Cultura

En brazos de Utopía

  • El Museo Ruso de Málaga inaugura mañana su nueva colección anual 'Radiante porvenir', una revisión amplia del realismo socialista del siglo XX de la mano de sus principales protagonistas

Cuando Stalin dijo aquello de que "el artista es el ingeniero del alma humana", sabía muy bien lo que se traía entre manos. Pero había una premisa implícita vinculada a la praxis: de la ingeniería del alma del artista ya se encargaría el poder político, con todos los instrumentos a su disposición. El hombre nuevo que se propuso alumbrar la Revolución Soviética tenía que ser también, necesariamente, una cuestión estética por cuanto habría de ser el arte el que mostrara el modelo (o, mejor, el camino) para su personificación. En lo que se vino a llamar realismo socialista, por tanto, creación y propaganda se alían en un discurso sin fisuras que da por buena la prefiguración de la URSS como la vieja Utopía. Revisado hoy este periodo, anclado en los más sangrientos y demoledores mazazos del siglo XX, cabe advertir que, más allá de los éxitos de la censura, el órdago no estuvo exento de alcances verdaderamente brillantes; y, más aún, permite ahondar en un episodio fundamental de la Historia desde una óptica reveladora y, por más que a menudo pueda parecer lo contrario, repleta de matices. Si la sede malagueña del Museo de Arte Ruso de San Petersburgo tiene como primer objetivo la aproximación a la cultura rusa como epicentro de esta misma Historia a través del arte, que el realismo socialista adquiriera rango protagonista era sólo cuestión de tiempo. Finalmente, el centro de Tabacalera inaugurará mañana su nueva colección anual ad hoc bajo el título Radiante porvenir. El arte del realismo socialista, que podrá verse hasta el 21 de enero de 2019 y en la que los visitantes podrán conocer de primera mano a los artífices fundamentales de aquella corriente en contacto con su obra.

En realidad, la aparición del realismo socialista no fue ni mucho menos inherente al resultado de la Revolución. Todavía en los años 20 convivían en la recién fundada URSS una amplia gama de tendencias, desde ciertos estilos tradicionales decimonónicos hasta las vanguardias armadas en torno al constructivismo que tanto influyeron en Europa. No fue hasta los años 30 cuando, en verdadera pugna con el formalismo, el realismo alcanzó el rango de arte oficial. Para ello fue necesaria la implicación de artistas ya consolidados que en no pocas ocasiones abjuraron de su producción anterior (la sugestión de las autoridades soviéticas podía llegar a ser, como bien se sabe, determinante) con tal de aprovechar la oportunidad que les servía en bandeja el empeño gubernamental: artistas como Alexander Gerasimov y Vasily Efanov realizaron los primeros retratos a los líderes del Partido Comunista ya en clave heroica, al frente de los desfiles militares, pronunciando sus discursos en marmóreos púlpitos, rodeados de niños u objetos de ofrendas florales. Cuando Stalin llegó a la Presidencia del Consejo de Ministros en 1941, el campo para el culto a su personalidad ya estaba más que abonado.

Al mismo tiempo, argumentos como el trabajo de los campesinos, el desarrollo de las ciudades, la industrialización, la colectivización, los éxitos deportivos, los equipamientos militares y otros muchos asuntos se convirtieron en motivos predilectos para artistas como Alexander Deineka (un viejo conocido del Museo Ruso gracias a su presencia en anteriores exposiciones) y Alexander Samojválov. Todos ellos forman parte de la nueva muestra del centro, cuya instalación ha puesto a prueba a los técnicos dadas las enormes dimensiones de buena parte de las piezas: con su ambición muralista, el realismo socialista mantuvo su cariz oficial hasta el deshielo de finales de los 50. La Historia sigue. Por ahora.

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