Las guerras de Tarantino

Tarantino dice odiar la guerra pero su cine está plagado de violencia y en este caso es un conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial en territorio francés, lo que instrumenta su película 'Malditos Bastardos'.

14 de octubre 2009 - 05:00

Recordarán quienes leyeran mi crítica de la película Malditos bastardos, publicada aquí el pasado miércoles, que destacaba su inclinación al mimetismo, producto de su extraordinario conocimiento del cine en general y su amor por algunos géneros, especialmente el spaghetti western, al que de algún modo homenajea. Pero también al cine bélico, de tal manera que son fácilmente perceptibles la inspiración o la referencia a diversos films de esta especialidad en la película que nos ocupa y muy concretamente a títulos míticos, ya que prácticamente reproduce algunas secuencias, eso sí con un guiño crítico o satírico, para darle juego al humor que no falta nunca en sus realizaciones aunque sea con cierto aire agridulce o morboso.

Tarantino dice odiar la guerra pero su cine está plagado de violencia y en este caso es un conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial en territorio francés, lo que instrumenta su película. Es más, en Malditos bastardos uno de sus personajes se llama Wilhelm Wicki, en honor del director alemán Bernhard Wicki, realizador de toda la parte relacionada con el frente germano en la película El día más largo (1962), codirigida con el británico Ken Annakin y el estadounidense Andrew Marton. Es decir, que las guerras de Tarantino, identificadas en sus películas son en realidad guerras muy personales o para decirlo de otro modo, articula esas conflagraciones desde su perspectiva personal, que es inclinación frecuente entre los manipuladores de la historia que tanto abundan en nuestros días. Lo único distinto es su interpretación sarcástica o corrosiva, propia de su talante cinematográfico.

Toda esta alquimia tan particular lleva al realizador a incurrir en flagrantes anacronismos a los que induce casi siempre un especial énfasis. Recordemos el caso de la utilización en la venganza de Shosanna. Descaradamente recurre al tema compuesto por David Bowie para la película El beso de la pantera, que dirigió Paul Schrader en 1982. En otras articulaciones de tiempo, del espacio y de las circunstancias hay contradicciones evidentes. El propio Tarantino decía: "Las personas son personas y no hay buenos y malos". Su película, sin embargo, es la consagración de una venganza implacable -inspiración perenne de tantas historias-, perpetrada por un comando estadounidense que en realidad sólo ha existido en la fantasía vengativa del director contra la barbarie del III Reich.

Malditos bastardos es una nueva revisión del ejemplo clásico del director que reinventa la Historia. Desde Reservoir dogs (1991), que sigue siendo para mí su mejor película, pasando por Pulp Fiction (1994), consagrada con el premio en Cannes y el Oscar de Hollywood; Jackie Brown (1997), Kill Bill (2003), tan debatida siempre, y la primera parte de Death Prof (2007) -la segunda la dirigió su protegido Roberto Rodríguez-, llegamos a esta nueva vuelta de tuerca en torno a los temas que han inspirado siempre a Tarantino: la violencia, la venganza y el mal, que en el film que hoy nos ocupa subliman toda la alquimia que tanto complace al director norteamericano.

Quentin Tarantino dice que realiza el cine con la libertad que un escritor compone sus novelas. Esa libertad, al parecer, le permite todo, incluso para subvertir el final de Hitler, que, como se sostiene históricamente, se suicidó. En Malditos bastardos el nefasto führer es asesinado. Es, seguramente, lo que muchos hubieran deseado. En ese afán iconoclasta del director los judíos de su película se convierten en un elemento activo en su enfrentamiento con los alemanes, distanciándolos sensiblemente de su papel de víctimas como siempre aparecieron en todas las películas sobre el holocausto y realmente siempre relató la más acreditada Historia.

Si, como asegura, Quentin Tarantino: "La Historia nunca termina del todo, queda en el aire". Puede ser así. Pero en la mayoría de los casos los historiadores no hacen más que indagar la verdad y tratar de llegar a ella. El director de Manditos bastardos inventa su propia interpretación de la historia -en este caso con minúscula- para contarla a su manera en función de sus intenciones entre las que el propio cine juega en el relato un papel metafórico. En suma es otra historia, nunca menor dicho. Las guerras de Tarantino.

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