Cultura

El revés de la trama

Hace unos días en el curso de un coloquio tras una charla sobre cine que daba en un prestigioso colegio, dirigido a las madres de los alumnos, todas ellas jóvenes y admirables en sus trabajos y en su hogar, una de ellas me preguntaba sobre las mejores películas de la historia del cine. Compleja cuestión desde el punto de vista personal aunque en este caso y como persona habituada a juzgar los trabajos cinematográficos, casi es obligado remitirse a la famosa lista elaborada en 1958 por los críticos más prestigiosos - se decía - de todo el mundo, revisada años después por tantos o más analistas cinematográficos, y una de las últimas, elaborada, en 1998, que es la que yo facilitaba al día siguiente a mi interlocutora.

Esa lista privilegiada, ese ranking o cuadro de honor de los más grandes films de todos los tiempos, con sus revisiones posteriores y a las que se añaden algunos títulos, aunque al final siempre quedan los mismos como hitos señeros del Séptimo Arte, a su incuestionable calidad, se agregan aspectos trascendentales que marcaron las decisivas innovaciones del arte cinematográfico.

Y se pongan antes o después, se cambie el orden o se dispongan por rigurosa antigüedad, tres y nada más que tres son las mejores películas de la Historia del Cine, escrito así con mayúsculas como merece su categoría en las Artes que el hombre ha instituido y en las que ha hecho obras maestras. Son: El nacimiento de una nación (1914), de David W. Griffith; El acorazado Potemkin (1925), de Serguéi M. Eisenstein y Ciudadno Kane (1941), de Orson Welles. No quiero ser ni radical ni absolutista pero estos son los títulos que permanecen en los primeros puestos una y otra vez. Por algo será.

Puede preguntarse si desde la última clasificación el cine se ha parado y no ha vuelto a crear obras insignes. Efectivamente no es así. Pero el analista del cine, el estudioso de un arte tan singular, no puede ni ignorar ni olvidar los momentos estelares de la cinematografía. De la misma forma, tras la famosa lista de Bruselas que proclamó esa preciada orla honorífica de las obras maestras del arte cinematográfico, se han hecho otras y se han añadido títulos como Las reglas del juego (1939), de Jean Renoir; El Padrino (1972 y 1974), de Francis Ford Coppola; Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock; Toro salvaje (1980), de Martin Scorsese... Si no recuerdo mal este nuevo ranking, realizado tras una seria encuesta a través de 108 directores de cine y 144 críticos, la proclamó en 2002 la prestigiosa revista del Reino Unido Sight and Sound del Instituto de Cine Británico. Ignoro si finalmente ha sido homologado y si eso puede validarse como tal.

Como quiera que sea uno no puede estar de acuerdo con el todo aunque si lo esté con buena parte de esta relación. Sería, como a veces se dice en términos cinematográficos y sirve de argumento de tanta intriga, el revés de la trama, es decir otra perspectiva para la contemplación serena de las famosas listas de las que alguno podría decir, tal vez con razón, que "ni están todas las que son ni son todas las que están". Y yo lo suscribo. Pero de verdad que el asunto resulta apasionante.

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