Una seguiriya terrible

José Mercé protagoniza el momento cumbre de esta edición del Festival de Las Minas reivindicándose como lo que es por encima de todas las cosas, un cantaor de flamenco clásico

Antonio Higuero hizo un acompañamiento ejemplar, al estricto servicio del cante de José Mercé.
Juan Vergillos La Unión

11 de agosto 2016 - 05:00

Los que estábamos la noche del martes en el Antiguo Mercado de La Unión no olvidaremos fácilmente la portentosa seguiriya que cantó José Mercé. Una obra feroz, radical. Un grito existencial, terrible, civilizado y visceral. Un cante para pocos, aunque el público que abarrotaba lo que por aquí llaman la Catedral del Cante entendió perfectamente el mensaje y respondió con entusiasmo a la propuesta. Mercé vino a revindicarse como lo que es por encima de todas las cosas, un cantaor de flamenco clásico.

Hizo su repertorio, ese que conoce desde que tiene uso de razón, las letras que le conmueven, las melodías que forman parte de su ADN. Abrió con esas deliciosas malagueñas del Mellizo que dice con una rara mezcla de mesura y fiereza inimitable. Siguió con las melancólicas, consoladoras y ásperas soleares de Joaquín el de la Paula. Y luego la seguiriya. El momento cumbre de la noche. De lo que llevamos de festival. El momento cumbre de un festival, el de este año en La Unión, dedicado al cante. Mercé se reivindicó frente a los jóvenes clasicistas que han cantado este año en La Unión, cerrando un ciclo de clásicos veteranos que abrió El Cabrero el viernes pasado en la primera de las galas. Y lo hizo con la letra y la música que más le identifica, más allá de los éxitos aflamencados con los que ha alcanzado la popularidad. Me refiero a los cantes por seguiriyas de Manuel Torre y El Marrurro. El cante se edifica sobre un conocido episodio biográfico del cantaor. Pero su mensaje de dolor, de conmoción, de la desolación extrema que todos hemos sentido en algún momento, es universal. Para esto se inventó dicho cante. Para abrir el alma de par en par y volcarla al aire de la noche. La seguiriya de Mercé es carne viva, dolor en estado puro. Nos golpea, nos conmociona. Y luego podemos sonreír, como hace el propio cantaor, una vez aliviadas nuestras penas, por fiestas. Con ese delicioso soniquete de Jerez con el que Mercé se dio su pataíta. No faltaron tampoco los cantes mineros, por partida doble, en los que el referente, una vez más, fue Manuel Torre, ese gigante del cante del siglo XX. Antonio Higuero hizo un acompañamiento ejemplar, sin estridencias, al estricto servicio del cante.

Mercé, que puso el broche de oro a las galas de este año en La Unión, fue el culmen de una noche que se había iniciado con otro cantaor tradicional, en este caso de la nueva hornada, llamado Antonio Reyes. El chiclanero ofreció su recital habitual, con esa voz dulce, sentimental, que supuso un excelente contraste al grito airado de Mercé. Un recital muy completo, cálido, íntimo, que incluyó soleares, seguiriyas, tangos, alegrías y tarantas y que se cerró con una larga fiesta por bulerías en la que cupieron clásicos del flamenco contemporáneo como el Todo es de color de Lole y Manuel. La guitarra la puso en este caso el gran Diego del Morao que, además de acompañar el cante con solvencia y frescura, ofreció algunas falsetas tan imaginativas y personales como apegadas al legado familiar de los Morao.

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