En el tiempo que están más secas las esperanzas

En el tiempo que están más secas las esperanzas

17 de noviembre 2011 - 05:00

Luz y sombra sobre la obra de Domingo Delgado. Luz abierta esparcida en su obra. Sombra de duda de lo que pudo ser y no quiso asimilar. Luz brillante y poderosa por sus paisajes y retratos. Y naturalezas muertas. Sombra por su caminar incierto y relativamente fácil, más presto a una comida efectiva que a una elaboración lenta y eficiente. Luz digna por ser él, sin más ambages que dedicarse a lo que sabe hacer: pintar, y notable, y noble, con el tono y el tiento del que se enorgullece de ser discípulo de sus maestros, discípulo de un pensamiento. Sombra esclava por eternizar una visión cuando la misión requería de otros valores. Luz diáfana por interpretar una vida cuando ésta ha mudado tanto de piel que el recuerdo duele, perdida en los vericuetos del calendario ajado. Sombra afligida por no ver otra escena a pesar de portar en la mano la herramienta de un oficio, algo que por desamor se ha degenerado como se marchitan las referencias de la amistad, del amor o de la fidelidad.

Domingo Delgado es un pintor puente en la pintura de postguerra de Huelva. Heredó la estética y el procedimiento del academicismo más rancio y lo embadurnó de pinceladas abiertas y rápidas que se disputaban impresionistas (para el paisaje) y expresionistas (para el retrato y el bodegón) cuando la moda oficial y oficiosa dictaba arrebato. En sus paisajes, todo un tratado de contemplación y una lustrosa afirmación de pasiones, no sólo se pellizca a Labrador u Orduña en su exigencia expresiva y agria, aparecen con él y tras él, en el devenir de su obra, una legión de pintores de esta provincia de los que se esperan agradecimiento público por interpretar la luz cerca de las sombras y a éstas dueñas de luces imposibles. En sus retratos, otro compromiso de buen hacer, consigue parecido, sentimiento y una nostalgia de la que jamás comprenderemos por que insistió hasta el límite del desplome. En algunos tipos prototípicos son toda una obtusa negación a la evolución enmohecidos por la brutalidad del tiempo victorioso. Pese a ello, y coincido con otros críticos, pocos retratos en la Huelva del siglo XX, por no exagerar en la exclusividad, como el que experimentó con el paisajista Pedro Gómez. Soberbio, profundo, misterioso, empático, valiente, suelto, enérgico, hechizante. Resumen de técnica, oficio y psicología.

Pese a su perseverancia en modelos pretéritos, le proceso a su obra respeto y admiración, pese a conocerla bien tarde y de la que creo hay que dedicarle algo más que estas tres tristes y torpes líneas. Esa devoción a su obra obedece a una circunstancia que me aprieta con dolor cuando en el silencio de la sala de Caja Rural del Sur la soledad del espectador acrece al no ver ningún punto rojo por sus otrora vendibles/vendidas obras.

Ese malestar descansa en mi amor por los desheredados, por los olvidados, por los que lucharon con o sin éxito por una causa y el tiempo mefistofélico ayuda a las personas a cambiar de disfraz al son de la moda, al son del calor del sol. El tiempo y los felones se alían en la venganza sin saber que ese tiempo y otro felón pueden devolverle la moneda. Su obra fue y es un ejemplo de interpretar la vida. Un episodio de la vida. Cierto que se fue, y hoy tan sólo es añoranza cargada de lágrimas "cuéntame cómo pasó", mas no es menos cierto que forma parte de los capítulos de nuestra Historia. Y eso no hay que olvidarlo. La memoria histórica tiene que ser auténtica, fiel y memoriosa. Global. Tener un Delgado no era sólo disfrutar de una escena costumbrista, de un trozo de gran decorativismo en las paredes de tu casa, era también atesorar una inversión de futuro. Su obra está en media España, qué decir de Huelva. Y Huelva no puede olvidar.

Escribo todo esto porque sentí abatimiento, mucho, cuando asistí, como es mi costumbre, sola y días después de la inauguración a la sala de Caja Rural del Sur a contemplar su exposición Luz y Sombra. Nadie era un halago. Nadie era el resultado del olvido.

Una vez más, Jaime de Vicente, gracias por tu sensibilidad, gracias por disfrutar en la sala de exposiciones que diriges de un trozo de una interpretación pictórica que aunque adumbrada de nostalgia no es más que un capítulo de un libro en el que todo los días escribimos. Y escribiremos.

"En el tiempo en que están más secas las esperanzas" (Cervantes), estoy convencida que obras como la de Domingo Delgado no quedarán en la sombra. Y como Domingo, hay muchos. Y muchas, que dirían otros y otras.

Que la levedad de una exposición no dificulte la necesidad de tener a todos los grandes siempre presentes. Aunque secas las esperanzas, ahí están. Luz.

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