Pintura, memoria, biografía
Las colecciones personales que los pintores guardan de su obra proponen una completa semblanza de sus autores La que expone el CAAC de Pérez Villalta es profundamente reveladora


Los artistas suelen reservar para sí algunas de sus obras, evitan venderlas y las mantienen con ellos. Son piezas especialmente significativas: no tanto porque encierren un logro determinado, cuanto porque inician o culminan de una etapa, resumen alguna preocupación recurrente o expresan una idea a la que dan especial alcance. Más que integrar una colección, esas obras perfilan una biografía y son por ello especialmente fecundas para un centro de arte: permiten pensar la ejecutoria del artista y también abrir perspectivas que iluminan el arte actual.
Por ello, la cesión hecha por Guillermo Pérez Villalta al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, con sede en Sevilla, de estos sus cuadros personales tiene singular importancia. Además de conectar con un tema relevante de la colección del centro, el cuerpo, las obras completan y enriquecen los fondos que posee de la llamada Nueva Figuración. Estos autores, situados en el Madrid de la movida, se rebelaron, poco después del final de la dictadura, contra el arte abstracto y las direcciones conceptuales. Cultivaban imágenes de intenso color y meditado eclecticismo: unían problemas e ideas del arte tradicional, que conocían bien, con una pensada reinterpretación del arte pop y a todo ello unían su reflexión sobre el arte y la identidad del artista que solían presentar bajo los rasgos de antiguos mitos.
Pérez Villalta fue uno de los más lúcidos representantes de aquel modo de entender el arte que en su posterior ejecutoria mantiene y prolonga de modo original. Las obras expuestas en el antiguo templo de la Cartuja compendian, a mi juicio, sus inquietudes intelectuales y artísticas hasta constituir casi una biografía. La piedad de Vida (Descendimiento) aparece enfrentada a un alegato contra el patriarcalismo; el homenaje a una inquietante deidad, Dionisos (Hagios Sofía) cuelga frente al arriesgado lugar del artista, El reino del vacío, y la ocasión fugaz, la Fortuna (El instante preciso), mira a Vísperas de Pascua, un cuadro tejido por otro tiempo, el de la expectativa. En medio de esas obras un sugerente eje: lo preside, en el altar, un gran lienzo, Creación. Paraíso antes del bien y del mal -que celebra la potencia natural con figuras que recuerdan a las del enigmático Piero di Cósimo- colgado bajo una Faz, que ha renunciado a ser santa, y parece mirar a dos antiguos mitos situados al fondo del templo, el sufriente Sebastián y Diana bajo el semblante de Acteón. Cruzan este eje central tres obras que compendian toda una concepción del arte: frente a la concentrada atención de Hombre dibujando, la figura de un artista sumido en la contemplación de un libro de arte y en medio, sobre un arabesco que hace pensar en Philipp Otto Runge, una leyenda, "la vida surge para tener la conciencia de la belleza".
Obras en otros recintos completan esta semblanza: en la Capilla de Colón, indagaciones sobre perspectiva y proyectos de arquitectura (a destacar Fuente de las palabras y los pensamientos, con alusiones a Duchamp y Escher); en la sacristía, numerosos dibujos son el diario de un viaje por Andalucía; una sala en el Claustro del Prior aloja pinturas y dibujos eróticos; en la Capilla de la Magdalena, breves símbolos: un híbrido entre San Cristóbal y Atlas, el miedo y la expectativa de El pozo, un Hércules con la inscripción "soy el deseo de lo que deseo ser" y el cuidado Retrato con hepatitis. Autorretrato y concepción artística se aúnan en una obra expuesta en el antiguo refectorio que afirma que el arte está a este lado de la realidad. El breve alegato compagina bien con los diseños de escenografías, muebles, jarras y alfombras, y con el retablo El signo de Occidente que enfrenta y hermana a Jesús y Dionisos. Finalmente, la Capilla de San Bruno aparece presidida por un mito fundacional de la pintura, Narciso, al que alude Leone Battista Alberti al escribir "¿qué es pintar, sino abarcar con el arte la superficie de una fuente?".
Los cuadros expuestos, además de constituir una semblanza artística de Guillermo Pérez Villalta y un sumario de las discusiones (no sólo en torno al arte) sostenidas por La Nueva Figuración, ofrece un sugerente viaje para la memoria artística. El estilizado San Juan de Vida (Descendimiento) conserva el gesto del que pintó Giotto en la Capilla Scrovegni y la rendida madonna hace pensar en Van der Weyden; el mito de Atenea y Aracne se organiza con perfiles de Picasso y Autorretrato por la mañana reúne hitos del paisaje, las discusiones sobre la perspectiva y elementos de arte formal: formas geométricas y algún mueble de la Bauhaus. Tanto el movimiento moderno como la chispa postmoderna no renuncian a la propia tradición en la que se inscriben y hacia la que vuelven una y otra vez la mirada y el pensamiento. De ello se beneficia el espectador.
También te puede interesar
Lo último