cRíTICA DE MÚSICA

Los acordes de un futuro próximo

Este verano la provincia de Huelva recibe nuevos artistas. La Orquesta Sinfónica del Aljarafe es un proyecto musical que visita últimamente localidades costeras onubenses. Se trata de un conjunto formado por jóvenes y abierto a distintos sectores del público, desde el melómano empedernido hasta el seguidor de cantantes populares. Respecto a la velada de Punta Umbría, se pensó en un programa clásico con obras sinfónicas y solistas, alternando la duración y el carácter de las mismas.

La Orquesta Sinfónica del Aljarafe va haciéndose sitio dentro del panorama concertístico y escénico con repertorio convencional, zarzuela y actrividades didácticas. LLama la atención el timbre tan cuidado al fundirse el viento-madera y la cuerda. Ésta realizó unas prestaciones magníficas durante el concierto de Beethoven, obteniendo una alfombra aterciopelada con que contorneaba las frases del piano. Otra cualidad evidente era la flexibilidad dinámica: pasaba del mezzoforte al pianissimo para ajustarse a las exigencias de la partitura. Gracias a las destrezas interpretativas se evidenció el talento de Beethoven en una composición poco conocida, a la sombra de otras que gozan de enorme popularidad. Y es que su Concierto opus 15 viene a desarrollar la perspicacia mozartiana de sus últimos conciertos para piano; esas originales modulaciones del Allegro con brío son de especial dramatismo, más diversificado en el Largo, que vislumbran la apoteosis de la ópera romántica.

Por su lado, Penélope Carrasco es una pianista que extrajo mucha sensibilidad en su cometido. Su claridad de fraseo y su bonito rubato nos permitieron disfrutar de la inspiración que vierte Beethoven en este concierto. En la cadencia del primer movimiento resumió Penélope lo mejor de su estilo, lleno de frescura y elegancia. No quiso siquiera en las secciones impetuosas optar por el forte o fortissimo siendo fiel a una filosofía más camerística que desde el podio el joven Vázquez iba rigiendo. Sin embargo, hubo compases sincopados que perdieron definición y la pianista estaba apurada de tempo en los pasajes veloces.

Pompa y circunstancia de Elgar fue un estupendo aperitivo de la segunda parte. Aunque los tutti no terminaban de empastar y la cuerda sonara agresiva, escuchábamos a una orquesta de gran potencial, con algunas familias instrumentales y prestaciones solistas muy notables. Es aquí donde la orquesta recalcó su manera de entender la música y cómo se puede empatizar con todos los públicos.

Además, la dirección de Pedro Vázquez era determinante, con sus gestos amplios e incisivos, imprescindibles para una interpretación con brillo.

En este sentido, la suite de El lago de los cisnes de Tchaikovsky era una elección acertada a tener en cuenta por ser obra favorita del público. Apreciamos el sábado rasgos muy cuidados, como el accelerando minucioso tan eficaz del número introductivo o la claridad de timbres en el viento-madera, que durante el vals de entrada se entrecruzó con la cuerda.

No obstante, las sonoridades ásperas en las secciones prolongadas en forte e incluso la fragilidad de texturas eran el síntoma de una orquesta que aún necesita afianzar su carácter. Hay repertorio sinfónico que aunque parezca asequible, con sus recurrentes cambios de forte a piano, necesita una considerable profundidad. Tchaikovsky llega a mucho público con sus melodías a flor de piel y esa percusión encendida; pero existe un drama interior, ese algo más que ya irá llegando.

Como nota accesoria, era inadecuado tener un hilo musical previo al concierto. Esto es como un banquete: antes el paladar no debe haber probado nada. Cuantos menos prejuicios sonoros existan en la antesala de un concierto, mejor.

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