Cultura

Retrato del caminanteEste vivir de cambio y gloria

Aunque no le gustaban los Estados Unidos, fue su gira de 1960 por el gran país americano la que hizo popular el nombre de Sviatoslav Richter (1915-1997) en todo Occidente. Hasta entonces el régimen soviético no le había permitido tocar fuera de la URSS y sólo algunas grabaciones y un comentario anterior de Emil Guilels, ucraniano como él y triunfador ya en USA ("Esperen a escuchar a Richter"), había despertado el interés por su figura, la de un pianista con un poder de seducción descomunal.

Yuri Borísov (1956-2007) compartió con Richter distintos momentos de su vida (entre 1979 y 1983, y luego, en 1992), que trae a este libro en forma de confesiones o de conversaciones (al estilo de lo que Robert Craft hizo con Stravinski). El estilo directo puede resultar por momentos algo enfático, amanerado, pero el libro está lleno de pequeños y grandes hallazgos. Por ejemplo, esa forma que Richter tiene de resumir su biografía siguiendo los preludios y fugas del segundo libro de El clave bien temperado de Bach es genial.

Extravagante a ratos, tímido en ocasiones, el hombre que "enmudecía delante de Prokófiev" aparece como un apreciable conocedor de la literatura universal, un apasionado de Proust, Shakespeare y Pushkin, gran amante del cine y de la pintura y comentarista siempre agudo de la música y los músicos. Por la obra desfilan infinidad de intérpretes con los que compartió experiencias, de Neuhaus, Sofronitzki y Yúdina, triada de pianistas rusos a los que idolatraba, a Gould, Karajan, Kagan, Oistrakh o Fischer-Dieskau. Y luego están los comentarios sobre la música, hechos siempre desde una perspectiva básicamente literaria. Así, las mazurcas de Chopin resultan ser "como palmeras enanas", hay preludios de Bach que son "la mirada de una lechuza", "la cruz y la serpiente" o lamas meditando "al son de una carraca", piezas de Brahms que deben tocarse "como si se comiera pan seco" o "con manos de mujer", mientras Rachmáninov es un "compositor de Amazonas" y la Fantasía del caminante de Schubert, su "estrella polar"; al fin y al cabo, como el personaje de Schubert también él se definió "como un peregrino que deambula por las sonatas y los impromptus. De un siglo a otro".

por el camino de richter

Yuri Borísov. Trad. Joaquín Fernández Valdés. Acantilado. Barcelona, 2015. 261 páginas. 20 euros

Almoraima González

Rafael Espejo no le pide a la inteligencia el nombre exacto de las cosas, que él quiere el alma, y se la pide a la tierra. Mi libro de 2015 es Hierba en los tejados porque me hizo sentir secretamente feliz, primero, y luego feliz a voces. Un conjunto de 20 poemas (contando las partes de dos trípticos) que son lo mejor del poeta cordobés. Y no era tarea tan fácil porque me declaro absolutamente apasionada de Nos han dejado solos (Pre-Textos) y El vino de los amantes (Hiperión), sus dos poemarios anteriores.

Es el libro de un poeta sosegado, que mira dentro de las cosas y luego las cuenta bajito. Yo lo imagino observando siempre, entusiasmado con la realidad cambiante ("¿O soy yo, que sonrío?"), descubriéndose y entendiéndose ("un subconsciente arcano me reescribe, me modifica a su antojo"), en continuo proceso. Es saberse pequeñez en la inmensidad del mundo, esa cosa complicada y maravillosa que, sin embargo, leyéndolo a él parece sencillísimo. Y algo de eso traían ya sus títulos anteriores, pues comprobamos que sabía desde muy joven cuál era su imaginario -o no lo sabía pero igualmente era suyo-. Estaban los árboles, las nubes, esos retratos honestos de sí mismo, los amores.

Siento ahora su lenguaje más sencillo, muy pulido, esencial. Pero estoy hablando de que los poemas de Hierba... son cálidos, no los enfría el artificio. Lo que no quiere decir que el libro no esté cuajado de metáforas preciosas, imágenes sensuales: el aire hecho poesía, que ése es su don. Lo que siempre fue sensual, además, se ha redondeado, vuelto más carnal. Son los poemas del que vive en la cosas, no el que las analiza; y con ellos emprende tres viajes: uno más cosmogónico, otro más cotidiano y otro contado en forma de fábulas. Y todo junto encaja en su orden , fluyendo.

En el último libro de Espejo hay un regalo recóndito de tiempo, de aire fresco, de casa con azotea. Leer el flamante Premio Ojo Crítico es buscar las preguntas, asumir y celebrar el cambio. La vida. Y todo, como si se parara el mundo para dejarnos arrastrar y sonreír: "Así que perdonadme,/amigos y amadoras y familia,/perdóneme yo mismo:/no puedo sernos fiel/si todo me entretiene/y no tengo memoria".

hierba en los tejados

Rafael Espejo. Pre-Textos. Valencia, 2015. Premio El Ojo Crítico de RNE 2015. 172 páginas. 16 euros

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