Cultura

La conquista de lo cierto

  • El Pompidou Málaga acoge hasta el 25 de septiembre su muestra dedicada al Nuevo Realismo, movimiento bautizado en 1960 por el crítico Pierre Restany

Si a lo largo del siglo XX la abstracción recorrió innumerables caminos, tantos otros siguieron las tendencias que de una u otra forma aspiraron a responder, erosionar o acotar el gran credo artístico que conformaron las vanguardias (lo que se dice alumbrado, ya lo estuvo mucho antes). La superación o eliminación de lo figurativo respondió a una primera mitad de siglo convulsa en la que Europa se vio diluida en sus peores miedos y en la que la representación de lo conocido ya no servía, y siguió teniendo éxito bastante más allá del fin de la Segunda Guerra Mundial, también al otro lado del charco, aliada con otros registros como el expresionismo y el minimalismo, hasta garantizarse una supervivencia sine die. La abstracción invitó a mirar de otra manera porque tampoco los ojos habituados a la percepción de costumbre servían. Pero ya en la misma posguerra Europa asistió a una metamorfosis prodigiosa: propiciada la liberación aliada y alzado el Telón de Acero que desembocaría poco después en el Muro, el territorio se convirtió en un caldo de cultivo idóneo para el orden capitalista, que contribuyó a enorme velocidad a la transformación de las ciudades, los hábitos y las costumbres a mayor gloria del consumo y la cultura de masas. Ya a comienzos de los años 50, en consecuencia, un puñado de artistas admitió que, ante semejante puesta del mundo patas arriba, la abstracción tampoco servía ya y sus postulados, por tanto, debían ser revisados. La reacción no podía adoptar otra forma que la del realismo, lo que levantó no pocas sospechas en una década especialmente sensible ante las imposiciones estéticas que se aplicaban en el extremo del frío Averno, bajo las directrices comunistas. Pero nada quedaba más lejos de la realidad: eran las propias ciudades, el paradigma publicitario y la misma lógica del consumo los contenidos que iban a alentar este Nuevo Realismo, que no fue el único de su tiempo aunque sí tal vez el más influyente. Y es el Nuevo Realismo el protagonista de la actual exposición temporal que acoge el Centro Pompidou Málaga en el Cubo del Puerto, donde podrá verse hasta el 25 de septiembre.

En realidad, bajo la etiqueta Nuevo Realismo se pueden localizar diversos movimientos creativos surgidos en Europa desde mediados de los años 50. Pero el Centro Pompidou, como corresponde, sirve en bandeja una mirada reducida a una veintena de obras pero suficientemente significativa al Nuevo Realismo que prendió el 27 de octubre de 1960 en Francia con la Declaración constituyente del Nuevo Realismo que firmaron Yves Klein, Arman, François Dufrêne, Raymond Hains, Martial Raysse, Daniel Spoerri, Jean Tinguely y Jacques Villeglé, además del crítico Pierre Restany, autor de la nomenclatura.

Otros artistas del círculo, como César y Mimmo Rotella, se abstuvieron de firmar aunque siguieron vinculados al grupo, que sólo puede considerarse tal de manera un tanto sui generis. Niki de Saint Phalle y Gérard Deschamps se adscribieron en 1961 y Christo, uno de los más populares embajadores del movimiento, lo hizo en 1963. Todos ellos aparecen representados en la muestra, comisariada por Sophie Duplaix. Y lo cierto es que el recorrido permite comprender hasta qué punto el Nuevo Realismo funcionó entre las formas de un conjunto con una causa común y un animal quimérico en el que cada cabeza iba por su lado. Las exposiciones colectivas no fueron muchas y se dieron exclusivamente entre 1960 y 1963, si bien el Nuevo Realismo siguió siendo una realidad hasta bien entrados los años 70. La disparidad en el seno del grupo obedecía a los múltiples formatos empleados, más allá de los soportes tradicionales: los carteles callejeros de Villeglé comulgaban y a la vez entraban en cierto conflicto con el objeto, consagrado como eje central en el resto del grupo, ya sea para su acumulación, empaquetado, deconstrucción o recreación. Pero todos ellos se adaptaron a la máxima acuñada por Restany, que definió el Nuevo Realismo como un "reciclaje poético de la realidad urbana, industrial y publicitaria". Son las ciudades las que laten aquí, íntegras, convenientemente asumidas a su traducción (reciclaje) artístico. Resulta estimulante, siempre, advertir la influencia del viejo cubismo en los procedimientos de digestión; y, más aún, como apunta Duplaix, reconocer la especificidad del Nuevo Realismo como oposición al todopoderoso Pop Art, del que fue contemporáneo, a la hora de apropiarse de las imágenes y los objetos producidos por la sociedad de consumo.

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