La Niña de la Puebla
Historias del Fandango
Dolores Jiménez Alcántara (La Puebla de Cazalla, 1908- Málaga, 1999) fue ciega desde que tenía unos días de vida
Un colirio en mal estado le quemó los ojos y, a partir de entonces, hubo de valerse solo de su luz interior. Y vivió la vida “sin envidia de los videntes –diría ya de mayor-. Sé que es una carencia, pero estoy tan hecha a ser como soy que siempre saco el jugo de la vida a mi forma”. El cante fue su refugio desde pequeña, aunque su padre era reticente a que fuera artista; sin embargo, viviendo en Madrid la niña aprendió música y eso la puso en la pista del arte.
Contaba ella que la afición le empezó por un fandango que cantó en Morón cuando tenía veinte años, un fandango que cantaba Mazaco. Los oles del público la animaron tanto que por ahí se le despertó el gusto por el cante y los escenarios. Y de aquella primera actuación en público fue a los concursos, que ganó en Marchena, en La Puebla, en La Lantejuela…
Le fascinaba escuchar los discos de Pepe Marchena, hasta que un día se juntó con una amigas, cogieron un burro y se fueron a su pueblo, a conocerlo en persona y a cantarle, a ver si le gustaba a Pepe, y le gustó tanto que actuó en su espectáculo dos noches seguidas y le pagaron diez duros. Se corrió la voz por Sevilla de cómo cantaba y ahí empezó su carrera. Debutó en el Olimpia el mismo día que se proclamó la república, el 14 de abril de 1931, con 23 años. Ya viviendo en Sevilla, su familia hizo amistad con Pepe Pinto, con El Carbonerillo y otros artistas.
En Madrid de nuevo
Y de Sevilla, a Madrid otra vez, donde compartió cantes y ambiente flamenco con Canalejas, Miguel de Molina, Pepita Yarce la novia de Marchena, le acompañó la guitarra de Ramón Montoya…, actuó en los teatros, en el café de Chinitas … Y allí conocería al que fue su marido, Luquitas de Marchena, cantaor al que contrató para su propio espectáculo, que ya por entonces tenía Dolores, y se casaron a los pocos meses de conocerse, en 1933. Tuvieron cinco hijos, dos de los cuales, Adelfa y Pepe Soto, se dedicaron al flamenco, aunque con escaso éxito.
“Los campanilleros”
Sus primeros cantes grabados fueron fandangos, milongas, guajiras, colombianas..: los cantes de Pepe Marchena, en realidad, que fue siempre su referente inspirador. Su primer disco lo grabó en 1932, y en él plasmó el que se convertiría en su cante emblemático, “Los Campanilleros”, en el que su armoniosa voz cristalina destilaba miel y feminidad. Se basó en la melodía de los que había grabado Manuel Torre, pero ella los recreó con un mensaje distinto y el resultado fue una de las piezas flamencas más populares de la época; tanto que cuando iba a cantar a los pueblos salían a las carreteras a recibirla y tocaba la banda de música; la gente se acercaba a tocarla, abducidas por aquella voz angelical. En todas sus actuaciones había de cantarlos, porque se lo pedían siempre. Fue un éxito tan grande que la llevó a protagonizar la película “Madre alegría”.
La guerra civil le cogió en Madrid. Su padre, un barbero morisco de ideología anarquista, le componía las letras.
En 1936 dio recitales por los principales teatros de España, en gira con su marido.
Una gran lectora
Años después, cuando fijó su residencia en Málaga, en sus viajes a Madrid siempre se hospedó en el mismo hostal. En ocasiones, eran viajes para proveerse de libros de la ONCE. En su equipaje nunca faltaban aquellos voluminosos tochos escritos en braille, porque era una lectora empedernida desde jovencita. Y una mujer culta y refinada, algo que en su tiempo no era frecuente encontrar entre las flamencas. La literatura, junto con el flamenco y la familia fueron sus tres grandes pasiones.
Cantaora clásica
A Dolores se la asociaría con el periodo de la ‘ópera flamenca’, algo que para los nuevos rumbos que tomó el cante a partir de la segunda mitad del siglo suponía poco menos que quedar proscrita como cantaora. Pero ella venía del flamenco clásico. Recordaba que en su vida siempre se rodeó de artistas como Cepero, Canalejas, Vallejo, El Pinto, Pastora, El Sevillano, Valderrama o Marchena: esos eran sus compañeros, a cuyos cantes siempre prestó atención. ¡Claro que participó en espectáculos de ‘ópera flamenca’ (“La copla andaluza”, “El alma de la copla”), pero eso no significaba que no siguiera el cante grande y siempre manteniendo fidelidad con los originales –los de Juan Breva, de Chacón, por ejemplo-! De hecho, en unas actuaciones en Barcelona en 1988 - y estamos hablando de una cantaora con 80 años ya- contaba la prensa que había dividido su actuación en dos partes, una primera dedicada al cante grande, en la que salió vestida de negro, y la segunda que dedicó a los cantes más livianos y para la que se cambió de vestimenta por un conjunto gris con camisa blanca. Hasta ese detalle observaba.
(La próxima semana dedicaremos otro capítulo a la Niña de la Puebla).
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