Cultura

Los fans y su gran noche

Entre el vintage y el revival, Raphael ha resultado agraciado con un primerísimo premio en el eterno concurso de la música joven. La de antes y la de ahora, por mucho que el tirón ahora lo tenga en lo que se suele nombrar como edad adulta, que en estos tiempos que corren viene a ser ya de los treinta y pico para delante.

Tiene su público de toda la vida, obviamente, el que ya no es tan joven, que para eso ha sido una leyenda de la música y el espectáculo este divo que maneja como nadie aquellas baladas románticas que sigue dominando como un auténtico maestro que es, rendido desde hace décadas a una sobreactuación que le define y por lo que se pudo observar ayer en la plaza de toros, que es su público quien se la demanda concierto tras concierto. De hecho en muchos temas es el propio público el que en esa extraña liturgia que se produce en sus espectáculos canta a grito pelado mientras el artista, divino es, dirige -hasta a la orquesta si hace falta- y sonríe, pero no de cualquier manera, sino con esa sonrisa golfa con la que ha enamorado, y no es broma, a sucesivas generaciones en España, en América y en el mundo entero.

Pero también tiene Raphael otro público relativamente más joven que se ha ido incorporando a un club de fans en aumento tras ese mirar atrás que ha supuesto la recuperación de productos de alto consumo. Un público ansioso de mitos a los que adorar y junto a los que celebrar una nueva liturgia cuando se presenta la ocasión. Ayer en la plaza de toros de la Merced, un número indeterminado de onubenses -el total de espectadores lo deberán ustedes calcular a ojos de buen cubero: la organización daba la cifra de solo tres mil- procedieron, en esa comunión de la que les hablaba, a verse reflejados en un altar iluminado para que todos pudiéramos observar la esencia del espectáculo, Raphael, el objeto único de culto -por mucho que la orquesta, en este caso la Sinfónica de Málaga, también ocupara su lugar-. El juego, la liturgia si lo prefieren, consiste en que el público se mira en las canciones que Raphael les habla a veces más que les canta, en los gestos que Raphael les hace para que lo vitoreen y le griten guapo. El juego es mirarse en él para verse reflejados tal como a ellos les gustaría ser, y por supuesto tal como a ellas les gustaría que fuera ese gamberro que las venga a enamorar con una sonrisa golfa y cómplice.

Raphael ayer, sobre el albero de la plaza de toros, aupado sobre una simple plataforma rectangular, arropado por una orquesta bastante decente, iluminado de forma sucinta, con un sonido algo deficiente, sin más utillaje ni abalorios que su sola presencia, que es ya bastante, fue y se sintió desde antes de que empezara el concierto, el centro y el eje de su espectáculo. Lo sabe desde hace mucho tiempo. El público también. Un público que le adora, que le jaleó, y hasta le cantó a gritos, pero que no logró evitar que el concierto marchara por los derroteros que el artista tenía pergeñados y que le llevarían a un espectáculo intimista, de relación directa, a un tête-à-tête entre baladas y dibujos de baile de salón, pero del salón de la casa de cada cual. Raphael, muy cerca.

Es justo destacar el valor de un señor que se pasa cantando y actuando sin descanso tres horas seguidas, transmitiendo como sólo saben hacer los grandes, casi sin hablar con el respetable en todo ese larguísimo tiempo. Las canciones de siempre y algún tema relativamente nuevo en su repertorio -algo de Bumbury, o el Gracias a la Vida de la gran Mercedes Sosa-. Treinta canciones con la Orquesta Sinfónica de Málaga detrás. Treinta canciones archiconocidas del genio que sigue siendo, temas que es imposible que nadie no haya tarareado mil veces. Desde la Provocación o el Escándalo hasta esa canción desenfadada que puede rubricar cualquiera en estos atribulados tiempos: "Será esta noche ideal / que ya nunca se olvida, / podré reír, y cantar y bailar / disfrutando la vida. / Olvidaré la tristeza y el mal / y las penas del mundo, / y escucharé los violines cantar / en la noche sin rumbo". También cantó, o contó, que sigue siendo aquél, y luego simplemente que es aquél que por tenerte da la vida. Temas conocidos para tres horas de comunión con su público que tanto le quiere y le adora. Tres horas de liturgia, celebrada por don Miguel Rafael Martos Sánchez, Raphael. Qué personaje.

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