Juan Jacinto Muñoz-Rengel: “Todos tenemos la impresión de que la distopía ya está aquí”

El autor malagueño aborda en la novela ‘La transmigración’, desde un plano metafórico, “la inestabilidad y la confusión que sentimos en el mundo actual”.

Juan Jacinto Muñoz-Rengel, en una fotografía promocional de ‘La transmigracion’.
Juan Jacinto Muñoz-Rengel, en una fotografía promocional de ‘La transmigracion’. / Jeosm

El narrador malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel (1974) publica La transmigración (AdN), una novela distópica sobre el colapso y la identidad, con la que se vale para radiografiar buena parte de los males de este tiempo.

Pregunta.La transmigración es una novela sobre la identidad, en este tiempo que tiende a la hegemonía, también social...

Respuesta.–Es cierto que en un mundo cada vez más complejo podemos tener la sensación de estar diluyéndonos. Cada día es más difícil preservar y construir una identidad propia cuando se reciben tantos estímulos, cuando nos acosa la sobreinformación. En realidad, el problema de la identidad siempre ha sido conflictivo. Por cuanto tiene de ilusión, por su dependencia de los recuerdos, por lo difícil que nos resulta mantener estables nuestros estados mentales y de ánimo a lo largo de un solo día, y porque en este mundo de espejismos ya nos comportábamos de forma diferente según nuestros distintos contextos. Cómo no va a ser más complicado ahora, que tenemos distintos perfiles en distintas redes sociales, que hemos de convivir con bots y cuentas falsas, con deepfakes y con una realidad mixta en la que cada vez se hace más difícil conservar los espacios analógicos. De todo esto quería hablar gracias a la hipótesis fantástica de la novela. El fenómeno inexplicable que ataca a la humanidad desde las primeras páginas, haciendo que todos empecemos a cambiar de cuerpo de manera caprichosa, me permitía abordar el problema de la identidad desde muchos ángulos. La identidad respecto a un nombre, a una cara, a un cuerpo, respecto a nuestros vínculos y nuestras circunstancias. También me permitía hablar sobre nuestras identidades fragmentadas, sobre la confusión, sobre la inestabilidad, sobre la sensación de que podemos perderlo todo en un instante. Incluso, sobre las identidades de género, porque todas ellas, binarias y no binarias, se ven desde otra perspectiva cuando los personajes pueden acabar dentro del cuerpo que le depare la suerte, sea cual sea su sexo, edad o procedencia.

P.–La distopía es un género muy actual, que seduce al lector, ¿por qué a veces cuesta trabajo diferenciarla de la realidad?

R.–Porque cada vez todo va más rápido. En solo una década, ahora acumulamos más cambios globales drásticos que antes a lo largo de miles de años. Por eso, de repente, tenemos la impresión de que la distopía ya está aquí. De que estamos viviendo a los pies del futuro. Los avances tecnológicos van a tal velocidad que la sensación es la de estar dentro de las típicas historias anticipativas de la ciencia ficción. Mi novela, en cambio, no explora la vía de los progresos científicos. Sino que se adentra en otro de los miedos característicos de nuestro tiempo, la posibilidad del colapso. La literatura nos prepara para el amor, para la violencia, para la pérdida. Y en estos momentos, sentimos una urgente necesidad de prepararnos para los escenarios apocalípticos. Esto es debido a que las opciones para llevarnos a nosotros mismos a la extinción han aumentado mucho en los últimos años, ahora ya no solo puede hacerlo una pandemia o un meteorito, ahora creamos armas biológicas en laboratorios, disponemos de un vasto arsenal nuclear, cambiamos el clima, los alimentos, nos autoenvenenamos, tenemos una economía global compleja y conectada, inventamos herramientas tecnológicas con capacidad para destruirnos sin tener ningún plan para contener su impacto. Y estas amenazas reales explican el auge del género apocalíptico.

“Como sociedad hemos elegido sumirnos en este caos, donde todo cambia y es volátil”

P.–Colapso y moral, esa encrucijada, que nos puede conducir a borrar todas las fronteras.

R.–Así es. Otro de los grandes temas que pretendía abordar con La transmigración era la cuestión de los límites. Quería hablar de la verdadera naturaleza de las personas cuando son llevadas al límite. De los límites de la moral, pero también de la cordura. De los límites de nuestros vínculos, de la familia y la amistad. De la conciencia como límite irreductible y del instinto de supervivencia. ¿Haríamos todo lo posible por salvar nuestra vida si lo que tuviéramos que salvar fuese el cuerpo de otro? Todo lo que tiene que ver con quiénes somos y cuándo dejamos de ser nosotros me parece importante para dilucidar los límites de la moral o de la empatía. Por eso en esta novela coral he querido plantear tantas situaciones distintas a partir de las diferentes líneas de acción de los personajes. No es tan fácil determinar nuestra auténtica naturaleza. ¿Alguien que se ha comportado con honestidad durante cuarenta años deja de ser alguien bueno porque en un momento crucial actúa como un cobarde? ¿Un hombre cuestionable se convertiría en una buena persona por un solo acto heroico? ¿Cuántos actos heroicos son necesarios para salvar a un asesino?

P.–Una novela coral y global, ¿por necesidad de explicar el mundo de hoy?

R.–Sí, justo para eso. Pese a la excusa fantástica de este libro, creo que en un plano metafórico no deja de hablar en ningún momento de la actualidad, de todo lo que nos está pasando. La confusión y la inestabilidad que todos nosotros sentimos ante el mundo actual, ante las teorías conspiranoicas y sus contrateorías, ante los cambios oficiales de opinión, ante la desinformación digital y algorítmica, ante la manipulación financiera, son las mismas que experimentan todos mis personajes cuando son arrancados de su vida y aparecen en otro cuerpo. Esa justa sensación de no saber dónde están, quiénes son, de poder perderlo todo en un instante, su casa, sus seres queridos, de que el mundo se hunde bajo sus pies y de vivir dominados por la sensación de irrealidad. Aunque eludamos responsabilidades, como sociedad hemos elegido sumirnos en este caos, donde todo cambia y es volátil. Tenemos más medios que nunca, pero nos sentimos aturdidos, divididos entre dos realidades, la física y la virtual, hemos perdido el control de nuestra imagen pública y digital, no somos dueños de nuestros datos, y nuestras identidades se multiplican y desvanecen.

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