Buena intención, correcto resultado, gran interpretación

A diferencia de las coronas, los títulos, el dinero o las posesiones, el genio no es hereditario. El actor y realizador Tony Goldwyn es hijo del productor Samuel Goldwyn Jr. y nieto del legendario productor Samuel Goldwyn, mientras por parte materna es nieto del dramaturgo y guionista Sidney Howard, ganador de Pulitzer en 1925 por Sabían lo que querían y del Oscar en 1939 por Lo que el viento se llevó. Tras tantas cartas de nobleza su carrera como actor, desde que tuvo su primer papel importante como el malo de Ghost allá por 1990, apenas presenta títulos de interés, destacando El informe Pelícano, Nixon, Romance & Cigarettes u Oppenheimer. Debutó como director en 1999 con La tentación siguiendo una discreta línea de comedia romántica o dramática con Siempre a tu lado, El último beso y Betty Anne Waters.

En Ezra sigue esta línea basándose en un guión de su amigo, el actor, guionista y director Tony Spridakis, a cuyas órdenes Goldwyn interpretó La última palabra (1995), inspirado en la relación con su hijo autista. Porque se trata de una historia de superación con forma de road movie o película de carretera en la que un padre (Bobby Cannavale) emprende con su hijo autista (William Fitzgerald) ese viaje -en este caso con tintes de fuga de su ex mujer (Rose Byrne) y de su padre (De Niro) e incluso de secuestro- que en las películas siempre simboliza la búsqueda de sí mismo y del otro.

Amable, bienintencionada y discreta, el valor mayor de la película es el descubrimiento del jovencísimo actor William Fitzgerald, diagnosticado de trastorno del espectro autista, que realiza una interpretación llena de ternura y de inteligente sentido del humor.