Rocío Márquez: “Quería cantar al dolor y a la gloria, porque todo eso conforma la vida”

La artista onubense regresa con ‘Himno vertical’, un disco en el que se alía con el músico Pedro Rojas Ogáyar y una liturgia sutil en la que conviven el duelo y la celebración.

Rocío Márquez (Huelva, 1985), fotografiada antes de conceder esta entrevista.
Rocío Márquez (Huelva, 1985), fotografiada antes de conceder esta entrevista. / Antonio Pizarro

Tras aquel trance expansivo de Tercer cielo, en el que la artista bailaba libre al son de la electrónica de Bronquio, Rocío Márquez se recoge junto al músico Pedro Rojas Ogáyar para honrar a sus muertos y festejar la vida. En Himno vertical, su nuevo disco, la onubense desciende a las sombras consciente de que en esa intimidad espera la luz y propone una liturgia sutil en la que los silencios revelan tanto como las palabras y en la que “el ser humano no reza ni pide: agradece y celebra”. La misma gratitud con la que esta cantaora sabia y amante del vértigo contempla en esta entrevista su trayectoria.

Pregunta.–En la letra de Destino, una bulería, se dice: “Muchos comprendieron tarde que el destino está en el vuelo, y que no trae cuenta clavarse”.

Respuesta.–Eso de clavarse, para mí, no es una opción. Lo digo en un plano artístico y en un plano personal, porque para mí las limitaciones que tengo cantando son las que tengo como persona, y las cualidades que tengo cantando son las que tengo como persona. Conforme más me voy conociendo las costuras en un ámbito y en otro, más fácil resulta entender lo que me motiva, lo que me lo pone fácil, lo que me lo pone difícil.

P.–El disco está concebido como un réquiem que percibe la vida y la muerte “como una sola danza”.

R.–Cuando Pedro y yo nos encontramos, estábamos los dos atravesando un duelo. Él andaba con su padre; yo con mi prima Nuria, que era como mi hermana. Y eso nos unió mucho, claro. Al comienzo no éramos muy conscientes del rumbo que tomaría el proyecto. Salieron ideas interesantes, como hacer el disco de nanas de los que nunca seremos padres, pero ni Pedro ni yo somos de aferrarnos a lo que teníamos planteado si vemos que la obra tira hacia otro lado. Lo que íbamos haciendo nos conectaba con esa parte más intuitiva nuestra, que roza lo místico, y que era la vía directa para sentir cerca a los que no tenemos ya aquí. El eje que vertebra el disco son los dictados, y eso es una declaración de intenciones: un dictado es dejar de pensar que los dos estamos creando esta obra, es pensar que esta obra está viniendo a través de nosotros. En esos espacios sutiles es donde sucede el acto creativo, donde hay más amor. Donde sentíamos a nuestra gente cerca.

“Nos cuesta mucho mirarnos dentro, nos da miedo ponernos trascendentes o místicos”

P.–Da la impresión de que tanto en la literatura como en las artes escénicas y la música muchos creadores están volviendo a cierta búsqueda espiritual. ¿Lo percibe así?

R.–En mi caso, yo sí he tenido esa necesidad. Nos cuesta mucho mirarnos dentro, nos da miedo ponernos trascendentes o místicos, pero creo que hay que hacer ese viaje para entendernos mejor. En Sombra, una soleá, se dice: “Sé que la sombra es un fruto que ha madurado a destiempo, y al apretarla da el jugo de la luz que lleva dentro”. Para mí es justo eso: entender que al final cada cosa que sucede tiene un sentido, y que a través de ellas aprendemos. En el flamenco se habla mucho de la pureza, pues para mí la pureza es dar lo que uno tiene, es ser lo que uno es. No hay nada más bonito. Y ha habido algo muy liberador en el proyecto, y ha sido decirme, y decirle a los otros, que yo ahora mismo estoy atravesando esto, que tiene partes dolorosas, y partes gloriosas, y quiero cantarle a todo porque ese todo es lo que conforma la vida.

P.–Habrá sido un viaje intenso, pero muy sanador...

