Metamorfosea las palabras. Están en la tierra pero, con ellas, el poeta teje una crisálida de hilos de oro hasta convertirlas en mariposas. Ya vivirán para siempre. Por eso, y porque el verdadero escritor ve "algo más que un cristal y el agua contenida en el mismo" cuando convierte el vaso en poema, Juan Cobos Wilkins reivindica "las alas para quien las trabaja".
Lo hace tras asumir que "todo ángel es terrible y fieramente humano". Y tras haber descubierto (no ahora, sino cuando tenía 14 años) cuál era el ángel más hermoso de su sueño: el bello y rebelde Luzbel. El que quebró el espejo, abandonó el paraíso y cayó. Porque al igual que él, Cobos Wilkins prefiere "la libertad que nace de la duda" a "una eternidad dedicada a alabar y a servir". Tanto es así que el "no serviré" de Luzbel es, desde entonces, la pancarta que no duda en levantar y el lema que forma parte de su escudo heráldico.
Así lo explicó ayer el escritor durante la presentación de su último poemario -Donde los ángeles se suicidan (Siltolá Poesía)- en la Biblioteca Provincial. Acompañado por la escritora y catedrática de Lengua y Literatura Española Carmen Ciria, el autor leyó un puñado de poemas de esta "angeología", alumbrada a raíz de la presencia constante de la figura del ángel en todas sus obras poéticas.
Este símbolo polisémico no es más que una de las tres constantes, tal y como explicó Ciria, de la triada que siempre habita en la obra del escritor de Riotinto. Así, también recorren transversalmente sus versos Peter Pan y el país de nunca de jamás (el niño que se niega a crecer) y la mantis religiosa, que "fascina y aterroriza" por igual.
Pero son los ángeles los que en este caso dan sentido a la cuidada antología temática, en la que el escritor propone una rigurosa selección de cada uno de sus poemarios -desde Espejo de príncipes rebeldes a El mundo se derrumba y tú escribes poemas- y el feliz resultado, según apuntó, es un libro diferenciado y con "sentido propio".
En su breve lectura de poemas de ayer, Juan Cobos Wilkins eligió, entre otros, al Ángel de la guarda, queen realidad "no protege de la tentación"; también desgranó los versos sensuales de Un adolescente abre la cremallera; o los impactantes de En Grand Central Station. No faltó Castillo interior, del reconocido libro Llama de Clausura; ni tampoco los Restos de belleza, cierre de Donde los ángeles se suicidan y evocación, tal y como comentó, de aquel reto personal que, siendo un niño, sentía: saltar a la piscina desde el trampolín más alto. Desde el último, el más/ alto trampolín de vértigo, miras, sin alas,/ el rectángulo líquido inmóvil:/una tumba/en el cielo abierta para ángeles./Y saltas.
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