Cultura

Una novela diabólica

  • La editorial Demipage publica 'El don de Vorace', de Félix Francisco Casanova

El don de Vorace. Félix Francisco Casanova. Editorial Demipage. Madrid, 2010. 266 páginas. 20 euros.

El principal valedor de su rescate, Fernando Aramburu, lo ha llamado "nuestro Rimbaud" y la etiqueta, previsiblemente, ha hecho fortuna. Es verdad que el malogrado Félix Francisco Casanova (1956-1976) comparte con el autor de Iluminaciones, además de la belleza física, una "naturaleza rebelde y visionaria", aunque el genial adolescente francés simboliza no sólo la sorprendente precocidad sino el abandono prematuro y definitivo de la poesía, algo que el joven Casanova no tuvo tiempo de llevar a cabo. Hijo del poeta y médico canario Félix Casanova de Ayala, aficionado a la música e integrante de una banda de rock, Casanova fue un muchacho inquieto y de creatividad desbordada, de gustos rompedores que cristalizaron en una obra necesariamente breve pero de rara intensidad lírica, ligada -no en vano el padre había militado en el postismo- a lo mejor de la tradición surrealista. Una amplia selección de su poesía, La memoria olvidada, fue publicada por Hiperión en un volumen póstumo hace tiempo descatalogado. Ahora, junto con la reedición de El don de Vorace, Demipage anuncia una nueva recopilación de su obra poética y la edición del diario Yo hubiera o hubiese amado, escrito dos años antes del oscuro accidente -murió a causa de un escape de gas, tal vez provocado por él mismo, mientras tomaba un baño- que acabó con su vida. Por la misma época, a principios del verano de 1974, con apenas 17 años y en sólo 44 días, Casanova escribió esta novela "diabólica", como la califica Aramburu, "inexplicable dentro de la tradición literaria a la que estamos acostumbrados".

Dividida en 49 capítulos breves o muy breves que se alargan hacia el final, un final ambiguo y puede que precipitado, El don de Vorace cuenta una historia desquiciada, a caballo entre el género fantástico -reinterpretado en clave de parodia- y la ensoñación lírica. Después de varios intentos frustrados de suicidio, el joven protagonista, Bernardo Vorace, descubre que es inmortal, y a partir de ahí -un poco a lo Dorian Gray- decide entregarse a una delirante sucesión de crímenes resguardado por la conciencia de su invulnerabilidad. Es él mismo quien nos lo cuenta, en una especie de diario -que no excluye los diálogos- donde Vorace describe sueños o pesadillas que se confunden con una realidad alucinada. Se ha apuntado a Rimbaud, pero hay mucho de Lautréamont -o de Baudelaire, expresamente aludido- y de su poética del mal en un relato fresco, ingenuo y desenfadado que rinde homenaje a los grandes maudits sobre un fondo de estética siniestra. Lo peculiar, con todo, es el humor, un humor negro de nítida filiación surrealista que imprime al relato un tono ciertamente desacostumbrado. La obsesión adolescente por el tema de la muerte, extraña en un joven a quien todos coinciden en calificar de vitalista -pero que dedicó a su novia un poema, el último, titulado Eres un buen momento para morirse-, recorre toda la novela, presagiando de algún modo el propio final del poeta. Hay algo de necrofilia, de gusto por los bellos cadáveres en el renovado interés por la figura y la obra de Casanova, pero lo cierto es que El don de Vorace, sin ser tampoco -no hay que exagerar- una obra maestra, va más allá del mero divertimento.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios