José Luis Gómez. Actor y director teatral, académico de la RAE

"La forma en que los gobiernos han tratado la cultura es un suicidio"

  • El onubense defiende la función social de la cultura, para la que pide más protección de los estamentos públicos. Lamenta la transformación que ha tenido la ciudad estos años.

José Luis Gómez estuvo en Huelva esta semana para recoger el Premio Latitudes a la Excelencia Cultural, el miércoles, y realizar el jueves un recital escénico en el centro cultural Harina de otro costal, en Trigueros. Probablemente es el actor y director teatral más respetado de España, y hace un año que es miembro de la RAE. En este 2015 celebra el vigésimo aniversario de su gran proyecto profesional: el Teatro La Abadía, de Madrid.

-¿Qué le supone volver a casa?

-Cuando vengo a Huelva me vuelvo un arqueólogo sentimental porque esta ciudad encierra para mí uno de los mayores patrimonios que puede tener un ser humano: el patrimonio de los afectos fundamentales. Pero el paisaje que acompañó esas vivencias está borroso por nuevas desviaciones físicas. Creo que la transformación de la ciudad de Huelva no es afortunada. Cuando paseo por aquí me pregunto qué hubiese ocurrido si en Cádiz se hubieran tirado las casas que se han tirado aquí. Hubiera sido posible conservar paños completos de calles que hubieran guardado una fisonomía de la ciudad valiosa. Muchas de esas casas son las mismas que se conservan como oro en paño en Cádiz o en La Habana. Eso no quiere decir que las ciudades no tengan que renovarse; claro que sí. Como siempre, la cuestión está en cómo hacerlo. Pero las cosas son como son y esa arqueología sentimental que practico cuando vengo siempre es fértil y siempre me reconforta. Porque el mejor patrimonio que tiene Huelva es el de la gente; el de la gente más sencilla, gente común, como fueron mis padres, mis primos... Personas sencillas, que no simples, que son las que forman el sustrato de la vida.

-Ha venido de la mano de dos viejos amigos para participar en Latitudes y en Harina de otro costal. ¿Más especial aún?

-Suscita muchos recuerdos. Juan Manuel Seisdedos, con su mujer, ha levantado un centro cultural delicioso en Trigueros, Harina de otro costal, y José Luis Ruiz ha creado Latitudes. Son ciudadanos que, de una inquietud propia por la cultura, por hacer un mundo mejor, han emprendido iniciativas de las que -es curioso si uno lo examina- los representantes de las instituciones públicas se han sentido celosos. Hablo del festival de cine, de Latitudes -iniciativa impensable en una ciudad como Huelva-, de un centro cultural como Harina de otro costal en un pueblo como Trigueros... Lo que uno ha observado a lo largo de los años es que los representantes de las instituciones se han sentido celosos de esas iniciativas y no las han distinguido demasiado con ayudas. Pero esos representantes tampoco han sido capaces de generar iniciativas similares. Y eso asusta mucho.

-¿La cultura en Huelva tiene un hándicap añadido?

-Huelva tiene limitaciones pero lo que me parece más gozoso y me reconcilia una y otra vez con las circunstancias es la gente. Me hace olvidar otras circunstancias ciertamente adversas.

-¿Por eso apoya Latitudes o Harina de otro costal?

-Sobre todo cuando veo que desde las instituciones no hay iniciativas de ese tipo. La inteligencia de vida y desinteresada, sin partidismo, de los representantes de las instituciones públicas debería estar ojo avizor para sostener cada flor que nace de iniciativas particulares, y a su vez generar otras que pudieran ser vinculantes para hacer ciudad. Y lo que digo es la inteligencia desinteresada apartidaria de los representantes de las instituciones públicas, tanto de lo que es puramente Estado como de otras, como fundaciones de bancos y cajas. Debe tener la sensibilidad suficiente para apoyar cada flor que nazca.

-¿Cuál debe ser el papel del Estado, entre tantas críticas por el IVA cultural?

