras recordar cómo obtuvo los premios de poesía Luis Cernuda, Rey Juan Carlos I y el Nacional de la Crítica, Salvago deja constancia de cómo se fue estropeando su relación con las palabras, cómo se produjo su alejamiento de la poesía, a medida que abundaba en su trabajo de guionista: "No hay nada más dañino para un escritor de fondo que dedicarse a un trabajo en el que tiene que escribir obligatoriamente todos los días para ganarse el pan. Mucho más, si uno no escribe para uno mismo, sino para los otros; si no escribe lo que entiende, siente o necesita contar, sino lo que se supone que deben entender, sentir o contar otros".

Salvago dice que El purgatorio está escrito "con mucho humor, lo que pasa -matiza- es que el humor se me debe de estar volviendo cada vez más negro". Pero él se ríe "mucho" releyéndolo, asegura, y de hecho añade: "Lo mismo me sucede con mis poemas, incluso con los que los lectores consideran más tremendos y pesimistas".

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