Libros | José Manuel Conget

'El mirlo burlón': Touché

  • Conget lleva su alta literatura a su nueva novela

José María Conget (Zaragoza, 1948), en una imagen de 2014 en las calles de Sevilla.

José María Conget (Zaragoza, 1948), en una imagen de 2014 en las calles de Sevilla. / José Ángel García

Reflexiona Stendhal en el capítulo diecinueve de la segunda parte de Rojo y negro por medio de su curioso narrador: “Pero señor mío, una novela es un espejo que se pasea por un largo camino. Ora refleja ante nuestros ojos el azul de los cielos, ora el fango de los charcos del camino”. Reflexión que muy bien podría hacer el no menos curioso narrador de El mirlo burlón y muy bien asumir al mirarnos en sus páginas la generación de españoles que nacimos alrededor de la mitad del siglo pasado y vivimos la extinción de la dictadura en los arrebatados y quiméricos pasillos y aulas de las facultades, las de letras sobre todo aunque tampoco falto arrebato y quimera en las demás.

Zaragozano de nacimiento, José Manuel Conget ha repartido sus días por lugares muy diversos. Ha hecho estación en Londres, Lima, Nueva York, París…y en nuestro sur, Cádiz y, por fin, Sevilla, donde ahora reside, y siempre enredado en los asuntos de la cultura: cine, cómic, literatura…y en la enseñanza media y la universitaria.

Su obra es extensa: artículos, ensayos, relatos, pero, sobre todo, novela. Arranca con Quadropedumque en 1981, en la que el juego experimental está muy presente, como ya su mismo nombre manifiesta. Le seguirán Comentarios (marginales) a las Guerras de las Galias y Gaudeamus, las tres publicadas por Hiperión. En Alfaguara aparecerá Todas las mujeres y a partir de ésta será Pre-textos la encargada de publicarle el resto: Palabras de familia, Hasta el fin de los cuentos y La Bella cubana. También en la misma editorial, varias colecciones de relatos: Bar de anarquistas, La ciudad desplazada, La mujer que vigila los Vermeer y Confesión general.

Nos cuenta José María Conget en su última novela la historia de un seminario de filosofía en aquellos años famosos formado por el profesor, un jesuita muy joven y progre en la medida que puede serlo un jesuita, y los cuatro alumnos asistentes, tres varones y una hembra, aún no se llevaba la paridad.

La trama se teje a partir de un encuentro que uno de los alumnos varones organiza más de treinta años después en Zaragoza, ciudad en cuya Universidad se había desarrollado el mítico seminario que terminó por condicionar las vidas de todos y cada uno de sus componentes. A partir de una serie de ordenados flash-back vamos conociendo la trayectoria vital de los personajes y los acontecimientos de los embriagadores días en los que el seminario se desarrolló.

Portada de 'El mirlo burlón'. Portada de 'El mirlo burlón'.

Portada de 'El mirlo burlón'.

En cuanto al estilo de Conget, poco nuevo se podría decir sin recurrir al tópico o a lo ya dicho: afirmar que lo suyo es alta literatura, que su dominio de la lengua tiene pocos iguales hoy, que su conocimiento de las técnicas narrativas no tiene fondo, que su clásica y libérrima manera de contar sorprende en cada página… en fin, que, como ya se dijo, es difícil decir algo que no hayan dicho ya los críticos más reputados de nuestros culturales.

Aunque el juego formal lo sigue acompañando, de su primera a su última novela se aprecia un apaciguamiento del experimento, pero sin dejar de ser marca de la casa, sobre todo en sus sorprendentes voces narradoras.

Es El mirlo burlón una de esas novelas por las que terminas tocado, touché como se dice en esgrima, tanto por la excelencia de sus aspectos formales como por el reflejo especular al que se ve sometido el lector, sobre todo el lector mayorcito, el que vivió los desajustados y esperanzadores días de la tan, hoy, cuestionada Transición, historia envuelta en una inteligente tarlatana de nostalgia e ironía tan del gusto de Conget.

No sé si fue Rafael Conte quien ascendió a los altares de escritor de culto a José María Conget, peliaguda canonjía que no se sabe muy bien si es alabanza o queja, o alabanza que encierra una queja: que no se lee todo lo que se debiera. Y sí, nunca se lee a los grandes escritores lo que se debiera, tampoco a Conget.

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