Las frutas y el alma

El periodista Federico Kukso publica 'Frutologías' (Taurus), en el que pone en cuestión el halo que rodea a los plátanos, los melocotones y las naranjas para ir más allá de una mirada ingenua

Naturaleza muerta con fruta, de Jan van Dalen (1620-1653).
Naturaleza muerta con fruta, de Jan van Dalen (1620-1653). / D. S.

La ficha

'Frutologías'. Federico Kukso. Taurus. 320 páginas. 20, 80 euros.

Experimentado en los asuntos de la divulgación científica, Federico Kukso nos era conocido por su Odorama, una historia del olfato y de los diferentes modos que el hedor y la fragancia han tenido de moldear los valores de nuestro pasado. Era aquel título un centón agradable, un compuesto de parches y recosidos que, mediante el recurso a anécdotas y datos curiosos de los que se gusta compartir a la hora del café, pintaba un cuadro de nuestra civilización, de la civilización en general, deteniéndose en pinceladas que a menudo suelen pasar desapercibidas (normas de higiene, reglas de cortesía, el refectorio y la alcoba) en medio de los brochazos de mayor bulto. La misma táctica, el recurso a la microhistoria (como la llaman ahora), el intento de rescatar del pasado la letra pequeña, más allá de unciales y placas, caracteriza estas Frutologías, que bien podrían considerarse un apéndice o prolongación del libro anterior.

El título contiene ya un indicio o advertencia de lo que podemos encontrar en el interior. Lo ha elegido el autor inspirándose en las Mitologías de Roland Barthes, nos cuenta en la página 30, y en su intento de penetrar el simbolismo asociado a los grandes iconos de la cultura de masas, el plástico, la hamburguesa y el automóvil, para alcanzar su fondo de sentido último; en continuidad con dicho espíritu, Kukso aplica el método a la fruta, a las frutas en general, y pretende ejecutar “un ejercicio de desnaturalización, de poner en cuestión el halo que rodea estos alimentos para ir más allá de una mirada ingenua que los ve como inocentes objetos de la naturaleza, carentes de historia o dimensiones políticas”. Sí: por muy naturales que nos parezcan, la pulida naranja que se expone en la frutería y el sedoso melocotón del postre son productos culturales, poseen un significado, una implicación, en cuanto aluden a estatus, gustos estéticos, intenciones sicalípticas, manejos políticos, reformas dietéticas. Las frutas no son inocentes en absoluto: y aquí Kukso nos ofrece un detallado proceso judicial que determina qué parte de culpa les cabe en qué cosas, y en qué sentidos, o sentidos, porque son muchos.

Para empezar, el de las palabras: higos, melones, bananas (y peaches en inglés, más sus equivalentes en el resto de los idiomas) son expresiones que han alcanzado una carga elocuente de sobreentendidos en según qué conversación, sin necesidad de detenerse en las evocaciones anatómicas que pueden despertar peras, duraznos o kiwis. Cada vez que tomamos una fruta para conducirla a la boca, que la manipulamos en el plato o la cesta del supermercado, estamos cargando con ella un orbe interminable de metáforas, de símbolos, de historias entretejidas, que prácticamente convierte ese anodino depósito de pulpa en una enciclopedia o un libro de fábulas. Consciente de ello, Kukso aplica el cuchillo y va mondando la cáscara, sacando los gajos, extirpando semillas, separa la linfa del hollejo y nos ofrece su jugo: espías franceses en las colonias españolas del siglo XVIII que buscan obtener la fresa más suculenta; membrillos de oro custodiados por las ninfas Hespérides (probablemente más bien cítricos); Carlos II de Inglaterra en una pintura de corte frente a uno de sus bienes más preciados, una piña; guerras comerciales y no tan comerciales a causa de plátanos, brevas o un misterioso superalimento llamado copoazú; la manzana de Newton en todas sus versiones, y la de Blancanieves.

Si uno es lo que come, como afirma cierto adagio de filiación marxiana, este libro revela el contenido real de nuestros intestinos: ambición, deseo, oro, viajes, traiciones, golpes súbitos de genio y también de miseria. ¿Qué otra cosa, en fin, compone el alma de cada uno de nosotros?

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