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El último artefacto comunista | Crítica

La novela de Perisic hay que leerla en clave de una sociedad poscomunista, cínica y desnortada.

Un fotograma de ‘El último artefacto socialista’, una serie que en España puede verse en Filmin.
Un fotograma de ‘El último artefacto socialista’, una serie que en España puede verse en Filmin. / D. S.

La ficha

El último artefacto socialista. Robert Perišić. Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Impedimenta. 432 páginas. 25,95 euros

Esta brillante novela del croata Robert Perišić (Split, 1969) debiera ser leída con bitono añadido en forma de serie. El último artefacto socialista apareció con éxito en la serie que Filmin emitió en la inmediata pospandemia. Se agradece la novela y se agradece, también, la versión televisiva que dirigió con tino Malibor Matanić.

Pocos países nuevos y refundados hay más nacionalistas que la actual Croacia. Y, sin embargo, esta sátira, tan divertida, cáustica y amarga a la vez, pone el foco en una tediosa ciudad de provincias croata, casi innombrada (N.) y supuestamente fronteriza. Aquí, en la Croacia profunda, donde el turismo cero (antítesis de la costa dálmata), se ha instalado la abulia más absoluta. Cada cual vive aquí como desubicado. Se percibe en los lugareños de N. el eco del extinto socialismo autogestionado de Tito. Se notan también las cicatrices que dejó la guerra en la ex Yugoslavia, mientras va cociéndose como un nuevo tiempo, confuso y de poco fiar, a partir de la economía capitalista y los nuevos usos del libre mercado.

El avispado Oleg y un más taciturno Nikola llegan cual pícaros a N. con la idea de reflotar una vieja fábrica que antaño fue modelo de autogestión socialista. Ocultan que en verdad sólo pretenden fabricar dos turbinas que tienen comprometidas con un supuesto dictador que amenaza el bienestar de Occidente. Su idea es hacer el trato y salir pitando toda vez perpetrado el engaño. Ambos recalan así en la anodina ciudad e intentan hacerse con el favor de los locales para atraerlos a su proyecto.

N., más que una ciudad perdida, es casi un No Lugar entre pasado y presente. Pero es, además, como un micromundo en mitad de un tiempo híbrido y como desconectado. Cruza por las calles de N. un extraño hombre solitario y callado que sólo se dedica a pasear a su perro. Oleg y Nikola presentan su proyecto a Sobotka, quien fuera en tiempos ingeniero y líder sindical de la fábrica. Poco a poco, alrededor del proyecto, se van involucrando otros personajes. Todos ellos muestran su haz y su envés, predominando la zona de sombra y los ángulos privados donde el fracaso o el secreto inconfesable.

El último artefacto socialista es pues una sátira divertida y cruda en el que confluyen los sueños autogestionarios con el nuevo capitalismo y la picaresca de quienes buscan hacerse ricos en un tiempo de transición que hace bueno, como ha recordado Daniel Gascón, la cita de Adam Michnik: “Lo peor del comunismo es lo que viene después”. Pensemos si no en la desamortización de la URSS y en los oligarcas rusos que aprovecharon el festín privatizador para hacerse ricos entre las hipadas del beodo Boris Yeltsin.

Tragicomedia social. Humor despiadado. Crítica mordaz acerca de las pamplinas del arte contemporáneo (el giro final en torno al artefacto es toda una parodia de los frívolos cenáculos de vanguardia). Así pues, la novela de Robert Perišić hay que leerla en clave de una sociedad poscomunista, cínica y desnortada. Que en N. haya abierto sus puertas el pub El Lago Azul obedece al aroma tragicómico que envuelve a la novela y recuerda a los tristes bares y locales de ocio en el cine del sin par Aki Kaurismäki.

Robert Perišić se inscribe en la hornada de la última literatura croata demediada por la guerra en la ex Yugoslavia, bien en clave de sufrimiento o como herencia para las nuevas generaciones. A los nombres anteriores y ya clásicos (Dubravka Ugresić, Slavenka Drakulić, Slobodan Šnajder, Daša Drndić), se les unen, entre otros, los del ya conocido Miljenko Jergović, el bosniocroata Ivica Djikić, Lara Bastanić, Ante Tomić o el más joven Dino Pešut.

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