-En un país de 44 millones de habitantes, al parecer la cuarta economía europea, generador de una de las grandes lenguas universales, la forma en que los gobiernos han ido tratando la cultura en sus diversas manifestaciones es un suicidio. El IVA no tiene parangón en Europa. Razones debe tener el Gobierno pero se escapa al entendimiento racional. El mayor patrimonio que tiene este país es la lengua. La Real Academia Española, que es la más alta institución que cuida de ella, está en una zozobra económica espantosa. Y el sostén que recibe del Estado el teatro, con una de las grandes tradiciones de Occidente, el sitio donde día a día la lengua se manifiesta con su mejor sonido y su mejor sentido, no es nada comparado con un país como Bélgica, de 22 millones de habitantes, u Holanda o Francia. Estamos al borde de un suicidio cultural. Naturalmente que el español sigue siendo una lengua fundamental en el mundo pero ya lo es mucho más por la fuerza y creatividad de Latinoamérica, y la vigencia de sus letras, que por el clima cultural español. ¿Remedios? Tenemos. Hay medios limitados pero el problema es siempre cómo se reparten. Naturalmente que hay muchas urgencias en un momento de crisis, urgencias sociales, antes que nada, pero digamos que ciudadanos y gobernantes debemos saber que el alimento que representan para el ser humano los productos de la cultura es tan esencial como el alimento físico. Azaña decía una cosa extraordinaria: el hombre es ciudadano pero no lo sabe; hacérselo saber y entender es tarea ingente y generosa de la inteligencia política.

-¿Está deshumanizada la sociedad actual en términos educativos? ¿Prima la competitividad?

-Sin duda. El tema de la competitividad es un tema delicado. Creo que es importante que en una sociedad la gente ascienda por mérito, gracias al esfuerzo. Cervantes decía algo muy hermoso: los hombres pueden ser iguales pero no son iguales en lo que hacen. Hay que tenerlo en cuenta. Creo en el esfuerzo y en el mérito. En el mérito producto del esfuerzo. Pero es una cuestión delicada porque las desigualdades sociales impiden el acceso igualitario a la educación a amplias capas de la población, y mientras eso no tenga una nivelación suficiente, seguimos estando en un reparto injusto de posibilidades. Una persona afortunada por el nacimiento y por el entorno de sus progenitores tiene muchas más oportunidades que una persona que nace en circunstancias mucho más humildes. Eso no quiere decir que muchos no logren superar las grandes barreras, pero para la mayoría no es el caso. Y es una cosa sobre la que hay que reflexionar. Yo no estoy en contra de la competitividad; otra cosa es que el enfoque de las sociedades es predominantemente economicista y ahí sí estoy en desacuerdo. No creo que la economía resuelva todo.

-Y la cultura es la que más universaliza la educación.

-Evidentemente. Huelva tiene 150.000 habitantes. En ciudades de ese tamaño en Europa existen servicios culturales mucho más intensos que los que existen aquí, que brillan por su ausencia. Digamos teatro, música, cines comunitarios sostenidos por socios pero apoyados por los ayuntamientos... ¿Por qué tienen en Alemania, en Suiza o en Bélgica teatros que funcionan todos los días todo el año? Porque las obras de los grandes autores, lo que podríamos llamar la dramaturgia de Occidente, es un archivo del pensamiento, de sentimientos, de los hallazgos de la belleza que han hecho esos pueblos a lo largo de veinte siglos. ¿Y qué función tienen esos teatros? Hacerles accesibles a los ciudadanos esas manifestaciones a un precio módico. En España, la mayoría de los teatros que existen en las provincias no tienen elencos, tienen una programación prácticamente comercial, y los productos de esa cultura occidental siguen estando inaccesibles para la población.

-¿Es necesario el sustento público por ese interés general?

-Creo que sí. O, mediante la educación intensificada, despertar una sed en el ciudadano. Una sed para que busque, reclame, acceda con espíritu crítico. Pero es difícil mantener el espíritu crítico en un país en el que se anula la Educación para la ciudadanía.

