Cultura

Cuando triunfa el corazón

El mundo del espectáculo rompe fronteras cuando elige lo más llamativo de cada cosa y juega moldeando a placer sin miedos. Y tocar las fibras sensibles del público es otra de las metas que hace posible congregar a generaciones muy distintas en un teatro o auditorio. El Palacio de congresos de la Casa Colón de Huelva abría sus puertas el jueves (estará hasta el domingo) al espectáculo Storm: numerosas personas acudieron expectantes y algunas soportaron media hora de lluvia intensa haciendo cola para recoger sus entradas.

Storm llega a Huelva con un plantel de artistas polifacéticos que desplegó sobre el escenario una fusión de teatro, circo y musical. Tras la huella del Cirque du soleil, que ha cosechado éxitos allá donde se ha puesto en escena, la obra plantea un canto universal por el respeto a la Madre Naturaleza que engarza con ese ideal de amor humano que siempre amenazan la distancia y la sinrazón. El espectáculo opta por un arte sugestivo que sirviéndose de acróbatas y equilibristas explora en los símbolos y el surrealismo; elementos muy bien contrastados con números cómicos como válvula de escape a los contratiempos de la vida. Las escenas y secuencias se van sucediendo con separaciones claras; aunque el cambio radical de lo misterioso a lo dicharachero conduce al espectador a una intriga muy propia de nuestros tiempos.

Lo que más seduce es la fusión de luces con el colorido de las vestimentas. Los efectos tan ricos mostraron una gama que parecía inagotable. Esto, además, se aprovechaba para una coreografía donde el mismo movimiento armonizaba con las intensidades del color. Ejemplo de lo dicho, una de las primeras escenas, donde un verde profundo que inunda al escenario es ya una proclama de la naturaleza, hecho elixir primaveral en medio de las contorsiones femeninas. Buen complemento, el rojo hacia el final de la obra, muy llamativo en el atuendo de varios bailarines en semejanza a la forma de los músculos, una interpretación original sobre el fuego. También logrado fue un cilindro, hecho ver en unas hileras fosforescentes simulando la caída de la nieve, concretada en el concepto del hielo, dicho implícitamente en la luz proyectada sobre el público, como colofón del espectáculo. En cuanto a la pantalla de fondo hubo secuencias unas inapropiadas (en la línea de videoclip rutinario) y otras de un recargamiento que impedía disfrutar del canto, la acrobacia y el drama tan excelentes que poseían algunas escenas.

Las canciones tenían esa marca de la casa en espectáculos como éstos: el musical, ambientado por las voces bonitas y expresivas de dos cantantes, cuyo protagonismo a veces quedaba en segundo plano por la potencia de los instrumentos acompañantes. Los fondos instrumentales combinaron estampas de muy distinto cariz: instrumentos convencionales y otros sintéticos compaginaron acertadamente las tradiciones clásicas con las vanguardias más diversas; entre los estilos figuraron el lenguaje de los musicales, ritmos étnicos y melodías con trasfondo celta. No faltaron una variedad de timbres electrónicos que yendo de lo estrepitoso a lo acariciante nos transportaron a la música más popular de los años ochenta. Tres ejemplos de lo mencionado: el concertante para dos voces solistas, un violín y un clarinete, el número cómico con guitarra, violín, cascabeles y un globo (con que se sirvieron los actores para interpretar la célebre Strangers in the night de Frank Sinatra) y un interludio a la mitad de la segunda parte, donde se explayó toda la inventiva de la electrónica popularizada en los años ochenta. La escena que representó el punto culminante de Storm fue el encuentro colectivo de los personajes girando en torno a un aro, todo un rito vivido con la dignidad y el apasionamiento que renueva el ánimo y llena de colorido la vida del ser humano.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios