El revolucionario del fandango
Historias del Fandango
Pepe Marchena fue el cantaor más grande de la ‘ópera flamenca’. Con él, el fandango de Huelva alcanzó su máxima popularidad
José Tejada Martín (1903-1976) nació en Marchena (Sevilla) y de su pueblo tomó el nombre artístico. Fue un niño golfillo más del pueblo que, con ocho o diez años, trabajaba en una herrería. Y en aquel infierno de calor y sudores, donde se forjaban los hierros candentes, fue aprendiendo los primeros cantes entre fuelles, martillos y herraduras para las caballerías de los labradores, que le pedían que les cantara fandanguillos. Muchas veces se prolongaban las sesiones más allá del tiempo del trabajo. Por aquella ventana al mundo que le abrían quienes le escuchaban, Pepiyo se fue forjando ilusiones de ver el mundo, así que muy pronto marchó a la capital, a cantar en las tabernas vendiendo sus fandangos por calderilla.
“La vieja”
Por su afición a estar con la gente mayor le pusieron “la vieja”, mote que mantuvo toda la vida. La primera vez que actuó ante el público fue en Fuentes de Andalucía, con doce años, y un año después emprendió una turné cantando por los casinos de La Puebla, Osuna, Écija, Alcalá y Paradas y pasando la bandeja; le acompañaba un guitarrista modesto, El Indio Manuel, que llegaría después a ser famoso en Sevilla. Después, se trasladó a Jerez, donde cantaba por seguiriyas y soleares siguiendo lo que hacían los cantaores locales. Compartió escenario en el colmao La Candelaria, que era la cátedra del cante jerezano, con El Chícharo, Carapiera, Luisa Requejo, el maestro Cabeza y otros. Y de Jerez, a Sevilla, la Meca del flamenco por los años veinte, con Chacón y su compadre Salvaorillo, El Colorao, El Herrero, Rafael Pareja, Pepe Pinto, El Carbonerillo, Manuel Torre, Tomás Pavón y tantos otros… Doce pesetas cobraba Chacón, ocho pesetas las figuras y un duro el resto en el Novedades. Y tras acabar las actuaciones, a buscar juergas privadas en las que ganar unas pesetas extras con compañeros como Niño Medina, Cepero o el Cojo de Málaga, que al inicio de la década de los veinte grabó discos y fue todo un acontecimiento. Nos descubría Marchena un hecho que causa extrañeza, visto desde hoy y sabiendo que Chacón fue un ídolo y mito del cante: pues que este jerezano, rumboso y altivo, no le hacía gracia a los señoritos, que eran los que pagaban las juergas, porque don Antonio siempre quería quedar por encima de ellos. Cuestión de egos.
Después de Sevilla estuvo en Córdoba, donde conoció al pintor Julio Romero de Torres. Al maestro de los pinceles le gustaba mucho el cante y el chaval le entonaba fandanguillos clásicos, que él decía que eran de la sierra cordobesa, porque Pepe, como haría después en su madurez de artista, situaba a los fandangos donde mejor le parecía: fandangos de la serranía de Córdoba.
No sabía leer ni escribir
Por tener que trabajar desde pequeño, no fue a la escuela y no aprendió a leer ni a escribir y tenía que recurrir a su memoria para aprenderse los papeles y las letras que cantaba después. Sus acompañantes Palmita o Enrique el Mellizo se las repetían una y otra vez, una y otra vez, hasta que las memorizaba. Si aprendió a poner su firma en los papeles fue porque lo necesitaba para firmar los cheques y los contratos. Su mérito es el que corresponde a un instinto extraordinario y una gran inteligencia.
Su relación con Rafael Pareja
Magníficos frutos para el flamenco dio su relación con Rafael Pareja, su padrino, que mucho le enseñó de los cantes. Ambos se marcharon a Madrid a comienzos de los años 20 junto con Arturo Pavón, el más desconocido de esta saga familiar para el gran público pero al que Marchena valoraba como un sabio por sus extensos conocimientos de los cantes. Villa Rosa, los Gabrieles, tablaos donde actuaban los más grandes artistas... Al año siguiente, Marchena ganaba ya doscientas pesetas diarias en el teatro de La Latina.
Por su experiencia y sus conocimientos de los cantes de Huelva, Pareja le enseñó fandangos y le dio contactos con aficionados onubenses. Entre otras enseñanzas, le dio un fandango que había creado y que el Niño de Marchena cantaría en todas sus giras como uno más entre los muchos que hacía. Dicho fandango lo acabó copiando el Niño Gloria, que fue el que más lo popularizo y finalmente se lo adjudicaron a él. Así se ha escrito la historia de muchos cantes.
Estando en la capital, grabó su primer disco en 1921. Y unos años más tarde, en 1924, comenzó la ‘ópera flamenca’, la de los grandes espectáculos con los más grandes artistas y en los más grandes escenarios para todos los públicos. En el primer espectáculo compartió cartel con Chacón, la Niña de los Peines, Cepero y el Cojo de Málaga y “alcanzó tanto éxito –recordaba- que se mantuvo hasta 1929” exhibiéndose por España. En otro espectáculo, en el teatro Fuencarral de Madrid, en 1926, le llamaban “el rey de las tarantas y del fandango”, y es curiosa esta denominación porque la taranta fue el primero de los cantes que le enseñó su padre cuando era un chiquillo.
La ‘ópera flamenca’ lo consolidó como una figura estelar. (Sería prolijo detallar todos los espectáculos en los que participó, porque fueron muchísimos; en próximos capítulos sólo referiré aquellos que tuvieron alguna significación especial y los principales de Huelva).
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