Así es 'Kurios', el espectáculo que el Circo del Sol traerá a Sevilla en 2026
El espectáculo ‘Kurios - Gabinete de curiosidades’, dirigido por Michel Laprise, estará del 17 de enero al 1 de marzo en la capital hispalense
“Solo porque algo no exista en estos momentos, no significa que alguien no pueda soñarlo”. Esta idea cargada de esperanza, de ilusión y de inquietud fue el germen para levantar el espectáculo Kurios - Gabinete de curiosidades. La 35ª producción del Circo del Sol funciona como un verdadero homenaje a la imaginación y a la curiosidad. Una nueva oportunidad para creer durante un minuto –arrancando el contador a partir de las 11:11, ni antes ni después– que lo imposible puede convertirse en realidad. Que todo está, literalmente, al alcance de la mano. Ya sea una gigante y mecánica o una diminuta capaz de marcarse unos pasos de hip-hop. El coloso ambulante se instalará en la explanada del Charco de la Pava (Sevilla) del 17 de enero al 1 de marzo.
Pero antes de desvelar algunos –solo algunos, queremos que se dejen sorprender en primera persona– de los números más impactantes, vamos a situarnos. Cuando el espectador atraviese la carpa blanca –sobre la que ondean las banderas del propio Circo, de Canadá y del país que la compañía está visitando– entrará en la segunda mitad del siglo XIX. Época que conoció la eclosión de inventos que revolucionaron la vida moderna. La fotografía, el telégrafo, la bombilla eléctrica, el ferrocarril, el automóvil, la anestesia e incluso la Coca-Cola fueron algunas de las creaciones que cambiaron el día a día de la humanidad para siempre.
Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que al pisar el patio de butacas la vista se detenga en los muchísimos detalles que inundan cada esquina como los gramófonos que ocupan el escenario. También se van los ojos hacia el Científico –interpretado por el alicantino David García Coll– que trabaja sobre una silla gigante coronada por una bombilla apagada, rodeado por una brigada de asistentes –hechos con restos de metal y cuero– que van de un lado a otro. Sin saberlo, acabamos de entrar en el laboratorio del protagonista. Un gabinete de curiosidades en el que, a juicio de este ingenioso personaje, existe un mundo invisible y oculto. Un lugar donde las ideas más locas y los sueños más grandiosos esperan ser descubiertos. Cuando el investigador ataviado con bata blanca consigue abrir la puerta a este universo de realidades imposibles, la locura se desata.
Los focos se apagan, suena la canción 11h11 –no pierdan de vista la cifra– y una locomotora atraviesa el campo y las grandes ciudades para llegar, a una estación en la que se baja un grupo de excéntricos pasajeros. Acróbatas, bailarines, malabaristas y percusionistas que, con sus mejores galas, dan paso a la magia, los saltos imposibles, el vértigo, el color, la poesía y la música. Circo del Sol en estado puro.
A los 50 artistas de 21 nacionalidades los acompaña una banda compuesta por siete músicos que actúan en directo, dando sentido a todo cuanto acontece sobre el escenario. Desde el primer número, en el que una enorme caja musical se abre para dar paso a una función de dúo de cuna que desafía las normas de la gravedad hasta el último, en el que un grupo de 15 artistas realiza secuencias espectaculares de acrobacias perfectamente sincronizadas y pirámides humanas que demuestran la increíble agilidad del cuerpo humano. No se sorprendan si se quedan sin respiración en algunos momentos.
Entre uno y otro, aproximadamente dos horas –con descanso de 20 minutos– en las que pestañear está prohibido. El humor conquista al público con el primer circo invisible del mundo, dirigido por un excéntrico maestro de ceremonias y su león –invisible, por supuesto– Felipe. La sorpresa que quita el habla se despliega en el número del mundo invertido –hasta aquí podemos leer– y la sencillez se hace grande en el teatro de manos. Un momento impregnado de poesía en el que un artista usa sus dedos para contar una historia que es grabada y proyectada en tiempo real sobre un globo aerostático que sirve de pantalla.
Mención aparte merece el exquisito vestuario del espectáculo. Los trajes –a cargo de Philippe Guillotel– funcionan como un tributo perfecto al poder de la imaginación humana y son el resultado de una exploración visual de los inicios de la ciencia, de los descubrimientos y los inventos que condujeron a la revolución industrial. Especial mención merece el de Nico, El hombre acordeón. Un disfraz que le permite encogerse y elevarse para estar a la altura de los ojos de absolutamente cualquier persona.
También es especialmente impactante la escenografía. Un patio de butacas convertido en una realidad alternativa en la que Julio Verne y Thomas Edison podrían encontrarse. Un lugar donde la poesía tiene nombre de progreso y en el que todo puede parecer –al menos, durante un minuto– real.
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