música por Marco Antonio Molín Ruiz

La Zarzuela: un bien perdurable

Que la Zarzuela colapse la entrada de un teatro es indicio de que las tradiciones permanecen. Huelva respondió con fidelidad a la oferta del Teatro Lírico Andaluz que, con el patrocinio del Ayuntamiento onubense y de Onda cero, ofrecía el sábado su versión de Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba: cuatro quintas partes del aforo con un respetable entusiasta ante la música de siempre, la de un tiempo hecho inmortal en la memoria colectiva. A más de uno se le escuchó canturrear esas romanzas y dúos que son la flor y nata del género dramático-musical español por antonomasia.

Resaltamos de esta producción los buenos recursos del cuerpo de cantantes y actores, cuyos brillantes números corales imprimieron la fuerza de una música totalmente ubicada en la época (¡Muera el prisionero! ¡Muera sin piedad!). La mazurca de las sombrillas se interpretó con un gusto especial animado desde un tempo dulce, base a una cuerda femenina encantadora y unos solistas libres de divismos. Hacia el final del segundo acto, la estupenda caracterización puso en escena una autenticidad hecha música en forti excelentes que no rebasaban la frontera de lo estético. El número con la escena de los vareadores era un aliciente visual: baile típico extremeño con que la escenificación alcanzó un nivel encomiable.

A Javier lo encarnaba un tenor de voz aunque pequeña muy bonita, apta para todas las exigencias técnicas: su personaje se enriqueció de todo el brío musical que le podemos agradecer; un brío llevado a su cumbre en el tercer acto. Luisa Fernanda es una soprano grácil, de exquisito fraseo y color muy llamativo que le granjearía un rendimiento magnífico. Aun resolviéndose aceptablemente, se notaba a Vidal Hernando con una peculiaridad en su línea de canto, donde hay notas sin terminar de afinarse; es como si hubiera dispersamente sílabas recitadas en vez de entonadas; con sus robustos finales se ganaría la ovación del Gran Teatro. La duquesa Carolina contaba con una voz muy expresiva que pese a su notable vibrato (Caballero de alto plumero) tuvo en la acción una presencia determinante. Por su lado, Luis Nogales vino de la mano de un cantante cómodo en su registro, con frases incisivas que tuvieron eco en la propia acción, como también ocurriese con Aníbal y Rosita. Los demás personajes supieron acentuar esos pequeños detalles gracias a un discurso optimista y generoso; su espontaneidad y chispa les facultaron para revivir situaciones que a más de un espectador le producía nostalgia.

La buena dirección de Arturo Díez obtuvo de la orquesta tutti llenos de drama y jovialidad que se evidenciaban al fundirse la cuerda y el viento-madera en la descripción de algún trazo psicológico; sin embargo, no se acabó de pulir la sonoridad de algunas familias instrumentales. Es como si la articulación no hubiera trascendido la barrera de la timidez.

No entendemos por qué no se edita programa de mano. Antes de la representación, se escuchaba por megafonía el reparto; además, el anuncio reiterativo del director orquestal al principio de cada acto sacaba de contexto al género. En un concierto didáctico para colegios o institutos, lo vemos imprescindible, pero, a juzgar por la edad del público asistente el sábado, no son necesarios tales prólogos.

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