R.–Libros como El acto de crear, de Rick Rubin, y El camino del artista, de Julia Cameron, me han servido mucho. Estos dos autores te hablan de técnicas y ejercicios, te recomiendan por ejemplo ponerte a escribir, cuando te levantes, cinco folios como mínimo, lo que se te ocurra, apuntarte que debes comprar Fairy y recoger a tus sobrinos a tal hora o recordar una conversación que tuviste el día anterior y que te dejó loca. Yo empecé a hacer estos ejercicios como un acto de fe, no tenía expectativas, pero ahora siento tras rellenar esas páginas que la cabeza se relaja, que te limpia. Yo le digo a mis amigos que lo que siento es como cuando le quitas la espumilla al puchero. Si tienes el pensamiento turbio será más difícil que se dé lo que tenga que darse. Creo que porque la sociedad está en un momento bastante frenético y bastante loco, es un tiempo maravilloso para invitarnos a todos a buscar en esos caminos. Esta conversación que estamos teniendo, que está siendo profunda, por ejemplo, me hace pensar que hay mucha gente que está en lo mismo. Quizás porque hemos llegado a un límite...

Rocío Márquez.
Rocío Márquez. / Antonio Pizarro

P.–Usted podría haber seguido un camino más recto, pero se negó a mantenerse inmaculada en una hornacina. Prefirió mancharse, experimentar, y dejar atrás la perfección de aquello que ya dominaba...

R.–El afán de ser perfectos pesa demasiado. Cuánto tiempo trabajamos en esa dirección, sin darnos cuenta de que no, que eso no nos va a llenar. Yo de joven me exigía mucho, tuve unas expectativas muy altas sobre mí misma. Y eso tiene sus consecuencias positivas, porque te empuja a mejorar y a crecer, pero también negativas. Lo digo sin amargura: yo agradezco cada uno de los pasos, no cambiaría nada. Miro para atrás y lo único que se me ocurre es dar las gracias. A la vida, a la gente que he tenido alrededor, a mí misma, también. Yo tuve que llevarme al límite para entenderlo. Soy una persona vitalista, y sin embargo la desgana se instaló en mí. Pero ahí me di cuenta de que estaba metida en unas historias que no me compensaban, y para mí fue muy bonito el renacer. Y, claro, para un renacer hay que dejarse morir, hay que soltar, tienes que dejarte de identificar con el concepto, la etiqueta, que te has puesto... o que te han puesto los demás, que librarte de eso también es complicado. Porque hay a quien le cuentas por dónde te mueves ahora y te dicen: ‘Pero si yo te escuché hacer esto’, y te dan ganas de responderle: ‘Sí, cariño, pero aquello fue cuando yo tenía 15 años’. Y tengo 40 casi, y la gente cambia [ríe]. Tú tienes que oírte, ser consciente de los procesos que atraviesas. En un momento necesité sentirme más viva, ponerme en la cuerda floja, no ir tanto a lo que podía prever. Y vi que volvían a suceder cosas, que la chispa se prendía. Eso me interesaba. Ahí daba con algo genuino mío, que desde el automatismo no se alcanza.

“Más joven me exigía mucho. El deseo de perfección pesa, y no es el camino que te llena”

P.–En la gira de Tercer cielo se convertía en un animal escénico. Ya no era la cantaora sentada en una silla, sino una artista que manejaba muchos otros recursos.

R.–Para mí, antes, el cante estaba en el centro de todo, era lo principal, y a lo largo de estos años he comprendido que el cante es una más entre un montón de herramientas que tenemos. Mientras más interactúen unas con otras, más fuerza va a tener lo que hagas. Me ha ayudado entrar en comunicación con los músicos, Pedro en Himno vertical, y Santi [Bronquio] en Tercer cielo, pero también el trabajo con las luces de Benito Jiménez, o el vestuario de Roberto Martínez, que como también es bailarín me ha hecho vestidos que permitían el movimiento. ¡Yo no había usado el cuerpo antes, sobre un escenario, en la vida! Siento que con todos esos colaboradores crezco mucho más que si me preocupara sólo del cante. Ellos me llevan a zonas de mí que no conocía, me invitan al vértigo, disponen las piezas para que pueda jugar.

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