"La realidad, si no es entre comillas, no existe"
'El anarquista que se llamaba como yo' (Acantilado) recrea la vida de uno de los implicados en el asalto de Vera de Bidasoa en 1924
-Uno busca su nombre en Google y encuentra que así se llamaba un anarquista de la época de Primo de Rivera. Evidentemente, la reacción normal de cualquiera es: "Esta es la historia que he de contar".
-Supongo que sí. Aunque yo no me encontré con la historia, ni siquiera con el personaje, sino con una breve nota de tres líneas. A partir de esa semillita, vino el investigar, ir a hemerotecas... Y luego ya el trabajo propio del novelista, de construir el libro. Pero esa entrada fue el acicate. Luego, lo que no pude descubrir, lo acabé inventando.
-Cuánto habrá aprendido también, con todo esto. Porque no sólo ha habido documentación en papel, sino en sangre.
-La parte que yo llamo "trabajo de campo" la conocía muy bien por el mundo del teatro: en la creación de personajes, si haces de un loco vas a un sanatorio... En literatura lo había experimentado un poco con mi primer libro de relatos. Así que salir de la mesa de trabajo a la calle e ir a buscar historias me parecía una forma de aprender y un enriquecimiento, y creo que forma parte también de la gracia del escribir. Además, lugares, espacios y personas le dan pábulo a ese punto de actor, de disfrazarte. Cuando fui a Vera, yo no decía que escribía una novela sino que estaba investigando, que venía de la Universidad de Barcelona... Entre otras cosas, porque si saben que vas a escribir algo, en general, la gente no es tan franca -aunque yo no fuera tanto en busca de la exactitud histórica como de alguna imagen o sensación que me pudiera sugerir cosas-. Pero claro, una vez que conoces a la gente terminas quitándote la máscara y confensando. Creo que una de las partes más bonitas de la profesión es el "contacto con la realidad" como decía Nabokov, porque la realidad, si no es entre comillas, no existe. Aunque el otro proceso, el de papel, también ha sido importante...
-De hecho, ha debido ser brutal. -Pero luego ves un dato, o una imagen, o un nombre, que te abre un mundo de posibilidades. Y crees que es por cosas del azar, pero no: es que has estado ocho horas trabajando. Aquí entra un poco esa metáfora que me decía Jesús Carrasco del ojeador de caza, que es el escritor cuando va a un archivo. Ajustas un poco los libros, sacudes el polvo y ves cómo salen volando.
-En la novela nunca se sabe qué es verdad y qué inventado: París de entreguerras, corresponsal en la I Guerra Mundial, situs inversus... Y en realidad, en la escritura de la novela, posible e imposible se han seguido dando la mano hasta el ultimísimo momento.
-Sí, en este ejercicio de mezclar realidad y ficción a veces hay tres de cal y tres de arena. No se sabe bien cuál es una y cuál es otra. Incluso acotaciones increíbles ya con el libro acabado... Cosas que yo he elucubrado que podían haber sucedido han resultado ciertas; y al revés: otras que eran hechos consumados porque salían en periódicos o en libros han resultado ser falsos...
-La realidad siempre es entre comillas...
-Desde luego.
-En la novela se insiste en señalar la diferencia entre los "anarquistas de salón" (Unamuno, Blasco, Ortega), y los de "batalla". Especialmente chirriante resulta la figura de Blasco Ibáñez.
-Pero no fue ni animadversión previa ni que quisiera hacer de él cabeza de turco para simbolizar al anarquista de salón que tira la piedra y esconde la mano. En los hechos conretos de 1924 aparecía él, por ejemplo, subiéndose al Cadillac... También depende de quien escribe. Lo mismo es que he leído más cosas sobre Blasco Ibáñez que escribía gente de la derecha, y no lo pintaban muy bien, claro. Igual me dejé impregnar por eso. Es posible. Dicho esto, sí me parecía que debía dar la visión del anarquismo de salón, pintar al movimiento de manera no maniqueísta, y que si era algo que estaba en los libros tenía que salir en mi novela. De los tres intelectuales, es el que se lleva la peor parte, pero no de manera premeditada. Lo mismo, por origen familiar, he tratado más amablemente a Unamuno, por ser de Salamanca... pero no he pretendido tener una mirada benevolente con ninguno.
-En la historia, el ritmo narrativo va aumentando hasta el final. Como dice, en el juicio, por ejemplo, no hacía falta más que relatarlo.
-Había mucha información al respecto. Además de las actas, los periódicos.... Ahí el trabajo fue de condensación, pero las frases que dicen el fiscal, el defensor... están extraídas literalmente. El reto fue cómo introducir todo eso de manera que no crujiera en el tono de la novela, porque el lenguaje de hace un siglo era más pomposo, y el jurídico, aún más -aunque la novela no esté escrita en modo de 1924, no he pretendido que las expresiones suenen demasiado actuales-.
-Lo tremendo del caso es que los implicados en el asalto de Vera fueron absueltos por falta de pruebas en un primer juicio, pero luego condenados de manera ejemplarizante.
-De hecho, los magistrados que estaban en el Tribunal de Primera Instancia fueron condenados a inhabilitacion, incluso con multas. Dos años después, también en Vera, se descubrió una farsa montada por un grupo de policías que fingió haber desactivado a una partida armada de comunistas... Desde la dictadura de Primo, la jugada era mantener vivo el miedo a los grupos extremistas de izquierda para legitimarse.
-Hay semejanzas de desgaste social e institucional entre aquella época y esta. De hecho, muchas de las proclamas anarquistas se podrían ver hoy día en las pintadas de las paredes...
-La historia es cíclica. Imagino que cuando uno se pone a escribir una novela histórica no puede alejarse, no puede soltar el presente porque, quieras o no quieras, terminas haciendo eco. Entiendo que no es lo mismo una dictadura que una democracia, pero las democracias duran lo que duran y las dictaduras duran lo que duran. De hecho, en lo que cita la novela vemos que Primo de Rivera se justifica diciendo que toma el poder por la "incompetencia política"...
-No está de más recordarlo...
-Cuando la situación es muy mala, se puede aprovechar, y en los escenarios desesperados hay una tendencia a dar golpes de Estado. Yo creo que ahora el carácter cíclico de la historia no va a llegar hasta ese punto, pero hay que conocer el pasado para ir con pies de plomo. Nietzsche decía que las cosas siempre se repiten, sólo que lo que primero sucede como tragedia luego ocurre como farsa. Que no sé qué es peor, a veces.
También te puede interesar
Lo último