Papá, háblame de Auschwitz
'Maus' (editorial Reservoir Books) es una obra sin igual. No basta decir que es la novela gráfica que todo el mundo debería leer, 'Maus' no debería faltar en ninguna biblioteca que se precie


La Historia y el Azar dispusieron que Art Spiegelman naciera en Estocolmo, corría el año 1948. Sus padres, una pareja de judíos polacos que había vivido la enormidad de los campos de exterminio de Auschwitz -si puede llamarse "vivir" a aquello-, intentaron poner tierra de por medio. Estocolmo era una simple etapa en esa huida porque Suecia no estaba lo suficientemente lejos del lugar de la pesadilla. En 1951 desembarcaron en Nueva York, en el otro extremo del mapa, y allí se quedaron, pero ni siquiera entonces lograron su propósito. En realidad, no importa lo que digan los historiadores, nadie sobrevivió a Auschwitz. Quien logró escapar al encierro físico en Auschwitz se llevó Auschwitz consigo. Y una mañana de 1968, Anna Spiegelman se atiborró de pastillas y se cortó las venas en el cuarto de baño. Su padre la descubrió, ya cadáver, a la vuelta del trabajo. No había dejado ninguna nota. ¿Era necesario dejarla?
Art Spiegelman sentía devoción por los tebeos desde niño y a los dieciséis años, bajo seudónimo, empezó a hacer sus primeros pinitos profesionales. Después de terminar sus estudios de Arte y Filosofía en la Universidad de Binghamton, pasó una temporada en San Francisco codeándose con la flor y nata de la escuela underground, una influencia decisiva en su obra. De regreso a Nueva York, entre 1979 y 1986, enseñó historia y estética del cómic en la School of Visual Arts. En 1980, y en colaboración con su esposa Françoise Mouly, fundó la revista Raw y en las páginas de ésta inició la publicación por entregas de un cómic en el cual exorcizar sus demonios familiares. El exorcismo fracasó -demonios hay que es imposible expulsar del cuerpo- pero el intento dejó un fruto extraordinario. Maus se publicó en dos partes -la primera en 1986, la segunda en 1991-, obtuvo un Premio Pulitzer y, hoy por hoy, es un título fundamental en la bibliografía inspirada por el Holocausto.
Spiegelman decidió ilustrar las penurias sufridas por sus progenitores a partir de una intrigante fórmula de extrañamiento: la representación zoomorfa de los personajes. En la viñeta, los judíos se transforman en ratones, los alemanes en gatos, los polacos en cerdos, etc. Esta iniciativa ha hecho correr ríos de tinta. Spiegelman ha reconocido el influjo de Franz Kafka, así como de una película de propaganda nazi que presentaba al pueblo hebreo como una plaga de ratas, a la hora de hacer su elección. En vista de su pasión confesa por Krazy Kat, se da por cosa cierta el ascendiente del ratón Ignatz -uno de los protagonistas de aquella tira cómica- y hay quien ha entrevisto una variación perversa del Universo Disney y de su icono más reconocible, Mickey Mouse, en dicha estrategia. El caso es que los roedores -animales domésticos y, a la par, marginales- gozan de una fuerte presencia en el mundo de la fábula, desde El león y el ratón hasta El flautista de Hamelin, y de manera directa, oblicua o subliminal, esta elección deja un poso en el lector, que sospecha todo ello sin osar pronunciarse, mientras se deja atrapar por la ficción.
A principios de los años 30, recién abierto el huevo de la serpiente, nadie podía imaginar lo que estaba por ocurrir; todavía hoy, a uno se le echa un nudo en la garganta sólo de pensar que en Europa, en la civilizada Europa, se puso en marcha semejante maquinaria. Vladek Spiegelman le confiesa a su hijo Art que hasta principios de 1938 no vio con sus propios ojos una bandera con la esvástica. Los rumores que llegaban de Alemania sobre el acoso a ciudadanos judíos estaban envueltos en un aire inverosímil. Incluso cuando se inició la persecución sistemática, tras el estallido de la guerra, era preferible creer que las noticias se desquiciaban al pasar de boca en boca. No exageraban. Y lo que es peor, los relatos más estremecedores se quedaban pequeños en comparación con los hechos reales. La historia de la familia Spiegelman o las de cuantos escaparon con vida tuvieron que parecerse en lo esencial a la de cualquiera de esos seis millones de personas que murieron en los campos nazis. La caracterización como ratones, sin rasgos distintivos acusados, contribuye a igualarlos.
Maus no se agota en la evocación de Auschwitz. Las conversaciones del artista con su padre para reconstruir la historia familiar sacaron a la superficie una circunstancia no por común, menos dolorosa (Este libro no da tregua). Maus indaga en cómo los hijos heredan los errores o las heridas de los padres y en cómo éstos se transforman en seres extraños en quienes cuesta reconocer lo que ellos dicen que fueron (Este peaje, antes o después, todos lo pagaremos). Spiegelman hace de su trabajo una reflexión sobre el abismo generacional y un sofisticado dispositivo metanarrativo que en los momentos de extravío, que los tiene, se pregunta qué camino seguir. Maus es un libro tan apasionante como radical. Intenso e inagotable.
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