Cultura

'La vida de los colores'

  • El Instituto La Rábida acoge en su vestíbulo, hasta el día 18 de diciembre, una exposición de acuarelas de la artista onubense Begoña Ruiz Adán

Conocí a Begoña Ruiz Adán a los trece años, cuando los dos comenzábamos la enseñanza secundaria en el Instituto La Rábida de Huelva, y aún hoy, después de tanto tiempo, llega hasta mi memoria con una nitidez extraordinaria el instante de la primera vez que la vi. Era octubre y, al entrar en nuestra clase, de manera inesperada me la encontré allí, completamente sola en mitad de la tarde, entretenida en dibujar con una tiza en la pizarra. Y a través de los muchos otros recuerdos que de ella me han quedado de aquellos días, su imagen de entonces vuelve a acercarse a mi lado sin reparar en mí y con un pincel en la mano, feliz de haber acabado junto a varios compañeros la pintura mural que decoró la pared trasera de la clase y que, como todas las que se hicieron durante aquel curso, desapareció bajo una capa de cal y de indiferencia.

Con tiza o con pincel, esos dos momentos vienen a trazar la importancia que los caminos de la línea y del color han tenido en la existencia de Begoña Ruiz Adán. "Yo de pequeña me recuerdo siempre pintando, hasta en la arena de la playa", me llegó a escribir en una carta años más tarde, cuando la vida nos hizo coincidir de nuevo. Y aunque nunca tuvo "lápices de colores, ni rotuladores, ni témperas, ni nada de nada", me seguía explicando, aquella niña pintaba en la tienda que tenían sus padres, "en los papeles donde venían los paquetes del azúcar, que eran marrones y duros". Luchadora incorregible, en búsqueda permanente de su personalidad artística, de vocación pasional, rebelde y entregada al mismo tiempo, sólo ahora, sin embargo, se ha decidido Begoña a exponer sus cuadros, y lo hace regresando después de tantos años al Instituto La Rábida.

Cuidada y agradable, la colección de acuarelas que nos ofrece evidencia desde nuestra primera mirada su gran sentido del gusto y su profunda sensibilidad. Pero la belleza indudable y exquisita que armoniza el conjunto no es capaz de sujetar la energía que hace de sus obras un alarde de vibraciones capaces de comunicar la frescura y la sinceridad de su concepción, de su implicación insustituible con el mundo que recrea. Siente individualmente cada cuadro, pero parte de una reposada visión general que le permite construir su propio razonamiento artístico, un universo pictórico personal que recorre con un discurso que no pretende sino mostrar al espectador el reflejo de su espíritu creativo y que resulta fácil de entender y de compartir. Su gran mérito es dar contenido a una vida que sabe de la alegría de las emociones sencillas, esas emociones que sentimos al contemplar cada uno de sus cuadros.

Sin concesión a las excentricidades y capaz de enfrentarse con cualquier tema, de solucionarlo de manera brillante, Begoña Ruiz Adán encuentra su fuente de inspiración en la naturaleza, a la que interpreta casi musicalmente de manera magistral. Aunque el ser humano y los paisajes de pueblos y marinas están presentes, sus acuarelas más representativas se llenan de la leve suavidad de las rosas, del frescor de las frutas y del vuelo etéreo de mariposas y libélulas. Pero lo suyo no es un realismo frío o fotográfico, sino un figurativismo mágico y seductor que busca una nueva dimensión que conecte lo visible y lo invisible, un terreno donde la imaginación y la fantasía llegan a generar un resultado muy estético y personal. Bañados de una luz que procede de escondidos rincones del espectro cromático, la sutil transparencia y diversidad de los tonos consiguen plasmar la fugacidad de la vida, la intensidad del instante y lo inevitable del cambio. El momento de la luz nunca es igual. Y es que no tiene intención de congelar las imágenes porque no busca captar el objeto en sí mismo, sino lo que éste expresa. Es como si quisiera inmortalizar la vida efímera.

En el empeño de dotar a sus obras de calidez y viveza, Begoña no abusa del detalle y pinta mezclando colores, ahondando en el vigor expresivo de la mancha, lo que sin duda aleja sus composiciones de las acuarelas más académicas. Sin salirse del todo de los cauces tradicionales, abandona las rectas y camina a través de lo sinuoso, de lo buscadamente imperfecto, consiguiendo un acabado poético, delicado e íntimo en el que la mesura de las tonalidades no resta la gran vocación colorista de la autora. Son cuadros, en definitiva, que, jugosos en el trazo y de pincelada fresca y sugerente, producen una sensación de naturalidad, de sencillez y de libertad expresiva.

Begoña Ruiz Adán ha regresado al Instituto La Rábida. Durante treinta días de este otoño sus acuarelas le darán luz al vestíbulo de este viejo edificio por donde tantas veces la vi cuando estudiábamos en él. Y cuando al fin recoja sus cuadros, como huellas de su paso nos quedarán algunos carteles, estos programas de mano y el recuerdo de una historia de color que siempre quedará en nosotros aunque los pilares y los paneles del vestíbulo vuelvan a quedarse en blanco. Tanto como lo está hoy la pared trasera de la que fue nuestra clase y de la que, sin embargo, nadie borrará jamás de su interior las lejanas pinceladas de aquella adolescente.

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