-Después de un año en la RAE, ¿qué balance hace?

-Para mí fue una sorpresa que me propusieran. Yo no me he dedicado a escribir pero mi vida me ha llevado por otros derroteros y escribo de otra manera: escribo en el aire. Sí es cierto que por azar de la vida me he dedicado a contribuir a que el español suene en el escenario con el mejor sentido. Me he dedicado a la oralidad o a mejorar la locución escénica en mi país. Antes de que existiera la escritura, hubo dos mil años de oralidad creándose obras imperecederas del espíritu humano que llegan y nos alimentan hasta hoy. El cantar del mío Cid [la lectura interpretada en Latitudes y Harina de otro costal esta semana] es el primer testimonio del español escrito. Pero es que antes de que fuera escrito fue compuesto de manera oral, de memoria. Y es un prodigio. Es uno de los grandes poemas épicos de Europa, absolutamente apasionante. Existía la oralidad y la Academia tuvo en cuenta que había contribuido de esa manera al trabajo común. Y por otra parte, en los estatutos de la Real Academia, la retórica y la oratoria estaban como propósitos pero nunca se llegó a desarrollar. Entonces, de pronto, tener a una persona que ha trabajado en eso de manera preferencial, parece que ha sido significativo. Y Cómicos de la lengua, este proyecto que he hecho, nace de mi perplejidad por cómo contribuir yo al trabajo maravilloso que han hecho muchos académicos a lo largo del tiempo.

-Su nombramiento se asumió como reivindicación del teatro.

-Me siento muy amante de mi profesión. Es gente muy esforzada, muy laboriosa, que vive la mayoría en circunstancias difíciles, en las que la pasión por su oficio y su vocación es lo principal y de una extraordinaria generosidad. Aquí nos llamamos cómicos, y hay ahí algo de despectivo de la sociedad. Cuando nos llamamos así también hay en nosotros una conciencia del desamparo que hemos vivido, pero al mismo tiempo hay un mal disimulado orgullo de la función simbólica que tiene el hecho de representar imágenes especulares del otro. Venero mi profesión.

-¿Qué está preparando ahora?

-Ahora estoy festejando los veinte años de La Abadía, que es mucho en circunstancias muy difíciles. Es un teatro de servicio público con la tarea de hacer accesible a los ciudadanos los mejores productos de esa dramaturgia de la que hablo. Y es insólito. Tenemos una vocación reformadora de enriquecer, contribuir a mejorar aspectos quizá descuidados de nuestro trabajo, como pueda ser la lengua o un trabajo muy fino del actor. Y afortunadamente ha habido una gran lealtad de las instituciones. En el caso de La Abadía ha sido paradigmático, estupendo, y ahora el proyecto es cómo organizar que otro corazón habite La Abadía en los tiempos en los que yo ya no vaya a estar. Un corazón que lata fuerte.

-Motivación se le ve siempre.

-Claro que la tengo.

-Igual que no se le ve de retiro dorado en Punta Umbría.

-Hombre, pasarme temporaditas sí, pero no, no de retiro. Me apasiona mi trabajo, la fricción con mis compañeros, con mi gente, me apasiona la sala de ensayos, me apasiona la sala de entrenamiento.

-En las tablas siempre.

-En las tablas, sí, pero antes de eso están la sala de ensayos y de entrenamiento donde hay que curtirse. Eso es un gran alimento. Y también seguir facilitando a los más jóvenes instrumentos mejorados. Ese ha sido el trabajo de La Abadía: dar procesos mejorados a una serie de actores que hace veinte años llegaban con ganas de aprender. Hemos hecho ese trabajo como cualquier otro. Un trabajo artesano. Porque a mi no me gusta hablar siempre de arte. Lo nuestro puede ser arte pero no siempre lo es. Con que sea muy buena artesanía, ya me contento.

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