Cultura

¿Qué fue de la nueva política?

  • Manuel Cruz analiza los últimos años de la política española con la serenidad y profundidad escasas en tiempos de información instantánea y mensajes

Portada de la obra de Manuel Cruz.

Portada de la obra de Manuel Cruz. / M. G. (Huelva)

Manuel Cruz es un filósofo que, tras una larga y brillante trayectoria académica, decidió dar el paso e implicarse, y hasta complicarse, en la política; “representativa” habría que decir, pues fue siempre intelectual comprometido y presidente de la asociación Federalistas de izquierdas hasta su incorporación como independiente a la candidatura del PSC. Senador ahora, ocupó la presidencia de la Cámara Alta en la legislatura anterior, siendo diputado y portavoz de Educación y Universidad entre 2016 y 2019. Años (de la XII Legislatura, con dos mociones de censura y dos presidentes de Gobierno) en los que tuve la ocasión, como portavoz adjunto, de conocerle y disfrutar de esa “prontitud de la inteligencia y madurez en el juicio”, que defendía Baltasar Gracián para el Político.

Acaba de publicar en Taurus Transeúnte de la política (Un filósofo en las Cortes Generales). En él nos relata su experiencia de estos últimos años, tan convulsos para la responsabilidad pública como para las vidas particulares. Con la lucidez que le es propia, y merecedora de importantes premios de ensayo (Anagrama, Espasa, Jovellanos o Miguel de Unamuno), Cruz analiza la situación de este último tramo de nuestra historia política e institucional. Lo hace con una serenidad y profundidad desgraciadamente escasas en estos tiempos de información instantánea y mensajes que, como esos pañuelos de usar y tirar, sólo sirven para un estornudo. Como para una curiosidad momentánea suelen servir los tweets o posts con los que ahora se alimenta, y retroalimenta, el debate público.

Se agradece, pues, en primera instancia, de este libro la vieja y necesaria inclinación del filósofo por el análisis riguroso y meticuloso de la realidad, sea cual sea ésta, y cuáles sus fundamentos y argumentos. Así la tesis defendida, y demostrada, deriva de un razonamiento pormenorizado, no exento de la debida autocrítica ni de los ángulos más ocultos del discurso. Lo acompaña además nuestro autor con una prosa ágil y precisa, elegante y con una delicada ironía (compruébese con un ligero repaso al índice) que al modo cervantino amplía la perspectiva para que la página, el epígrafe o el capítulo nos sean, además de útiles, dulces y hasta divertidos. No sin dejarnos en ese estado de honesta perplejidad que sólo el humor inspira. Como cuando nos relata las más extravagantes peripecias del procés. Y nos dice, algo harto, la verdad, en la página 192, que “los catalanes estamos ya, más que contados, recontados. A este paso de lo que vamos a perder la cuenta es del número de referèndums y consultas sobre lo mismo que habremos llevado a cabo”.

Con dos partes bien definidas -la del análisis de lo que nos viene pasando y la de la propia experiencia personal a modo de diario-, esta suerte de tránsito político en el que nos embarca Cruz resulta ameno y clarificador. Porque, como nos dice al principio, “es propio de quien ama la filosofía no sólo la conciencia de estar de paso en cuanto se hace a lo largo de la vida, sino también el asombro, impenitente, en todos y cada uno de los momentos que la constituyen.” Siempre he creído que la política es la actividad que más se parece a la vida. Por eso nos apasiona, y desconsuela tanto cuando se aleja de ella.

Aunque son muchos los asuntos tratados en el libro, hay dos áreas de reflexión que iluminan lo más reciente de nuestra democracia: una es la de la aparición, a partir del 15 de mayo de 2011, de la denominada nueva política; la otra es la deriva independentista iniciada por Artur Mas en Cataluña poco después. Su conocimiento de los dos movimientos es tan cabal como esclarecedor. Y en ambos casos podemos concluir con el autor en la página 141: “No es que hayan envejecido de forma prematura, es que nacieron viejos”. Como había dicho ya Ortega y Gasset -de quien toma título esta obra- en su célebre conferencia de 1914 sobre vieja y nueva política: “En épocas críticas puede una generación condenarse a histórica esterilidad”.

Nacidos más de la impugnación (No nos representan, España nos roba, Ni rojos ni azules, recuerden) que de la alternativa, se manifiestan pronto como estrategias de ocupación de otros espacios políticos: el histórico de ERC, y hasta de la CUP, por los ex convergentes, el del PSOE por Podemos o el del PP por Ciudadanos. De tal modo que más que acabar con el fementido bipartidismo, han acabado por crear dos bloques irreconciliables. Hasta el punto que ni siquiera ante la crisis de mayor profundidad desde las Guerras del siglo pasado se atisban signos de acuerdos, aunque sean tan mínimos y necesarios como el de cumplir con los preceptos de la Constitución para renovar órganos tan importantes como el del Gobierno de la Justicia.

Aunque el diagnóstico sea el de un buen filósofo, tan real como descorazonador en algunos casos, su lectura nos reconcilia, sí, con lo mejor de la Política. Ese aristotélico “arte de lo posible” o “artesanía de lo necesario” –como yo mismo me atreví a poner en boca de un personaje de mi novela Cándido en la Asamblea– que tanto se parece a la Vida y que tanto conviene que practiquen personas como Manuel Cruz. Quien casi al final de su “diario” como presidente del Senado (De espectador a Protagonista es el capítulo) nos confiesa: “Lo que importa es conocer y dar a conocer. No ser conocido. Del mismo modo que para un escritor el mayor anhelo debe ser que lo lean, no que lo vean”. Madera de filósofo. Y de escritor. No se lo pierdan.

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