El león de esparta ataca de nuevo

26 de julio 2009 - 05:00

Centro de Interpretación Huelva Puerta del Atlántico.- T.O.: "300".- Producción: Estados Unidos, 2006.- Duración: 117 minutos.- Dirección: Zack Snyder.- Guión: Zack Snyder, Kart Johnstad y Michael B. Gordon basado en la novela gráfica de Frank Miller y Lynn Varley.- Fotografía: Larry Fong.- Música: Tyler Bates.- Montaje: William Hoy.- Intérpretes: Gerald Butler, Lena Headey, David Wenham, Dominic West, Vincent Regan, Michael Fassbender, Rodrigo Santoro, Tom Wisdom, Andrew Pleavin, Andrew Tiernan

Segunda jornada del Cine Club de Verano programado por la Concejalía de Turismo del Ayuntamiento en este recinto de amplia proyección cultural. Se ha elegido otra película que en la época de su estreno, marzo de 2007. No era la primera vez que la histórica batalla de Las Termópilas se llevaba al cine. En 1962 lo hizo el fotógrafo de origen polaco y estimable director, Rudolph Maté, con el título "El león de Esparta" protagonizada por dos grandes intérpretes: el norteamericano Richard Egan, que encarnaba a Leónidas, y el británico Sir Ralph Richardson, que daba vida a su consejero espiritual. Lo que fuera entonces un ejemplo claro de la corriente llamada "peplum", es decir cine histórico, aquí se convierte en la transcripción, fiel a nivel de imagen de la novela gráfica de Frank Miller y Lynn Varley. A primera vista es evidente un planteamiento espectacular, prosopopéyico, hiperbólico y fantástico del hecho histórico con una inmediata lectura actualizada que hasta los más ciegos verán. Un mundo libre, una sociedad occidental, liberal y avanzada, asediada por un mundo oscurantista, fanatizado, intolerante, oligárquico, esclavista y liberticida. En suma el enfrentamiento de trescientos combatientes espartanos contra la aplastante máquina de guerra que los persas, más de cien mil soldados (algunos historiadores elevan la cifra a un millón) al mando del tirano Jerjes, especie de dios-hombre, desplegaron para aplastar a Grecia. La batalla de las Termópilas, uno de los acontecimientos bélicos más famosos de la Historia, que el mito y la leyenda han elevado a la máxima categoría como ejemplo de estrategia logística militar.

La fidelidad histórica, como en otros casos, es lo de menos y por tanto el relato fantasea a menudo sobre los hechos reales. Porque lo que se pretende sobre todo es suscitar una tragedia espectacular a modo de epopeya épica y de fenómeno visual, minuciosamente retocado digitalmente, de extraordinaria magnificencia a veces demasiado teatral y grandilocuente. Su principal misión es la exaltación del heroísmo y la defensa de los valores occidentales que han cimentado y consolidado nuestra civilización.

El espectador más avisado sabe que tanto las cifras como la historia se han fabulado hasta la exageración y las imágenes ensalzan ampulosamente, pero lo que nos presenta la pantalla es un espectáculo deslumbrante que ha engrandecido hasta extremos admirables su origen, la novela gráfica o el "cómic", como lo conocemos habitualmente. Y para ello nos presenta a los héroes de forma ponderada mientras retrata al enemigo con hipertrofias monstruosas y a veces caricaturescas. Un derroche expresivo sustanciado en un número poco habitual de planos, la mayoría de ellos pasados por la cibernética digital. Todo ello para suscitar en el espectador grandes emociones a través de unas imágenes, tal vez nunca vistas en la pantalla, a pesar de que su sobrecogedora fastuosidad estética no permita entrar más a fondo en la personalidad de los protagonistas.

Sin tener en cuenta la fidelidad histórica sobre la decisiva batalla de Las Termópilas, los crueles enfrentamientos entre los ejércitos espartano y persa, ya de por sí propicios más a la leyenda que a la autenticidad de los hechos reales, la película resulta más leal a su raíz inspiradora. Aunque muchos se empeñen en interpretar intenciones o segundas lecturas, que las tiene muy notables, es absurdo empeñarse en cicateras deducciones que siempre aducen los que ven reaccionarias estas tendencias y olvidan o ignoran mensajes evidentes en ejemplos como el de "Alexander Nevski" (1938), de Sergei Eisenstein, en pleno apogeo del sovietismo staliniano.

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