Cultura

La eternidad esperaba en Moguer

  • Hoy se conmemora el 60 aniversario del entierro en su pueblo de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí con la inauguración de una exposición documental sobre aquel viaje final

Apenas fueron 18 meses los que sobrevivió Juan Ramón a Zenobia. Su vida se consumió más rápido que lento sin el gran amor de su vida. Contaba la enfermera que quedó a su cuidado en Puerto Rico que eran frecuentes sus caricias al molde de la mano de su esposa ausente. Se sentía ajeno en este mundo sin ella, con la que anhelaba ese regreso ansiado a la amada patria, España, y el Moguer de su infancia cuyo recuerdo marcó toda su estancia en el exilio. Pero al final regresó a casa junto a su mitad, persona y poeta, y con ella descansa, para siempre, desde hace hoy, justo, 60 años, cuando fue despedido de este mundo entre miles de personas rendidas al vecino escritor, al paisano universal que entró en la eternidad junto a su amada en la misma tierra que le vio nacer.

Juan Ramón Jiménez salió de España a un exilio forzado con el estallido de la Guerra Civil. Y sostuvo hasta el final de sus días que no volvería en tanto no acabara el régimen franquista que tanto detestaba desde el alzamiento; contra el que siempre luchó con la fuerza su palabra durante su paso por Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico.

Muchos habían sido los intentos de la oficialidad para incorporarle a una renovación de imagen nacional, invitándole a formar parte de la Real Academia Española, y a dar conferencias, editar nuevos libros y recibir loas varias. El poeta siempre se negó a recibir nada. Por eso costó que se atendieran, a su muerte, el 29 de mayo de 1958, las peticiones para que fuera repatriado con los restos de Zenobia para ser enterrados en Moguer.

El sobrino del poeta, Francisco Hernández Pinzón, y el alcalde moguereño de la época, Juan de Gorostidi, llevaron personalmente las negociaciones que encontraron oposición en la embajada española en Puerto Rico. Los escollos se salvaron finalmente y los restos del matrimonio Jiménez-Camprubí llegaron a Madrid un 4 de junio, en medio de una expectación propia de las visitas de jefes de Estado, ante una "intelectualidad oficial fría y mínima quizá, y los jóvenes que sólo conocieron a Juan Ramón por lo que escribió, los más sinceros en este caso", narró entonces un joven Jesús Hermida en su crónica para Odiel.

De hecho fue el alcalde de Madrid, José Finat, conde de Mayalde, destacado franquista, simpatizante nazi en el pasado, quien sorprendió en todas direcciones al emitir un bando pidiendo a la población que se echara a la calle a presentarles sus respetos al Nobel moguereño y su esposa. En la misma ciudad de la que tuvieron que huir 22 años antes, donde fue saqueado por falangistas su piso de la calle Padilla que nunca quisieron desmantelar pensando en su regreso por la restauración de la República.

Los féretros de Juan Ramón y Zenobia fueron recibidos por una multitud en Barajas, incluido el ministro de Educación Nacional, Jesús Rubio, obligado ya por la arenga del conde de Mayalde, que llevó la comitiva hasta la Plaza de Neptuno con tributo mayor de la Banda Municipal madrileña.

Lo que era un regreso tortuoso por las trabas iniciales, reservado para la intimidad de la familia y el reconocimiento sencillo de la cuna moguereña, se convirtió en un acontecimiento nacional. Y Sevilla se sumó por petición del rector de su Universidad, en parada intermedia, también bulliciosa, antes de llegar a Huelva.

Y Moguer estuvo ahí para recibir al poeta que vio pasear entre sus calles junto a Platero, camino de Fuentepiña. Aquellos dos días, 5 y 6 de junio, la población duplicó su número. Eran 7.500 los habitantes entonces y fueron alrededor de 15.000 los que acompañaron los dos féretros, entre la curiosidad y la admiración, también la ignorancia, de quienes sólo sabían que era aquel muchacho escritor de los Jiménez-Mantecón.

No faltaron intelectuales de la época. El pintor Daniel Vázquez Díaz no faltó a despedir a los amigos: "Con alta devoción, emocionado, firmo con lágrimas", escribió en el libro de condolencias. Francisco Garfia, moguereño y poeta, estuvo allí ante el maestro por vez primera en persona. Y el joven periodista Hermida, que portó su féretro en el hombro.

Todo el testimonio documental de aquellos días se refleja ahora, por primera vez de forma exhaustiva, cronológicamente detallado, en la exposición El viaje definitivo, tras un año de intenso y excepcional trabajo de la investigadora Teresa Rodríguez, del Centro de Estudios Juanramonianos. Esta tarde se inaugura, a las 19:00, en la Casa Museo, donde exhibirá durante todo el mes casi 300 fotografías, 60 de ellas inéditas, 478 reseñas periodísticas, y el cariño intangible del pueblo por su poeta.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios