Historias del Fandango

Una cantaora enciclopédica

  • Se cumplen este mes 23 años de la hemorragia cerebral que costó la vida a la Niña de la Puebla cuando actuaba en la Peña flamenca de Huelva

La Niña de la Puebla.

La Niña de la Puebla.

En el flamenco, los títulos los da el conocimiento, y la Niña de la Puebla conocía bien el cante grande. Recuerdo una conversación con ella en su camerino, tras una actuación en Málaga, a mediados de los 80, para un pequeño reportaje que le hice para TVE.  Ella misma sacó el tema, haciéndome partícipe de su queja, porque conocía y practicaba  todo el flamenco y le apenaba que no le pidieran cantes grandes en sus actuaciones en Andalucía; sobre todo, que no la reputaran como cantaora jonda. Le recordé el caso de su amigo Juanito Valderrama, que también soportaba esas resistencias. Pero, gustara o no, Dolores fue una cantaora enciclopédica. De hecho, los cantes que más le llegaban eran las soleares y las seguiriyas. También las peteneras, los fandangos, las alegrías y las guajiras, los campanilleros.., que eran los que más le pedía el público. Le gustaban los cantaores clásicos, fueran o no gitanos, que en eso no hacía distinciones, aunque el gitanismo que se impuso desde los años 60 la ignoró y eso no lo llevaba bien.

Flamenca desde sus orígenes

En los albores de su carrera, la encontramos todavía como aficionada en una función benéfica en Morón, en 1930, en la que cantó “con gran estilo y timbrada voz” soleares, fandanguillos y granaínas que le valieron salir a escena varias veces entre los aplausos del público.

En 1931 se hablaba de Dolores como  una cantaora formidable. Con su voz tan delicada y una imagen de fragilidad, inspiraba ternura a los críticos, que se referían a ella como “la cieguecita Lolita Jiménez (Niña de la Puebla)”. Actuó en Sevilla a comienzos de abril y lo primero que declaró fue que sentía viva simpatía por la República, que se proclamaría diez días después. Por entonces, su más ferviente deseo era grabar discos “con fandangos, tarantas, medias granaínas, guajiras, campanilleros, colombianas, milongas, soleares y seguiriyas” en su peculiar estilo. 

Su primera actuación en Huelva fue en diciembre de 1932. Compartía cartel con Canalejas, el Niño de la Puerta del Ángel, Eusebio de Madrid, Rojo de Salamanca y el guitarrista Sabicas. La atracción, no obstante, fue la del músico Fernando Vilches, conocido como “el Vallejo del saxofón”, uno de los primeros en tocar estilos flamencos con el saxo y acompañamiento de guitarra. (Nada nuevo lo tuyo, Jorge Pardo).

En septiembre de 1934, actuó en la plaza de toros acompañada de nuevo por Sabicas. A Dolores la nombraba la prensa como la “estrella del cante jondo”, la “figura máxima del cante andaluz”, “la cantaora cumbre del arte flamenco”… Conviene referirlo porque, aunque era un tratamiento publicitario, esos eslóganes definían también un estado de opinión sobre ella entre los aficionados.

Cartel de uno de sus espectáculos Cartel de uno de sus espectáculos

Cartel de uno de sus espectáculos

Sus fandangos de Huelva

En su discografía, el fandango es un palo muy frecuente. De los de Huelva, o en su aire, los encontramos hasta en siete de sus discos. En 1935 grabó los “camperos de La Puebla”, que encajan en el compás y el aire huelvanos;  en el de 1940 cantó una variante de Rengel; en el de 1941 recordaba los personales de Niño León, y ya en las grabaciones que realizó a partir de 1964 fue cuando se decantó claramente por variantes de Alosno, Valverde, Santa Eulalia, Paco Isidro y José Rebollo. También grabó sevillanas bíblicas alosneras.

Tras la guerra civil, volvió a recorrer España con su compañía de  espectáculos flamencos  en una gira continua que mantuvo en activo durante un cuarto de siglo, nada menos.

Vitalidad y fortaleza

Su apariencia de fragilidad era solo eso, apariencia, porque tenía una gran fortaleza y la resistencia suficiente como para dar un recital de cante  durante cerca de dos horas y con una voz espléndida que nunca desfalleció ante los auditorios. A veces consultaba a la sala: “¿Qué quereis que os cante?”, para satisfacer lo que le pidieran de su amplísimo repertorio. Como se sentía con fuerzas y actuando era feliz, volvió a dar recitales por diversas ciudades de España a partir de 1978. Al cumplir los ochenta, comentó en una actuación en Barcelona: “me dicen que ya no debo cantar, pero cualquiera me sujeta a mí mientras me aguante la voz”, y remató con un fandanguillo: “Estoy harta de aguantar / que un hombre sin conciencia / abuse de mi bondad / y me ponga en evidencia”. Así de vital, de segura de sí misma y de lúcida permaneció hasta su día final.

Se apagó en Huelva

El día once de junio de 1999, a un mes de cumplir los noventa, fue a dar un recital a la Peña flamenca de Huelva. Y cuando estaba cantando por soleá, acordándose de Luquitas (“mi marido, que está arríba, me ayuda”), su última soleá: ”El querer que puse en ti / era poquito y se acabó. / Era poco y se acabó; / era un castillo mu chico, ay, / y el viento se lo llevó./ Serrano valientemente, / valientemente… No puedo…”, se apagó su voz, cayó sobre el micrófono y allí mismo, en un segundo -¡lo que es la vida!-  se apagó la luz interior que siempre la había guiado. Una hemorragia cerebral súbita, evacuación al hospital, traslado al de Málaga y allí falleció el día 14 de junio la voz de caramelo, la elegancia del cante, la persona entrañable de Dolores Jiménez Alcántara.  

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(Esta sección descansará unos meses y volverá después del verano)

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