Una velada con el Barroco español
La fundación Primitivo Lázaro prosigue su andadura con sus múltiples actividades. Anoche lo hacía auspiciando a Il modo frigio, un grupo de especialistas en el Barroco y su concierto era una plausible oferta para todos los públicos, con la oportunidad de vivir un repertorio de los siglos XVII y XVIII con el que España dio mucho a la posteridad. Gracias al empeño y la dedicación de musicólogos e intérpretes va saliendo a la luz tesoros musicales. La velada del jueves se integraba con obras de Juan Bautista Cabanilles, Sebastián Durón, José de Torres, Antonio Martín y Coll y José de Nebra, piezas vocales e instrumentales en las que la cantada, homónimo de la universal cantata que acuñasen los italianos, fundamentó el programa.
Un escaso centenar en el aforo del Gran Teatro de Huelva invitaba más a sentir de cerca el palpitar de esta música, a recrearse con los ambientes camerísticos de época: precisamente la finura y el recatamiento de la voz sola y un instrumento propios de un recitativo es algo que despierta una expectación maravillosa en el público, tal como sucediera el jueves en Huelva. Una profunda musicalidad donde siempre estaba el énfasis oportuno de una palabra o el contraste de los silencios ofreció notables versiones de obras que tímidamente empiezan a sonar en muchos auditorios y salas españoles.
La soprano Sara Rosique defendió admirablemente unas partituras que llegaron a los oídos en todo su estado de gracia; su dulce timbre hizo posible unos recitativos óptimos donde la letra se escuchaba perfectamente (algunos fragmentos, poesía arrebatadora, como "que te conduce al puerto de la Bienaventuranza"). La primera parte sirvió para afianzar unos recursos que desplegaría en las cantadas de De Nebra: en el aria final de Qué contrario, Señor mostró una eficiente coloratura llevada incluso a pasajes a capella; luego, en el aria central de Entre cándidos, bellos accidentes se evocaba a Pergolesi en esos bonitos trazos en grado ascendente o los abundantes cromatismos que llevaron al auditorio al corazón del drama barroco.
Hay en el grupo instrumental hechos muy diversos: el chelo, el violón y el clave daban un soporte correcto de dinámica invariable, los violines no terminaban de afinar adecuadamente y el tañedor no pasó de la discreción académica. Fue preciosa la Corrente italiana de Cabanilles, una obra breve donde un fugaz contrapunto de los violines y las violas dejaron con la miel en los labios; su Pasacalles número cuatro tenía el sello inconfundible de la escuela inglesa (era fácil acordarse de Henry Purcell) Donde la cantante y el conjunto encontraron una musicalidad prodigiosa fue en la segunda cantada de De Nebra, cuyas ornamentaciones coronaron ese íntimo carácter lastimero de Pergolesi, a quien antes aludíamos. Tratándose de un repertorio tan rico habría sido oportuna la prestación de un órgano positivo, con tal de aglutinar las texturas de la cuerda frotada y de enaltecer la intrínseca musicalidad de algunos números.
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