Cómic

La autoparodia

  • ¡Rapto tremendo! (2004), de Francisco Ibáñez, un álbum donde los agentes Mortadelo y Filemón tienen la curiosa misión de rescatar nada menos que al propio autor de sus historietas

Portada de la edición del 'Rapto Tremendo'.

Portada de la edición del 'Rapto Tremendo'. / M. G. (Huelva)

Muy posiblemente, Francisco Ibáñez no sea el mejor dibujante de tebeos de la Historia de España, ni sus guiones sean los más excepcionales, pero, indudablemente, es todo un genio. Ibáñez ha sido capaz de ir acercando a sus personajes a la actualidad, relacionando cada uno de sus nuevos álbumes con los acontecimientos más noticiosos. Primero, deportivos como los Mundiales o los Juegos Olímpicos, pero después también a asuntos históricos –El Quinto Centenario- e incluso políticos, como la crisis económica -¡Por Isis, llegó la crisis!-, recortes -¡Tijeretazo!-, las mismísimas aventuras de Luis Bárcenas –El tesorero- e incluso la última contienda electoral –¡Elecciones!-, por destacar solamente algunos ejemplos.

Mortadelo y Filemón afrontan estos asuntos desde el sentido del humor: con palos y sátira para todos los que se los merecen, que suelen ser todos, sin que lleguemos a tener nunca muy claro qué es lo que en realidad piensa Francisco Ibáñez.

Ibáñez es el padre de algunos de los personajes de cómic más divertidos que jamás se hayan creado, obviamente Mortadelo y Filemón, pero también toda la lista de maravillosos secundarios: el Súper, la secretaria Ofelia, el profesor Bacterio… y, por supuesto, los geniales villanos a los que se enfrentan en desigual combate nuestros dos agentes.

Es un elenco relativamente corto, pero no es necesario que sea más extenso, porque la fórmula funciona perfectamente, como en esas sitcoms en las que no hace falta más de media docena de actores para escenificar un guion brillante, semana tras semana.

Simplemente eligiendo el leitmotiv de cada álbum, el autor genera historietas a partir de un esquema tremandamente sencillo que se repite una y otra vez, pero que, a pesar de los años, no llega a resultar ni repetitivo ni mucho menos aburrido. De nuevo, ese aire a sitcom inteligente: surge un problema, el Súper encarga una misión a Mortadelo y Filemón, Bacterio les da un invento desastroso y tras una serie de violentos percances todo termina en una persecución; hasta que, en la siguiente página, el Súper vuele a encargarles una nueva misión que reanuda el ciclo, y vuelta a empezar.

Aquí de lo que se trata es de producir humor a raudales, y dentro de este esquema caben centenares de gags por página, y cabe humor de todos los tipos: absurdo, político, escatológico, políticamente incorrecto, violento, visual, juegos de palabras...

Francisco Ibáñez demuestra continuamente tener una gran capacidad para la autoparodia, a veces ensalzándose a sí mismo hasta el ridículo, otras veces quitándose importancia, también excesivamente. El personaje de cómic que Francisco Ibáñez ha creado de sí mismo juega a romper la cuarta pared que lo separa del lector. El autor llega incluso a protagonizar una de las aventuras de sus criaturas, Rapto tremendo, en la que es secuestrado y son Mortadelo y Filemón, quién si no, los encargados de rescatarle.

El súper convoca a Mortadelo y Filemón para asignarles una nueva misión: deben resolver un secuestro. ¿De quién se puede tratar?, se preguntan. ¿Rociíto? ¿La Pantoja? ¡No! A quien deben rescatar de las garras de sus captores es, nada más y nada menos, que al célebre historietista Francisco Ibáñez. Quien, casualmente, no es otro que su creador...

Este es el asunto que centra otra divertidísima aventura protagonizada por la pareja más célebre de la T. I. A., bajo el elocuente título de ¡Rapto tremendo!

En ¡Rapto tremendo!, Ibáñez vuelve a dar muestras de su capacidad para hacer el mejor humor. Los gags se suceden prácticamente de una viñeta a otra, propulsando la investigación de Mortadelo y Filemón, quienes, para colmo, solamente cuentan con un testigo ocular del secuestro: el exageradamente miope Rompetechos, otro de los personajes creados por el maestro Francisco Ibáñez. El problema es que Rompetechos, pese a ser el personaje favorito de su propio autor, no va a resultar de gran ayuda. ¡Nada más llegar a las oficinas de la T. I. A., confunde a Mortadelo con un obispo! Pero, sin duda, el verdadero genio del historietista es convertirse él mismo en protagonista. Este planteamiento le permite hacer humor a su propia costa: Mortadelo y Filemón están convencidos de que quien haya secuestrado al dibujante no podrá pedir un rescate más allá de unos tres euros.

La próxima semana: La última carta (1983), de Jean-Michel Charlier y Jean Giraud, vigésimo primer álbum de la serie Blueberry.

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