Cultura

La soledad del fracasado

  • El historiador José Luis Gozálvez escribe la primera biografía de Eustaquio Jiménez, hermano de Juan Ramón

  • Fue alcalde de Moguer y gran defensor de su papel en la historia colombina

Eustaquio Jiménez Mantecón, retratado por el prestigioso fotógrafo Franzen en torno a los años 20.

Eustaquio Jiménez Mantecón, retratado por el prestigioso fotógrafo Franzen en torno a los años 20. / fotos: comunidad de herederos de Zenobia/juan ramón

Sólo los más ancianos de Moguer, y no todos, recuerdan a Eustaquio Jiménez y cómo en sus últimos años asistía a todos y cada uno de los entierros que se celebraban en el pueblo. No faltó a ninguno. En 1942, a su muerte, nadie allí le correspondió y apenas tuvo la despedida de los sepultureros y del párroco. Es el capítulo final que define la vida de quien fuera alcalde moguereño en dos periodos distintos, firme defensor del protagonismo colombino de La Rábida, y de la aportación que hicieron Palos de la Frontera, Moguer y San Juan del Puerto. La historia de Eustaquio Jiménez Mantecón (Moguer, 1879-1942) es la del "tipo más completo de la ilusión fracasada", como su hermano poeta, Juan Ramón, se refirió a él. Y es así como el historiador José Luis Gozálvez titula ahora su primera biografía, editada por la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez y presentada ayer tarde en la Casa-Museo del Nobel moguereño.

"Tuvo siempre muy buenas ideas pero fue un pésimo ejecutor", contaba ayer Gozálvez a este periódico. Porque la suya, explica, es la historia de un fracaso continuo en todas las facetas que tocó en su vida, "en su lucha por Moguer, en su papel en la política, en sus negocios, en su vida familiar".

El poeta tuvo en él a su confidente y padre de su sobrino más querido, Juanito Ramón

Enviudó a los tres años de casarse. Y su único hijo, Juanito Ramón, ahijado y el más querido sobrino del poeta, falleció en la guerra, en el frente de Teruel. Seguramente estos hechos acentuaron su personalidad, marcada también por la ruina de su familia, que sufrió especialmente él, acostumbrado a disfrutar de las comodidades que tuvo desde la niñez.

Este aspecto se revela también en un detalle recurrente que evidencia José Luis Gozálvez del Eustaquio sin recursos: cada vez que recibía un dinero -con frecuencia, de su hermano Juan Ramón- acudía a Sevilla y se tomaba una fotografía con un buen traje que se compraba para la ocasión. La misma imagen que ilustra la portada de la biografía, de hecho, se la hizo en Madrid, obra de Franzen, "uno de los mejores fotógrafos de la época, conocido entonces como el rey de los fotógrafos y el fotógrafo de los reyes".

Eustaquio Jiménez probó suerte varias veces como empresario y con el apoyo de Juan Ramón. Trató de seguir el negocio de los vinos familiar con la creación de nuevas marcas, como el coñac de su propio nombre, con etiquetas impresas en Madrid por Calleja, editor entonces de los libros de poeta, y también con una línea de perfumes a partir de la destilación de licores, que contó con el diseño gráfico de su célebre hermano.

Todos esos proyectos no encontraron el éxito soñado, aunque fue la política el campo en el que más empeño puso. Los fracasos personales y familiares, sus constantes batacazos económicos, no se llevaron a Eustaquio lejos de Moguer, en el que siempre destacó por ser un firme defensor de sus intereses. Estaba convencido de que el pueblo que en el XIX a punto estuvo de ser capital de la provincia, por delante de Huelva, debía recuperar el esplendor perdido con la crisis de inicios del XX.

Fue así como llegó a la Alcaldía con "dos objetivos definidos: uno cultural y reivindicativo, sobre la importancia del pasado colombino, y otro económico, para sacar del abismo a Moguer", cuenta su biógrafo. De ahí salió su proyecto de dragar el Tinto para que tanto Moguer, como Palos y San Juan, recuperaran sus puertos y la actividad comercial que tuvieron en el pasado. También el diseño de una línea de ferrocarril que conectara los tres pueblos con La Rábida, de la que fue firme defensor de su papel en la historia, que le llevó "a grandes enfrentamientos con Marchena Colombo, Manuel Siurot y todos los colombinos oficiales". Además, al más insigne político moguereño, Manuel de Burgos y Mazo, ministro entonces que rechazó las propuestas del alcalde, cuenta Gozálvez, en favor de los intereses de la capital onubense: "Es curioso que hasta su propuesta de ferrocarril fue descartada para que el humo de las locomotoras no perturbara la paz de los franciscanos en La Rábida".

Todas estas iniciativas fueron defendidas en artículos publicados en prensa, algunos de ellos corregidos por el propio Juan Ramón, "porque Eustaquio no tenía el don de la escritura de su hermano". Muchos de esos textos personales, algunos de ellos inéditos, son recogidos por Gozálvez en La ilusión fracasada, Eustaquio Jiménez y Moguer, 1879-1942. "Es una lástima que de su diario sólo se recoja un periodo que no llega a un año, porque, de ser más extenso, sería un gran documento para conocer el Moguer de la época".

Hay mucho que restituir de la memoria de Eustaquio Jiménez en Moguer, asegura el historiador. De quien, aún siendo conservador, tomó terrenos de titularidad municipal para dársela a vecinos que se quedaron sin trabajo, para que las cultivaran. Fue el hermano referente para Juan Ramón, amigo y confidente, que murió solo y arruinado en su pueblo, y a quien el poeta tuvo que pagar desde el exilio las deudas que dejó a su muerte.

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