música

Savall cautiva con su rito colombino

Los músicos encabezados por Jordi Savall, en el escenario del Auditorio de la Casa Colón, abarrotado de público.

Los músicos encabezados por Jordi Savall, en el escenario del Auditorio de la Casa Colón, abarrotado de público. / alberto domínguez

Hito cultural en Huelva. Nunca la Casa Colón había registrado un lleno al reclamo de la música antigua. La continuidad del ciclo especializado que la Universidad desarrolla desde hace más de diez años ya muestra sus frutos. Lujo y prestigio para la ciudad de Huelva la presencia de Jordi Savall con un concierto de temática colombina.

Pocas secuencias bastaron al público para quedarse absorto ante una interpretación que encierra todo el rito y la grandeza que otorgan consumados artistas. Un aforo de ochocientas personas no pestañeaba a la escucha de cantos y danzas imbricados a la lectura de relatos; evidencia de que una gesta entroncada al arte augura éxito. Disfrutamos de una selección musical que comprendía obras cristianas, sefardíes, musulmanas y precolombinas.

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Soberbias las prestaciones de Driss el Maloumi, cuyo canto y laúd árabe fueron uno de los grandes atractivos de la velada y que dio vida al esplendor andalusí. Ya en su primer canto recreaba las hondas raíces de una rica tradición que poco a poco desvelaría la fuerza de las inflexiones del canto. El lamento árabo-andaluz del siglo XVI fue la pieza cumbre de este intérprete, que logró timbres y matices enternecedores.

Cinco voces participaron en un repertorio versátil que marcaba perfectamente el pulso de los acontecimientos. Al final de la primera parte la obra ¡Viva el gran rey don Fernando! de Carlo Verardi escuchamos las mejores cualidades de estos solistas. Magníficas las secuencias donde las voces iban creando distintas texturas: solista, al que se añadía otra voz para luego crear un discurso polifónico. El brillo de las voces solistas con la alfombra instrumental era prodigioso; destacamos al contratenor David Sagastume y al tenor LLuis Vilamajó. Para la muerte del Almirante y su epitafio el canto fue arrebatador, con un juego de colores y dinámicas propios de las grandes escuelas. Reseñamos también el momento de la Expulsión de los judíos, una oración en arameo y ladino (Ha lahma ´anya), cantada a capella por cuatro voces en medio del escenario. Su íntima desolación ganaba con el recurso de la luminotecnia. Aquí comprendimos que la música necesita estar acompañada de misterio y ceremonia.

Pedro Estevan fue el soporte rítmico que brindaba a cada secuencia la expectación. Corneto, chirimía y sacabuche preludiaban con frescura el periplo de Colón para después imprimir todo el empaque y señorío para acompañar a la realeza; resaltamos la pieza la Spagna, tocada en la Presentación del proyecto a los Reyes católicos, donde sonaba una glosa del corneto con apuntalamiento del sacabuche. Original efecto el de la flauta tocando entre bastidores en el instante del Descubrimiento de América. Xavier Díaz Latorre era el hilo conductor acompañante a muchos textos e hizo con su guitarra que prendiera la chispa emotiva en las dos últimas secuencias. Modélica la cuerda frotada: la austeridad de Savall con la sencilla línea melódica de la viola da gamba soprano es admirable; cómo dispuesto en un extremo del escenario despliega todo un drama musical de tres culturas.

El lector poseía una voz timbrada y elegante; narró con dicción perfecta cada una de las secuencias de este relato. Muy cuidada la sección en castellano de la época del quinto bloque e intenso discurso en el capítulo de la Expulsión de los judíos no convertidos; también en la secuencia de los musulmanes hubo conmiseración al calor de una declamación comprometida. Se puso como cabecera el respeto a los indios en la sección Testamento de la reina Isabel I de Castilla.

No hubo arpa ni salterio, a diferencia de lo anunciado en el programa de mano. Echamos en falta en el relato los monjes franciscanos, el monasterio de La Rábida y Palos de la Frontera. Igualmente habría estado bien incluir una plegaria a la Virgen teniendo en cuenta que Colón a su vuelta del viaje a América, en 1493, estuvo rezando en el Santuario de La Cinta. Sobresaltaba la mención de Río de Sevilla como remembranza española al avistarse América desde la Pinta. ¿Dónde estaban el Tinto y el Odiel, nombrados por Estrabón?

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