Cultura

Una comedia inolvidable

Dentro de esta programación del Cine Forum para jóvenes en el antiguo edificio de La Gota de Leche -otra denominación trasnochada conservada por tradición-, hoy Casa de la Juventud, nada mejor que esa conveniente mirada al pasado cinematográfico para recuperar auténticas joyas del cine, que como en este caso nos traen todo un incunable de la genuina comedia norteamericana, realizada por el polifacético Mitchell Leisen, director de prestigio en sus años de máximo apogeo, del que dicen fue el realizador que más dinero hizo ganar a la productora Paramount, injustamente olvidado por muchos al componer las antologías de la comedia clásica de Hollywood.

Menos preocupado de si mismo que del trabajo de los demás, Leisen encumbró a dos guionistas que trabajaron habitualmente con él. Me refiero, nada más y nada menos que, a Billy Wilder y Preston Sturges, que se convirtieron en prestigiosos directores. Sobre todo el primero reputado hoy como uno de los grandes de la comedia y que compartió la autoría del guión de esta película junto a otro buen escritor, Charles Brackett. Lo cual se nota. Sí porque estamos ante una de esas fluidas comedias tan jugosa como la que había realizado anteriormente, Candidata a millonaria (1935).

Se trata de una de las variaciones que Mitchell Leisen hizo del cuento de la Cenicienta, con planteamientos y tonos distintos. Ello le permitió sin profundizar demasiado el diseño de un conflicto de clases sociales al presentar a una mujer que quiere escapar de su status y condición económica. No es idea del realizador inmiscuirse en lo social, ya que nos muestra las clases altas con toques sarcásticos pero sin acritud y las bajas, eso sí, con una mayor simpatía, pero sin exageraciones. Trata a sus personajes con afecto tanto en lo positivo como en lo negativo y el distanciamiento con que los presenta dota a la puesta en escena de muy apreciables matices de distinción y elegancia.

Sabido es que Leisen fue un hombre muy minucioso en la expresión de los valores estéticos de sus películas: los decorados, el vestuario, la dirección artística, la forma del encuadre fotográfico y también en la elección de sus actores y la dirección de los mismos. Medianoche, es una buena prueba de ello y se aprecia singularmente en las actuaciones, especialmente, de los protagonistas, una encantadora Claudette Colbert, y un astuto y bravo Don Ameche, además del siempre acertado John Barrymore, en uno de sus últimos trabajos interpretativos. ¡Ah! y una de las grandes cotillas de Hollywood, Hedda Hopper, en el reparto.

En suma una afortunada plasmación de una relación romántica en la actualidad socioeconómica de la época, instrumentada con precisión, prestancia, encanto y desenvoltura. Con el feliz manejo de un guión pródigo en diálogos ágiles e ingeniosos, con un vital ritmo en las réplicas y la sencilla planificación que animan la fluidez de los acontecimientos ante la cámara. Uno de esos afortunados ejemplos de la llamada "screwball comedy", que permiten gozar al espectador de hoy de un estilo que Hollywood ha repetido hasta la saciedad, pero que no todos los directores han tenido la maestría de Mitchell Leisen para sacarle el mejor partido.

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