La íntima convicción optimista de Pedro Masó, rey de la comedia

Director de cine, productor y guionista, no tuvo la consideración crítica que una parte de su obra merece y la consideración histórica que su obra exige

Fotograma de 'Atraco a las tres' (1962), escrita por Masó y dirigida por José Mª Forqué.
Fotograma de 'Atraco a las tres' (1962), escrita por Masó y dirigida por José Mª Forqué.
Carlos Colón / Sevilla

25 de septiembre 2008 - 05:00

La de Pedro Masó es una historia americana de cuando los españoles queríamos ser como los americanos que veíamos en las películas: el botones de los Estudios Chamartín que llegó a ser a los 26 años jefe de producción para después independizarse y convertirse en uno de los más importantes productores y guionistas del cine español. Tal vez el excelente ciclo de comedias que produjo y escribió (en muchos casos junto a Rafael J. Salvia y Vicente Coello) entre 1955 y 1967 -de ¡Ya tenemos coche! y Manolo guardia urbano a Un millón en la basura y Sor Citroen- tuviera esa íntima convicción optimista que sedujo, divirtió y a veces emocionó a millones de espectadores, proporcionando textos para algunas de las mejores interpretaciones de los más grandes cómicos (en el sentido genérico de actores) del cine español, un entretenimiento digno y alguna que otra obra maestra como La gran familia o Atraco a las tres (ambas de 1962).

He puesto como límite a lo mejor de Masó el año 1967 porque las condiciones de producción y recepción del cine español desde finales de los 60 hicieron imposible la existencia de un cine comercial que tuviera la profesionalidad y dignidad que nuestro cine popular había tenido en los años 50 y la primera mitad de los 60 (el éxito sin precedentes de No desearás al vecino del quinto en 1970 y el destape -que Masó, cómo no, también practicó- representan el eje de este declive). Sus películas de los 70 -salvo las que hizo con Fernán Gómez (Crimen imperfecto) o Tony Leblanc (El dinero tiene miedo, El astronauta)- fueron menos interesantes que sus anteriores producciones. Al final su talento se refugió en la televisión, donde obtuvo como director los éxitos de Anillos de oro, Segunda enseñanza (1983 y 1986, guiones de Ana Diosdado) y Brigada central (1989, guiones escritos por él y Juan Madrid). Autor de 140 guiones, productor de 82 películas y realizador de 14 títulos, sólo destacó en esta última faceta en el medio televisivo.

Por eso volvemos a sus años de oro, 1955-1967, para recordar sus grandes guiones y producciones. Una parte de su obra es uno de los más fiables retratos de los deseos de la emergente clase media española -eso que se llamó el franquismo sociológico- que se veía tal y como aspiraba a ser en sus guiones para las comedias Las chicas de la Cruz Roja, ¡Ya tenemos coche! (ambas de 1958), El día de los enamorados (1959), Amor bajo cero (1960), Siempre es domingo (1961) o Vuelve San Valentín (1962), que además tuvieron el mérito de imponer el talento musical de Augusto Algueró. Otra línea prolongaba el tradicional costumbrismo sentimental en Manolo Guardia urbano (1955), Los ángeles del volante (1957), Tres de la Cruz Roja (1961), La gran familia (1962, su debut como productor independiente, premiada en Cannes y distribuida internacionalmente), La familia y uno más (1965) o Un millón en la basura (1967).

De la misma forma que para las comedias "modernas" se inspiraba en el cine americano -que tanto influyó, en su vertiente negra, sobre su estupenda 091, policía al habla (1960)-, para los sainetes sentimentales tomaba elementos del neorrealismo rosa del cine popular italiano de los 50. De I soliti ignoti (Rufufú) del maestro italiano Monicelli tomó la idea de su obra maestra Atraco a las tres (1962, dirigida por José Mª Forqué y escrita por él en nueve noches de tabaco negro y café).

En ningún caso dejó de vincularse a la arraigada tradición teatral española de la comedia costumbrista y sentimental. Sus producciones y guiones para Paco Martínez Soria hicieron la fama cinematográfica de este cómico, tan tosco como eficaz, al potenciar la raíz que le vinculaba al legado de Casimiro Ortas, Valeriano León y los grandes cómicos que interpretaron las comedias de los Quintero, Arniches, Muñoz Seca o Antonio Paso, cuyo espíritu de campechana bonhomía y cómica tozudez supo trasladar al cine, a través de sus guiones y las direcciones de Lazaga y Sáenz de Heredia, en las seis películas que, desde La ciudad no es para mí (1965, basada en una obra del académico Fernando Lázaro Carreter oculto tras un seudónimo) a Don erre que erre (1969), convirtieron al cómico en el actor más rentable del cine español junto a Sara Montiel y la pareja Escobar-Velasco.

Masó -que gustaba definirse simplemente como "un hombre de cine"- no tuvo la consideración crítica que una parte de su obra merece y la consideración histórica que su obra exige. La revisión de los criterios historiográficos se la ha ido otorgando en estos últimos años, reconociendo la Academia su contribución con un Goya Honorífico en 2005.

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