Cultura

La vida en la colmena

  • La Obra Maestra de Camilo José Cela vuelve a estar en nuestras librerías dentro de la colección Letras Hispánicas (Editorial Cátedra)

Camilo José Cela escribió la primera versión de La colmena en 1945, en Madrid, y la sometió al donoso escrutinio de la censura en enero del año siguiente. Sé de buena tinta que al padre Andrés de Lucas Casla, censor eclesiástico, se le fue oscureciendo el semblante según leía el manuscrito y que se limpió las comisuras de la boca con el pulgar y el índice de la mano izquierda antes de apartar consternado ese espejo cruel de aquella España. Lo habría hecho añicos allí mismo, pero debía de ser persona supersticiosa y saber que romper espejos trae mala suerte; se contentó con prohibir su publicación. Estoy convencido de que, sin proponérselo, el padre Andrés de Lucas Casla le hizo un favor a Camilo José Cela, pues el tiempo añadido a la redacción -CJC realizó hasta cinco versiones de la novela- la convirtieron en este brillante artefacto, este perfecto artificio que es. La colmena aparecería finalmente en 1951 y en Buenos Aires. Los censores argentinos también exigieron la eliminación de alguna estampa de alto voltaje; el autor condescendió con tal de que el libro se publicara de una puñetera vez. La versión íntegra y definitiva, sin podas ni enmiendas, no vio la luz hasta 1969 y para entonces ya era de lectura obligatoria para cuantos quisieran asomarse a la España de la inmediata posguerra, la España de nuestros padres y abuelos, la España que quiso helarnos el corazón. La editorial Cátedra la ha puesto de nuevo a nuestro alcance en edición de Jorge Urrutia.

Según Camilo José Cela, la acción discurre en 1942, si bien alguna noticia sobre la marcha de la II Guerra Mundial hace pensar en 1943 como fecha más probable. El desliz, bien mirado, da qué pensar: en el tiempo quieto de la dictadura, aquel Madrid seguiría anclado a 1942 durante muchos años más. Fuera de nuestras fronteras, la Historia seguía su curso torrente abajo; dentro, el Generalísimo Franco y sus adláteres, la Abeja Reina y sus zánganos, sellaban los intersticios de las celdillas para que nada (o muy poco) entrase, para que nada (o muy poco) saliera. El padre Andrés de Lucas Casla, más inteligente de cuanto me gustaría reconocer, había comprendido que La colmena era la tempranísima crónica de un fracaso anunciado: la España de cartón piedra del Nacional-catolicismo duraría lo que duraran sus sostenedores. La España auténtica, la de por abajo, la que pintó CJC con tanta finura malviviría acompasando el paso al ritmo de los tiempos, pero no sucumbiría. En la colmena española abundan enjambres dispuestos a convertirla en un jardín inhóspito, pero nunca han faltado abejas obreras esmeradas en extraer el néctar mejor de la flor de los días.

Lo más apabullante del libro es la exacta adecuación entre la materia narrativa y la forma elegida para contarla. En La colmena revolotean varios centenares de personajes que entran y salen de la página, cada uno con su mochila de experiencias a cuestas. El novelista los atrapa y retrata en breves y certeras instantáneas, a la manera de John Dos Passos en Manhattan Transfer, y va componiendo un collage de una viveza tremenda. (Tremendista, la tildaron). Camilo José Cela decía de La colmena que era "una novela sin héroe", toda una declaración de principios en una época en que los héroes y las gestas gozaban de gran predicamento. Los protagonistas son gente corriente y moliente, desde el poeta desahuciado que otrora escribía versos sinceros (no sabemos si buenos) y ahora debe ponderar la figura salvífica de Isabel la Católica hasta la dueña de la cafetería que trata con desprecio del primer al último de sus empleados, y reivindica continuamente mano dura. La colmena era la mejor novela que podía escribirse en aquel momento. Fue además la mejor novela escrita sobre aquel momento.

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