"El festival es una disculpa generosa para que se junten los cineastas"
Con su simpatía por bandera, el mexicano repasa varios pasajes de su trayectoria
-Más de 140 películas avalan su carrera. ¿Se queda con alguna en especial?
-No. Siempre la mejor película y la que más me divierte es la siguiente. Es lo más divertido de este trabajo, que te genera ilusiones e ideas, nunca aburre. Bueno, sí, te aburres si eres malo. Si tengo que elegir, me quedo con Cadena perpetua (1978), de Arturo Ripstein.
-¿Por qué?
-Porque entonces Arturo y yo funcionábamos muy bien e hicimos una buena película sin darnos cuenta.
-¿Dónde está el secreto?
-En hacer las cosas sin pretensiones. Tal es así que en lugar de escoger las localizaciones adecuadas por el tiempo, por ejemplo, las escogíamos por los restaurantes (risas).
-Un papel para recordar...
-Hace diez años, cuando yo tenía 60 años y estaba más pollón, me ofrecieron hacer en teatro la comedia musical El violinista en el tejado. Tuve que aprender a cantar 20 canciones todos los días. ¡Descubrí un género nuevo a los 60! Eso sólo se da en el cine, en esta carrera.
-Le apasiona su trabajo.
-Me encanta. Es una aventura: o la cagas o no, pero siempre hay que divertirse.
-Además de actor es arquitecto.
-Estudié Arquitectura porque no había una carrera de Cine. Me encanta la arquitectura porque es muy creativa y se parece mucho al proceso creativo del cine.
-Imagino que su padre, el actor Pedro Armendáriz, habrá influido en usted para que se haya terminado decantando por el celuloide.
-No tanto mi padre como la gente que trabajaba con él. Cuando ejercía como arquitecto me acerqué un día al estudio Churubusco. Todos los que estaban ahí me conocían desde chiquito y me preguntaron que por qué los había abandonado. Pensé: híjole, pues es verdad, si ésta es mi casa. Y decidí intentarlo.
-¿Es fácil para un latino sobrevivir en Hollywood?
-Hollywood me divierte porque es un cine simpático. No voy a Hollywood a tener éxito, sino a pasarla bien, ver otras películas y comer hamburguesas (risas).
-La crisis acentúa la creatividad.
-Estoy notando que los cineastas latinos, entre más crisis, mejores películas hacen. Cuando tienen mucho dinero hacen unas mierdas horrorosas porque quieren compararse con Hollywood y los latinos no sabemos hacer ese cine apoteósico. Ahora se está haciendo muy buen cine en México.
-¿Qué significa para usted que se le conceda el Ciudad de Huelva?
-Estoy encantado. Éste es un festival en el que he pasado momentos muy divertidos, un certamen cariñoso donde me tratan muy bien. No es pretencioso como los de Cannes y todos estos y eso me gusta.
-Es la tercera vez que ha estado en Huelva.
-Me encanta venir porque tengo buenos amigos aquí, como el ex director del festival José Luis Ruiz. Siempre la he pasado genial. Hubo una vez que en una semana engordamos como 20 kilos (bromea).
-La crisis también está afectando al certamen. Este año afronta su trigésimo sexta edición con menos presupuesto y, aún así, sobrevive.
-El Iberoamericano es una disculpa muy generosa para que los cineastas se junten, vean el material y hagan cosas buenas. Es un festival muy importante y divertido que hay que promover y que tienen que apoyar más las administraciones.
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