Cultura

Reivindicando a Pilar Barroso

Me comentaba días atrás un buen amigo, que la pintora Pilar Barroso, lastimosamente olvidada e incompresiblemente desvalorada, supone para el arte onubense del último siglo un puente entre generaciones, una mano tendida entre aquellos que supieron conocer sin restricción la libertad de creación allá por la República y aquellos que ansiaban en conquistarla, a la libertad, sin llamar mucho la atención para no ser víctimas de la defenestración, la indiferencia y la desatención de tantos años de miseria cultural tras la Guerra Civil.

Hasta que la consiguieron. A la libertad. Por uebos, por necesidad de lucha, por derecho a vivir. Algunos, en tantos lugares, la abrazaron, a la libertad, para vivir (bien, muy bien) por haber luchado (o no tanto) durante 40 años (o no tanto) y, otros, la siguieron abanderando, a la libertad, por y para seguir viviendo (como se ha podido) en la defenestración, la incomprensión y la desatención. En conceptos estéticos como ideológicos jamás la libertad se pone de acuerdo. La libertad te da lo mejor que sabe, ser libre, pero no mide bien las fuerzas de qué clase de libertad hay que elegir para vivir a gusto, en paz. Estás conmigo o … contra mi. Es el dictamen que sobre la libertad normaliza el poder. Muchos, todavía, y a menudo por siempre, seguirán luchando, con huevos, en busca de una libertad que no te conduzca, por ser libre, hacia la defenestración, la indiferencia y la desatención.

Los años de aprendizaje y desarrollo de Pilar Barroso en Huelva, una ciudad feliz en el descontento inaudito del arrinconamiento social, económico y cultural, estuvieron presididos por la inmediatez de crecer sin sangre, por la fuerza de formarse sin complejos y por el ansia devorador de que más allá de sus lindes hay un mundo por descubrir. El horizonte es un abismo. Da pavor. Pero algunos, como Pilar, desafiaron a los miedos argumentando que los horizontes están para cruzarlos y tentar más horizontes que den luz y principios a tus conocimientos.

En la Huelva de los cincuenta del siglo pasado nada era casi un todo, un umbral de escasez que se teñía de voluptuosidad por espejismo, y todo era prácticamente nada porque a pesar de los muchos engaños y quiebros a la vida esta te deparaba más bien poco. Más bien nada. Tras la Guerra Civil el ideal estético en Huelva poco cambió en treinta años. Pedro Gómez supo reinar sin corona con la misma sencillez que dictó lección de humildad sin pedir nada a cambio. El academicismo y el pretendido impresionismo, las licencias más vanguardistas, llenaron lienzos con zagalas de calendario y paisajes idílicos. Brunt o García Orta lucharon para morir de calladas. Los proyectos atemperados de ruptura de Vázquez Díaz, José Caballero o Moreno Díaz, arrinconados en tímidas estructuraciones geométricas, poco calaron. Primero porque Madrid se alejaba de la periferia del suroeste en 627 kilómetros, mil años luz, y era Corte y era tentación obscena; segundo, porque la demanda local no sólo desconocía el mercado, las tendencias, desconocía el pecado. Tentador. Peligro.

Ese buen amigo que me ha puesto en antecedentes de lo que significa la obra y la persona de Pilar Barroso, ha insistido en sus consejos. Qué hermoso sería que Huelva homenajeara a esta enorme pintora sin que tengamos que sacar el laudatorio al uso; qué bello resultaría que en este compromiso, Huelva se sacudiera la molicie del desconocimiento y acertase montar la génesis de los realismos expresivos que se desatan en esta provincia, donde Barroso se erige en baluarte. Antes, edificaron paisajes y figuras Pedro Gómez, Moreno Díaz, Labrador o García Orta; Orduña Castellano o Guevara lo menearon para ser hijos de su tiempo. Otro pilar del desconocimiento, Pilar Toscano, Delgado o José María Franco, abrieron las puertas a otras naturalezas, otros horizontes sin renunciar, jamás, al amor a Huelva. Tras ella y con todos, tan lejos y cerca, Seisdedos, Florencio Aguilera, Pedro Rodríguez, Castro Crespo, Santana, Miguel Díaz y, si me aprietan, generaciones posteriores, armadas siempre con la realidad expresiva, con Faustino, Belmonte y Víctor Pulido.

Pilar, joven aún, siempre joven, es el puente azul que está pero que casi nunca destaca. Démosle la luz merecida junto a aquellos que prendieron y heredaron la esperanza de la libertad, una virtud que aún crece (a pesar).

Pilar ha sido víctima de la defenestración, la indiferencia y la desatención del tiempo. Y de los hombres. Ese buen amigo me ha enseñado un dibujo de juventud, desnudo femenino, trazado en sus años de Madrid. Todo poder. Fuerza. Pulso de extraordinaria dibujante. Qué gran artista es Pilar Barroso. Espero que Huelva sepa atender su importancia. Espero que la atención no sea tarde. Que ese día no sea aquél en el que un pequeño grupo de amigos se reúnan en silencio y llantos. Ella aún recuerda como se fueron Esperanza Abot o Manuel Moreno Díaz. Eran grandes, muy grandes. Todavía más el olvido. Y suman los días.

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