"Aunque lo intentemos disimular, el ser humano es mezquino"
Antonio Montes obtiene el Café Gijón con 'El grito', la recreación de una noche de vela a un muerto

Una muerta que reposa sobre la cama y convoca, con su silencio, un enjambre de habladurías, secretos y miserias. Antonio Montes (Montejaque, 1980) parte de este peculiar escenario para desarrollar la trama de El grito, obra que le ha supuesto el último premio Café Gijón de Novela. Un texto en el que va desgranando las conversaciones y pensamientos que pueden transcurrir entre las cuatro paredes de cualquier velatorio doméstico.
-El Grito parece una novela negra en sí misma, más allá del género, una novela oscura. No hay crímenes pero sí pasiones bajas.
-Lo que tiene de oscuro esta novela es sobre todo la sensación de agobio, de claustrofobia. Luego es cierto que también hay detalles de humor, y aparecen muchos personajes, algo que lo aligera mucho. La amenidad del relato es algo que me gusta destacar sobre todo por lo apabullante del escenario -un velatorio-. La novela tiene, además, dos tramas diferenciadas, porque en principio surgieron como historias separadas que después vi que podían funcionar juntas, aunque pareciera un poco extraño forzar ambas situaciones.
-Realmente es un escenario inusual el que presenta la historia: un velatorio en una casa, tan distinto al de los tanatorios...
-Yo comparo los tanatorios un poco con los supermercados, con todo muy medido, con el muerto detrás de un cristal, alejado incluso de los familiares... quizá sea más cómodo para la familia, pero te da esa sensación de frialdad, de todo mecanizado, por eso me parece que es más cálido lo de los pueblos. El muerto está, literalmente, encima de la cama, se puede tocar, uno se puede acercar a él, lo que resulta inconcebible de otro modo.
-Con 30 años, ¿ha estado en muchos velatorios?
-Pues sí. Yo soy de Montejaque, un pequeño pueblo de la Sierra de Ronda, y por desgracia he estado en más de uno. En los pueblos pequeños nos conocemos todos.
-Ahora se lo pensarán dos veces al verlo entrar...
-(Risas) No, afortundamente, me quieren mucho en mi pueblo. Es curioso: gente que ha leído el libro me dice que la escena que voy contando es clavada a lo que pasa muchas veces. Y ahora me dicen que en los velatorios se comentan cosas que salen en el libro.
-La estructura de la novela también contrasta mucho con la pesadez del tema: monólogos internos y diálogos.
-Quería generalizar esa sensación de agobio de los familiares, que llevan ya dos noches sin dormir. A esas alturas, claro, terminas alucinando, escuchando y pensando cosas inconexas, y pasan cientos de personas por la casa, y a todos los tienes que atender, por muy mal que estés en ese momento. He intentado recrear esa confusión que puede haber dentro de la mente de los familiares: a veces da la impresión de que están en varios sitios al mismo tiempo, ni ellos son capaces de decir dónde están en cada momento.
-El grito es, sobre todo, una crónica, un retrato social negro. Desoladora respecto a la condición humana.
-Es que, por mucho que se intente disimular, somos mezquinos. El protagonista fundamental de la historia es el pueblo. Por separado, tú tratas cualquier situación y, persona a persona, todos tenemos rasgos buenos, e intentamos acercarnos a las personas que consideramos que lo son. Pero en cuanto se forma una comunidad y podemos hablar, terminamos volviéndonos muy egoístas. Y no sólo en pueblos: en una oficina, por ejemplo, también pasa. Cuando empiezas a salir un poco de la gente que de verdad te llega, puedes ser implacable.
-Entonces no es del todo verdad eso de "pueblo pequeño, infierno grande..."
-El infierno está en todos los sitios, no hace falta buscarlo: llega. En cuanto hacemos grupo, terminan saliendo las fricciones.
-¿El cotilleo es un mal endémico de este país o es universal?
-Yo supongo que en todas partes existe en cierto grado. Pero creo que el cotilleo de pueblo es mucho más sano que el que se desarrolla hoy día en la tele, por ejemplo, porque no conoce límite: de todo hay que sacar algo malo. En el pueblo, sin embargo, la primera vez que sucede algo es un escándalo. Luego, ya no. En la tele lo es siempre. A mí me gusta decir que no es lo mismo comentar que criticar: comentar tiene un matiz de distracción, criticar es otra cosa.
-Bueno, realmente, es lo que vemos en los programas del corazón: una versión sublimada de la fascinación de la mesa camilla...
-Claro, una vez metes el afán de saber del otro y del hablar por hablar en la televisión estás jugando con fuego, porque hablan desde el púlpito y tienen que conseguir ser peores a toda costa. En los pueblos, por lo menos, aún no se ha llegado a este nivel.
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