Paso firme al sur de Europa
Después de un fenecido festival que iba madurando todos los veranos, surge en Ayamonte otra tradición por la música culta. Y lo hace de la mano de la Orquesta clásica del Sur con la frecuencia que mantiene a un público pendiente de una programación. El concierto de noviembre nos condujo a la Viena de Salieri, Mozart y Beethoven. Presenta la Orquesta una formación de treinta instrumentistas donde el más amplio repertorio camerístico-sinfónico se pone en cabecera. Además, se cuenta con la participación de jóvenes solistas que ya se están abriendo paso en ciudades y auditorios de renombre.
La Octava Sinfonía de Beethoven fue lo mejor de la velada; la plenitud de facultades de la orquesta fue poniéndose de relieve en la sucesión de movimientos. El Allegro vivace e con brio evidenciaba riqueza de texturas con una cuerda de timbre peculiar, antesala para un segundo tiempo delicioso, en el que los rasgos juguetones nunca perdieron viveza. Las prestaciones solistas se hacían cada vez más notables: sobre el ostinato rítmico del chelo del Minueto el clarinete y la trompa llevaron al discurso a cotas excelsas donde la Orquesta alcanzó una expresividad no exenta de mezzopiani muy controlados que daban al fagot protagonismo. Y con el Finale los pórticos de los tutti sonaban espléndidos, con entradas canónicas perfectas e incluso magníficos detalles que ratifican la concentración de unos músicos, como el cambio de páginas en el seno del movimiento. Esto nos hizo comprender que en una interpretación en vivo todo posee un valor. Era, en definitiva, un Beethoven temperamental que halló el lenguaje idóneo entre lo camerístico y lo sinfónico.
La violinista malagueña Alma Ramírez interpretó el concierto K.V. 218 con grata musicalidad en frases precisas y templadas. Si su rendimiento fue en mejoría, hay que objetar la cadencia ofrecida en el Allegro, muy extensa y anacrónica, por la abundancia de cuerdas compuestas más en la línea de Beethoven o Brahms. Valoramos, no obstante, que los instrumentistas jóvenes aprovechen tal espacio para demostrar sus habilidades. En cuanto a la labor orquestal, el acompañamiento se excedió en el forte, algo que en la familia del viento ensombrecía al violín. De hecho, al viento le faltaba moldear sus líneas melódicas, especialmente en las notas largas tenidas. A rasgos generales, oíamos a una orquesta de timbres recios, pero de una rusticidad distante del pulimento sonoro que la partitura demanda.
Una auténtica sorpresa la obertura de Las Danaides de Antonio Salieri, pieza caleidoscópica cuyas rápidas modulaciones lo acercaban a fantasías de Purcell y cuya riqueza temática a la ópera romántica. Fue un acertado pórtico a cargo de esta incipiente orquesta para un concierto otoñal que atrajo a medio centenar de melómanos que escucharon la música con entrega.
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