Operación limpieza
Fila siete

La película Grupo 7, sin duda uno de los más sobresalientes títulos de la actual cartelera, está basada, como ya indicábamos en nuestra crítica, publicada en esta sección el pasado sábado, en parte del sumario del juicio a que fueron sometidos los policías integrantes de una unidad especial creada para limpiar las calles de Sevilla de delincuencia y tráfico de drogas en los años inmediatamente anteriores a la celebración de la Expo 92. Realmente eran unos agentes que habían vivido otra época en la que las fuerzas del orden no eran precisamente respetuosas con los métodos a emplear para reprimir una situación realmente intolerable para una ciudad que se disponía a vivir un acontecimiento de trascendencia internacional.
Como ha explicado el director de la película, el sevillano Alberto Rodríguez, además de esa base sumarial -"Era una cosa muy miserable, muy doméstica y de ahí sacamos el ambiente", dice el realizador-, éste y su guionista, Rafael Cobos, contaron con los periódicos de la época -años 87 al 92- en que se desarrollaron los hechos-, incluso con diálogos extraídos de un artículo publicado por una conocida revista. En suma, que dentro de la ficción hay una raíz real en un marco físico -bien evidenciado en la mayoría de las secuencias urbanas de que está llena la película-, de una ciudad muy abandonada, decrépita en algunas de sus zonas antiguas y marginales, lugares donde abundaba la droga y territorios abiertos al comercio y consumo de estupefacientes.
Todo ello lo ha retratado muy fehacientemente Alberto Rodríguez, sin apenas concesiones. Cuatro policías componentes del Grupo 7 son los protagonistas de un relato tenso, vibrante, emocionante en muchas ocasiones, duro y descarnado en numerosos pasajes, ambientado con indudable acierto, bien interpretado y, sobre todo, sin perder nunca ese acentuado tono de realismo y convicción con el que transcurren la mayoría de sus escenas. El realizador aprovecha esta visión certera del mundo de la delincuencia y de la droga, junto a unos medios de represión policial muy expeditivos, nada correctos, más bien violentos y sin escrúpulos en muchas ocasiones, para mostrarnos también ese lado oscuro de una acción que traspasa muchas veces la legalidad.
Muestra inequívoca de la acertada utilización de un cine de género, la película de Alberto Rodríguez, otro éxito en su brillante filmografía, tiene, además de una sólida factura, una muy convincente definición de sus personajes, tanto en los protagonistas como en muchos secundarios, de tal manera que el espectador se identifica inmediatamente con ellos. Pero, además, demuestra una consistencia considerable en esa dinámica en que se desenvuelven los hechos, de una acción que deja muy pocos momentos de respiro al público. Y, por otra parte, en ese retrato social, de una ciudad y sus entornos más desarraigados y conflictivos, hay también un acercamiento a esas zonas urbanas donde la indigencia, la marginalidad, la extrema necesidad acercan a las gentes al delito y la transgresión de todo tipo.
Es cierto que el director nos revela aspectos íntimos de algunos personajes con detalles de humanidad y ternura, sus vicios y virtudes, en contraste con la dureza cruel y corrupta de muchos de sus métodos, pero no olvida destacar la importancia de sus méritos profesionales y la eficacia de su operación de limpieza de la ciudad que se preparaba para celebrar uno de sus grandes fastos. De manera documental nos ilustra a lo largo del relato de la construcción y preparativos de lo que fuera Exposición Universal de Sevilla 1992.
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