Toros

Con la luna por testigo

  • Faena de Rabo a Miranda frente un gran novillo de Pereda premiado con la vuelta al ruedo.

  • Tres orejas cortó Pablo Aguado cómplice de Miranda en enseñar toreo grande.

No se veía la luna, pero estaba. Estaba dentro de esa redondez de plaza donde David de Miranda y Pablo Aguado llevaron cosidas a la noche cosas importantes y bellas del toreo que les distingue. Cosas de valor, quietud y temple de Miranda; cada vez mejor capotero. Cada vez más valiente; cosas de toreo primoroso en esa sevillanía innata de Aguado al que aguarda siempre su torería, y cualquier público que paladee cositas que echen gusto. No era ocasión de retos ni felonías sino de lealtad. Lealtad con la bravura emocionante del tercer utrero de la noche. Lealtad con el público que le dejó silencios inmensos a la noche escuchando como por el albero se derramaba bonita, impresionante, bella, la voz con la que Macarena de La Torre marcaba los tercios en cada lidia.

Noche de extasiarse con ella; de suavidad en la noche. Suavidad en el capote de  Miranda acariciando el toreo. Callada la noche dejando aplausos y quereres. David y Pablo haciendo la luna. Toreros en plenas arenas rocieras de fe y Rocío Chico. Fe de Miranda para creer en la clase que tapaban las medidas fuerzas del primero.

Los puntos aun frescos tensando sobre la piel del triguereño embarcando despacito la dulzura de ese pitón izquierdo.

Verónicas de primor fraguando faena en el tercero. Dejando sembrado el brindis al compañero y a todo. A todo porque David debía corresponder con toreo sin melindres a la clase, a la bravura y a la suerte que le había regalado ese extraordinario utrero de Pereda. Un gran novillo; bravo, enrazado y con fijeza llenando de emoción su embestida. Bravo también Miranda. Pero bravo con clase, con poder, con suavidad, torería y sentimiento cuajando por ambas manos y en los detalles del adorno la mas rotunda faena de toda la noche que la espada firmó con gallardía. También el palco, sellando con ese pañuelo azul honores de vuelta al bravo.

Pinturería torera de Aguado absorbiendo las 'dificultades' de ese utrero poco estiloso y exigente con lo que se le hiciera. Y Aguado se lo hizo despacito; íntimo el torero  en el sentimiento de una faena que tuvo mas de torreo que de toro. Impasible la luna en ese deleite de ver torear al sevillano llevando y trayendo cositas buenas en cada embroque hasta ese remate tan sutil y sentido al natural y los trincherazos del remate.

Hizo acopio de temple el sevillano en el que cerró plaza. Mucho temple. Despacio el toreo con el percal dibujando ese viaje que el de Pereda admitió con poder y entrega. Precioso ese comienzo de faena genuflexa la planta, toreramente gallardo en ese muletazo largo que le extrae poder al toro.  Aire de grandeza en una faena que encontró en el sevillano ese delicado toreo con la muleta. A más, este Aguado que dejó estampas de embroque suave y con mando. Sevillanía en esos remates de faena de trincherazos sentidos y ayudados elegantones.

Noche bonita. La luna no estaba para desplantes ni alborotos de salidas a hombros y a los dos toreros se los llevó en compaña un chiquillerío de órdago; a pie, camino de la Puerta Grande. 

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