Toros y flamenco en París
Historias del Fandango
En Andalucía, el flamenco y la tauromaquia son dos expresiones de una misma cultura. Toreros, cantaores, bailaores y guitarristas suelen provenir del mismo entorno social

Así convivieron en el pasado, en una relación muy profunda: gente del flamenco que ejercía en el toreo y gente del toro que practicaba el flamenco. Ambos artes utilizan un abundante lenguaje común: tercios tiene la lidia y tercios tienen los cantes, con oles se premian las faenas de los actores de la corrida e idénticamente a los de la actuación flamenca, desplantes hay en el toreo y en el baile, que tienen muchas otras semejanzas en común. Gestos, vestimentas, jerga, actitudes, historia… compartidos son el fiel testimonio de su esencia hermanada.
Hasta que modernamente se construyeron escenarios para dar cabida a espectáculos masivos, los más grandes del flamenco siempre encontraron acogida en las plazas de toros. En Huelva, concretamente, el coso de la Merced sirvió de escenario para dos acontecimientos de primera importancia, como fueron los Concursos de Cante Jondo de 1923 y 1924.
Iniciamos una mini serie de rastros informativos, con el toreo y el flamenco como leitmotiv, para ver cómo se han contado en la prensa esas relaciones en tiempos pasados.
En la Expo de 1889
En los últimos decenios del siglo XIX se pusieron de moda espectáculos mixtos como las pantomimas, en las que se lidiaban novillos y actuaban cuadros flamencos; espectáculos que fueron llevados, con gran acogida del público, hasta la Exposición universal de París en 1889, a pesar de las críticas internas, porque tampoco escapó esta iniciativa a la descalificación y el desprecio de antitaurinos y antiflamenquistas. El escritor y periodista José de Castro y Serrano, conocido como el Cocinero, se manifestó en contra de llevar tal espectáculo a Francia y arremetió contra el flamenco y la mujer que lo practicara poniéndola como chupa de dómine.

Invectivas a las que nada menos que la representante máxima del Estado, la reina, hacía oídos sordos cuando se trataba de ofrecer a mandatarios extranjeros o en visitas y acontecimientos internacionales aquello que representaba a la nación. En 1879 Isabel II, “la de los tristes destinos”, asistió en la capital francesa a una corrida que comenzó “con atronadores bravos cuando aparece la cantaora entre la fila de los toreros”.


Tal fue la euforia y el entusiasmo con que los franceses acogieron a los artistas españoles que cada copla “produce tempestades de aplausos”, y cuando intervino la célebre bailarina valenciana Rosita Mauri, en cuya pandereta había dibujado el pintor de la alta sociedad gala Carolus Durande una escena de toros, “se rifa entre siete números, vendidos cada uno a 1.200 francos”.
Este espectáculo coincidió con la presencia en Paris de Dolores La Parrala, acompañada del guitarrista Paco el de Lucena y de la bailaora La Cuenca. Fue en esta gira donde se conocieron y entablaron amistad la cantaora moguereña y la famosa actriz Sarah Bernhart, dos espíritus libres femeninos. En el repertorio llevaba su fandango, adaptación de una malagueña que Dolores tomó de la zona de Vélez, dándole el compás y el aire de Huelva, un fandango que ha sido tan profusamente cantado desde las últimas décadas del siglo XIX. Cabe inferir que, junto a otros palos, también cantó su fandango en París.
En Francia han gustado siempre mucho los toros, hasta el punto de registrarse manifestaciones de los aficionados pidiendo a las autoridades restablecer las corridas en alguna ciudad que las suspendió en época pasada. Había una gran plaza en la Rue Pergolese, en Paris. Los toreros españoles contratados debían estar en la ciudad varios días antes de la corrida para departir con los aficionados interesados en conocerlos y que les contaran sus experiencias. Los diestros de fama eran tratados con mucho aprecio y admiración, al nivel de las grandes figuras de otros artes. En algunas ocasiones, los mismísimos Campos Elíseos fueron el escenario de las corridas.

El fandango, en los circos
En España, tras morir el rey felón Fernando VII, con quien tantas dificultades tuvieron las músicas y bailes populares autóctonos en beneficio de artes extranjeras, el propio fandango se mostraba en las plazas de toros como un espectáculo circense. Veamos un ejemplo. Plaza de toros de Mallorca, 1832. El fandango, bailado entre maromas tirantes, equilibrios en sillas, payasos, saltos, cabriolas…

(No es de extrañar que, décadas después, los flamencos, viendo sus andanzas por tales ambientes, no quisieran reconocerlo como de la familia).

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