'Platero', matices y sensaciones que "entran por los poros del cuerpo"

El vicepresidente de la RAE, José Antonio Pascual, clausura el simposio sobre el centenario de la obra del Nobel desentrañando el temple, los sonidos, colores, olores y sabores que esta contiene

'Platero', matices y sensaciones que "entran por los poros del cuerpo"
Elena Llompart Huelva

29 de noviembre 2014 - 05:00

"Escribir bien no se trata de una exhibición, sino que es un compromiso con la realidad para entenderla y para entendernos así mejor". Con esta observación ilustró ayer el vicepresidente de la RAE, José Antonio Pascual, cómo la sensaciones y los matices "entran por los poros del cuerpo" del lector cuando afronta la lectura de Platero y yo. No en vano, la universal elegía andaluza de Juan Ramón Jiménez está colmada de singulares sinestesias, a través de las cuales el Nobel combina las distintas sensaciones que le llegan a través de los sentidos.

Pascual, cuya conferencia clausuró ayer el Simposio Internacional Cien años de Platero y yo, organizado por la Cátedra Juan Ramón Jiménez de la Onubense, abandonó los cauces del ya conocido relato para concederle todo el protagonismo a la realidad que lo envuelve: el escenario de Moguer estuvo en el primer plano de su exposición, dejando a un lado el andamiaje narrativo del que se sirvió el autor para mostrar "su aversión a la maldad, la crueldad, el desinterés por quienes son incapaces de respetar a los demás" y para buscar -anhelante- la belleza, la paz o la alegría; en definitiva, la felicidad.

Hizo esta elección, según confesó el doctor en Filología Hispánica y catedrático de las universidades de Salamanca, Sevilla y actualmente de la Carlos III de Madrid, por un motivo personal, ya que el marco paisajístico juanramoniano condicionó de partida su idea de la naturaleza andaluza. Cuando se topó con ella con 40 años traía ya "la realidad en que se enmarcan los cuadros de este libro" que leyó en el primer año de sus estudios universitarios. Es más, "los matizados apuntes que el Nobel dibujó del espacio de Moguer siguen superponiéndose a cuanto percibo a través de los sentidos", aseguró emocionado.

Por ello, descompuso los elementos referentes a esa compleja realidad que denominó "paisaje" basándose en las sensaciones con que, según el poeta, el campesino se acerca a la naturaleza enamorado de las estaciones "por medio del temple, los sonidos, los colores, los olores y los sabores".

Sobre el temple, el vicepresidente de la RAE se centró en el sustantivo "frío", ese que traspasa la piel del lector en la obra. En el relato, según explicó, se suceden distintas estaciones del año en las que hay unas fronteras nítidas que se logran diluir "mezclando realidades con que la propia realidad excede a los esquemas con que la representamos". Se rompe así la frontera entre la despedida del invierno y el comienzo de la primavera, a través de la sensación del frío y del elemento complementario de la lluvia.

Arranca de ese modo la primavera, tal y como relató Pascual, con los últimos jirones del frío caracterizador del invierno y, en plena noche, con un cielo despejado, exclama el poeta: ¡Platero, qué... frío! (capítulo 5, El Escalofrío). O en un amanecer primaveral, según apuntó el conferenciante, al alba neblinosa se le adjudica el adjetivo "cruda" aplicado al frío.

En el polo opuesto, precisó que el poeta previene al lector con la lluvia de la transición del verano al invierno. Una tormenta de finales de verano anuncia así el frío que llegará en el invierno: La tormenta palpitaba sobre el pueblo como un corazón malo, descargando agua y piedra entre la desesperadora insistencia del relámpago y el trueno (capítulo 18, La Fantasma).

A través del calor y el frío, además, Juan Ramón transmite ese bienestar tan cercano a la felicidad que proporciona el agua pura y fresquita y el contraste entre ambas sensaciones contribuye, en opinión de Pascual, a encontrar la armonía. El sol le da al niño en la cabeza pero él, absorto en el agua, no lo siente. Echado en el suelo, tiene la mano bajo el chorro vivo, narra Juan Ramón en el capítulo 42, El Niño y el agua.

La segunda parada del ponente se centró en el sonido. "Las sensaciones que asaltan nuestra mente a través del oído contrastan entre sí de un modo que un lexicógrafo interpretaría como propio de las oposiciones privativas en un campo no restringido, el de la naturaleza, sino ampliado a la acción de los seres humanos", aseguró.

El silencio es, según comentó, un término positivo, mientras que el ruido es el elemento negativo. Esto se constata, tal y como ejemplificó, cuando el autor se refiere a las voces con que los niños tratan de reñir al loco en el capítulo 7, o bien cuando emerge de los festejos populares una música festiva llevada por el ritmo de las panderetas y reforzada por los cohetes.

En su vertiente contraria se hace patente, según apuntó el especialista, cuando se rompe innecesariamente el silencio de la calle con un seco redoble de un tamborcillo al que le sigue luego una voz cascada que anuncia un pregón jadeoso (El Tío de las Vistas). Pero esta condición negativa del ruido puede neutralizarse, a su juicio, en los casos en que se origina por la manera normal de vivir de las gentes, "como el vocerío de la Plaza del Pescado, o las risas desproporcionadas de los niños jugando con el burro".

La falta de paralelismo entre las sensaciones sonoras y táctiles, por cuanto estas últimas las encuentra el escritor en la naturaleza, mientras que los signos sonoros los envían conscientemente o no los seres humanos, también fue reseñada por el conferenciante, que más tarde se centró en la luz. Porque de todas las sensaciones, las que penetran por los ojos "son las esenciales" y "el sol, la luz y la consiguiente claridad que emana de ella es la que, salvo en casos extremos, se convierte en la sensación positiva". El experto ofreció diversos ejemplos para demostrarlo, como el que ofrece el capítuo Libertad: la mañana era clara, pura, traspasada de azul.

A diferencia del ruido, Pascual manifestó que el exceso de luz no rompe la armonía y, sobre los colores, analizó el efecto de los contrastes, como del delicado matiz que el poeta consigue mezclando el rojo con el verde en el capítulo 2 (Paisaje Grana): El pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las yerbas y las florecillas encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.

El doctor en Filología Hispánica también reseñó que el olor sirve, por último, para realzar la realidad positiva más cercana a lo cotidiano, como cuando el poeta escribe que de Huelva llega un olor a marisma, a brea, a pescado (El loro) o cuando relata que a mediodía, cuando el sol quema más, el pueblo entero empieza a humear y a oler a pino y a pan calentito (El pan).

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