Sed de exuberancia
Tercer concierto lírico de la temporada 2009-2010 de la fundación Caja Rural del Sur a cargo de los malagueños Antonio Torres y Arturo Díez, quienes ofrecieron ópera, zarzuela y canción a un público tan fiel como entusiasta que abarrotó el aforo la noche del miércoles 10 de marzo. Los beneficios económicos se destinaron a AONES.
Antonio Torres es un barítono de voz poderosa que de inmediato se impone en el escenario. Sus brillantes medios y agudos le dotan de un atractivo que no abunda entre las voces de su tesitura. Bien es cierto que la cualidad suya de emisión torrencial con estilo fiero predispone al oído a un escenario de teatros descomunales; aunque su abuso del espectro forte le hace desatender los múltiples matices que atañen al abanico del matiz en piano, imprescindible en aquellas composiciones intimistas o de trazos más camerísticos. Hemos de elogiar de su concierto una esmerada expresividad, principalmente en las grandes arias de ópera (con sus calados y silencios), así como sus eventuales retos de ensanchar la voz en los agudos. A propósito, su fuelle era inagotable pues cuando pareció que se había llegado al tope, el barítono colmaba a la melodía con un ataque deslumbrante.
Arturo Díez supo desde el principio cuáles son los fundamentos de un pianista acompañante, quien sigue la respiración de la voz. Tuvo oportunidades para deleitar al público con sus excelencias solistas en pasajes de transición donde el timbre del instrumento de la Sala dijo mucho a lo largo de la velada, que deparó incluso la sorpresa del arte compositivo del propio pianista: su obra Jacinta, que fue aplaudida fervorosamente por el público, es una corriente de música linda y sensual en cuya interpretación apreciamos esos instantes mágicos donde se puede pensar en muchas escenas memorables del cine clásico. Y como anécdota hemos de referir su actitud hacia el final de una de las primeras piezas de la segunda parte: dejó que Torres se explayara, y apuntaló briosamente la última nota.
Nemico della patria, de Andrea Chénier, de Giordano, y Pietà, rispetto, amore, de Macbeth, de Verdi, fueron las mejores interpretaciones del concierto tanto por el depuramiento expresivo como por el sentido dramático. Un rubato ideal sería el soporte físico de un trabajo estupendo que condujo al auditorio a todo el corazón de la ópera, vivida intensamente gracias a la flexibilidad del recitativo. Pastoral de Mompou fue también de agradecer en una versión donde se puso de manifiesto la lucidez del compositor. Curiosamente las obras más conocidas no alcanzaron el nivel deseable: el barítono malagueño se había familiarizado pronto con un público que no se resistió a demandarle detalles impetuosos para que el fuego escénico se hiciera realidad. Cuando ocurre el fenómeno de la sobrevaloración del auditorio, el intérprete se embriaga, llega a desinhibirse y en medio de la fiesta olvida ciertas lagunas; el caso de Antonio Torres son desafinaciones de notas incluidas en frases con acentos exageradamente distribuidos (ocurre a veces que al recargarse ciertas partes del compás otras pierden afinación). En En la cárcel de Villa de La linda tapada, de Alonso, reveló un fraseo tosco sin perfilar.
Torres y Díez son unos artistas que evidencian convicciones musicales de buen gusto y profundidad dramática, fraguados con sendas trayectorias muy enriquecedoras. El barítono debe durante los ensayos redefinir su dinámica tomándole el pulso a la partitura y madurar el discurso en general. El pianista ha de redondear más el concepto narrativo de la música escenificable para evitar introducciones asépticas e incluir en sus esquemas lo espontáneo (esa chispa inexplicable).
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